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Alfa Ríos Pineda

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Los que fuimos una vez niños de la escuela primaria, en este caso cuando estudiamos en La escuela Juchitán, habiendo iniciado La Primaria en la escuela Cheguigo. Y caminamos la calle Belisario Domínguez- ésa que pasa frente a la iglesia Sn Vicente-; desde La Pista de La Vela Agosto, en la mera esquina el restaurante La Oaxaqueña, más adelante la casa de don Herón N. Ríos–donde está hoy el DIF municipal–, arriba de las puertas protegidas con marcos en herrería. Se hallaban 4 cuadros de madera rotuladas, de fondo negro y con letras blancas que anunciaban los nombres de las 4 hijas de don Herón y de doña Nicandra Pineda: Nereida, Alfa, Lucelia, Ilma Pineda Ríos, enfermeras y parteras egresadas de La UNAM.


Y si una vez te asomaste por la ventana y viste la sala amplia y limpia de la casa. Seguramente que recuerdas a la señora Nicandra sentada en su sala ataviada con huipil y enagua de holán como si esperara para salir a una fiesta. Cuando que ella así se vestía diario en su casa. Y en otro cuadro colgado de la misma pared de la casona, sobre la calle, los datos de don Herón como médico práctico que curaba todo tipo de enfermedades sobre la piel. Él inventó la pomada Mercurin que curaba jiotes y todo tipo de granos sobre la piel.
Doña Alfa Ríos Pineda de joven escribió artículos en el periódico Neza, que circulaba entre los jóvenes estudiantes residentes en la CDMX en los años 35: escribió sobre la higiene en los niños en edad escolar, Las Velas y Descripción de Xavishende…
Cuando las 4 hermanas se fueron a la CDMX a estudiar. Vivieron en La Calzada México Tacuba, al lado de lo que fuera el cine Tlacopan, enfrente La Normal de maestros. Y en esa calzada pasaba un tranvía que venía de Azcapotzalco e iba al Centro Histórico. Pues el único hermanito y menor de ellas de nombre Enoc, un día llegó de visita con ellas. La mala suerte que en esa ocasión el niño fue atropellado por el tranvía. Perdieron a su hermanito. Pasaron los años y un día el maestro Andrés Henestrosa me comentó que cuando se casaron doña Alfa y él en aquel sábado 24 de Mayo de 1940, en Juchitán. Muchas madrugadas logró oír a su esposa llorar a su hemanito Enoc. Fue un doloroso recuerdo que el tiempo tal vez disipó.
De joven doña Alfa conoció y le enseñó zapoteco a Frida Khalo, ella era más joven que Frida, seguramente 10 años más joven. Porque doña Frida nació el 6 de julio de 1907. De doña Alfa fue que Frida vio la variedad de huipiles y enaguas istmeñas. Ella la enseñó vestirse con sus ajuares, trenzas de flores con listones. En el transcurso del tiempo obsequió a sus amigas trajes regionales. Ahí las puedes ver en foto: Miguel Covarrubias- norteamericano- quien escribiera El Sur de México, donde doña Alfa aparece con un jicalpextle en la cabeza lleno de floripondios. Ahí está Diego Rivera, Frida y doña Alfa Ríos. Todas las mujeres vestidas de huipil y enagua con holán. Y en otra foto doña Alfa sola, sentada en una hamaca.
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Un día mi madre me dijo que doña Alfa y 2 de sus hermanas habían pasado en su puesto donde ella vendía en el mercado. Era el mes de mayo de 1967. Y me pidió que fuera a saludarlas. Fui.
En esa tarde fue que conocí a mis tías: Alfa, Lucelia e Ilma. Mi tía Nereida en esta ocasión no llegó a la fiesta de Mayo. Ella vivía en Tegucigalpa, Honduras. Esta tarde fue la primera vez que vi a mi tía Alfa: vestía una blusa blanca larga y por lo quedo con que hablaba, sus facciones parecían a las de una doncella indígena. Al despedirme cada una de ellas me dio su dirección y número telefónico en La CDMX.
En octubre de 1967 me fui a México, había terminado el bachillerato. En abril del año siguiente fui invitado a comer en la casa de mi tía Alfa, allá en la calle del Perugino, atrás del Parque Hundido. Al jalar un cordoncito una campanita sonó y ella me abrió. Siéntate mientras termino me dijo: ahí hay sobre la mesita unos libros si quieres hojearlos.
La sala amplia de su casa, los cuadros en la pared, a través de los cristales la casa se extendía en jardín, una magnolia reposaba sus ramas sobre la barda contigua y presidía todo el espacio. En uno de los cuadros, don Andrés Henestrosa joven, parecía que caminaba por la CDMX con las dos manos en la bolsa del pantalón; de frente amplia y de cuello vigoroso, en otro hecho a lápiz, mi tía, ella de labios carnosos, su rostro oriental y el pelo recogido en chongo- parecía sonreír- y en otro más, don Andrés dibujado a lápiz, de medio cuerpo, y su pelo ondulado hacia atrás. En otros, al óleo, mi tía sentada y vestida de huipil y enagua de cadenilla.
Regresa doña Alfa y me invita a pasar a la cocina; había una mesa circular con 4 sillas; nos sentamos, ordenó a la muchacha que ya podía servirnos. Mientras comíamos platicábamos en zapoteco. Debo decir que muy esporádicamente hablábamos en español, el trato por lo regular fue en zapoteco, no importaba adónde fuera y quiénes estuvieran. Nunca consideró aquello que es de «mala educación» hablar en zapoteco ante personas que no lo entienden- esto no tiene sustento de ninguna índole- el trato frecuente con don Andrés así lo aprendí. Hablo de manera cotidiana en zapoteco si me encuentro con alguien y sé que lo habla o lo entiende, aprovecho esa magnífica oportunidad para hacerlo, y si me hablan en zapoteco, les contesto en zapoteco de manera natural. Hablar el zapoteco es una verdadera fiesta, es coincidir con un pedazo de Juchitán fuera de él, esté uno donde esté, y los que nos escuchan y nos oyen hablar, pues son los invitados a esta fiesta.
Pero decía que mientras comíamos, mi tía me platicó de su primo Agustín Jiménez, un primo muy querido y recordado por ella y sus hermanas, porque juntos salieron de Juchitán a México a estudiar, y él era quien frecuentemente las asistía. Agustín para acá Agustín para allá, en fin, el primo que las acompañaba de un lado para otro., y a mí me encontró un parecido físico con él. Y mientras comíamos no había necesidad de cubrir un silencio, la presencia de doña Alfa tenía la virtud de hacer sentir a uno en confianza; era una magnífica anfitriona, con su hablar pausado, con carácter; no era una mujer con la sonrisa siempre en los labios, no, pero sabía reír: hasta en su risa había prudencia, una cualidad de no abusar de la misma risa, es decir reír con discreción, oportuna y espontáneamente. Pero de repente, como si un viento fuerte nos sacudiera escuché la voz de don Andrés:
–Estos trabajos que nunca terminan, por eso tuve que ver la vida de frente, asumirla en su verdadera dimensión. Sí, verla de frente para vencerla, pelearme con ella, dominarla…
–Siéntate–le dijo mi tía suavemente pero con seguridad–: ¿Quieres comer?
Mientras se sentaba se me quedaba viendo y preguntó:
— ¿Quién es él?
–Es Armando, hijo de Toñito, hermano de Agustín.
–¡ Ah!…Tienes una cerveza?
–Sí, está en el refrigerador.
Él abrió el refrigerador y sacó una Bohemia.
— ¿Y él no toma?
— No, no toma.
Después vino la calma, el señor de la casa contó infinidad de cosas en zapoteco; cuentos, anécdotas, un río de palabras dichas con gracia y simpatía, con ese genio extraordinario que don Andrés tuvo para conversar.
Cuando me despedí don Andrés me dio un abrazo y me dijo:–Gusto en conocerte, hijo.
Al salir de la casa en esa tarde, ya no era el mismo. Había asistido a una reunión con una pareja excepcional en toda la extensión de la palabra, en amor, en simpatía, en sencillez y en trabajo. Que me marcaría para siempre. Lejos quedaría el día en que sería invitado por don Andrés a la Academia Mexicana de la Lengua. Ver llegar a los académicos: Mauricio Magdaleno- autor de María Candelaria-, José Luis Martínez, Juan Rulfo. Era un homenaje al maestro José Vasconcelos; esa noche con don Andrés la palabra. Una vez terminado el acto, con la dispersión natural de los invitados. Doña Alfa y yo quedamos enfrente de la pareja formada por Juan Rulfo y José L. Martínez. Sólo que, era Rulfo quien ameno y emotivo platicaba. En eso doña Alfa lo saludo diciendo: — Juan…
No hubo respuesta.
–Juan…!
Tampoco hubo respuesta. Entonces mi tía se le acerca y lo agarra del brazo y se lo sacude. De este modo sorprendido, como quien volviera en sí. Dirige su mirada hacia ella para decirle con una gran ternura:
–¡Alfita!…Alfita!
Mi tía sólo exclamó diciendo, moviendo la cabeza: ¡Estos genios!…¡ estos genios!
Un Son para Alfa Ríos, es un bello Son. Un acierto musical de Mario López al componerlo. Enhorabuena!
Doña Alfa Ríos Pineda muere el Primero de Mayo de 1995: » Una mujer que no era de este mundo.»

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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