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Querido Pablo Milanés:

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Desde el fondo de este casi maduro corazón levanto mi voz para agradecerte. Gracias por haber llegado a esta noble tierra zapoteca; porque las felices coincidencias han permitido tu querida presencia en Juchitán; porque iluminaste con luminosidad potente la noche de la plaza central, una añeja plaza presenciadora –alojadora- de múltiples acontecimientos históricos: el último adiós al general Charis; el referéndum para reiterar el apoyo popular a aquella Cocei revolucionaria; el vigoroso saludo a los zapatistas de Chiapas y del mundo; los cálidos abrazos –sin acarreo- para Andrés Manuel, por ejemplo.

Ha sido grato saber que un deseo de tu hija por conocer a nuestro pueblo permitió tenerte con nosotros, porque una juchiteca es amiga de tu hija (por eso lo de la feliz coincidencia). Es bueno regalarles miles de besos fraternos a esas jóvenes mujeres.

Qué hubiera sido de nosotros sin poder escucharte desde el pecho mismo de nuestra casa. Qué hubiera sido, no tenerte abriendo los brazos hacia un sur lleno de gente aplaudidora, de hombres y mujeres jubilosos, llorosos, armados de emoción hasta los dientes; qué hubiera sido, me digo, no darle oportunidad al oído del alma para enterarse por boca tuya que “renacerá mi pueblo de sus ruinas, y pagarán su culpa los traidores”.

(Escribo esto último con la mirada borrosa, sin poder impedir que gruesas gotas resbalen de mis ojos, unos ojos que se abrieron con desmesura para abarcar la anchura de tu gesto noble, ojos que esperan mirar un día el reencuentro del pueblo con su historia).

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De arriba y de abajo, por donde sale y por donde se oculta el sol (un astro emperador que salió de su modorra en este día, luego de haberle cedido su reino a la lluvia), de todos lados llegaron niños, jóvenes, ancianos, hombres, mujeres, muxhes y lesbianas, paisanos con capacidades diferentes, para ocupar desde media tarde su lugar.

El inmenso sillerío vio colmada su capacidad hacia las siete de la tarde, una hora antes de tu actuación. Dice mi amigo Che Beto que se ocuparon casi cuatro mil sillas –además de los espectadores que se mantuvieron a pie firme-; y debe tener razón, pues él fue uno de los que rentaron el mobiliario.

En ese lapso, los técnicos se afanaban para dejar a punto el sonido, lo que nunca pudieron conseguir. Wichi –el responsable del asunto- agitaba los brazos, gesticulaba, lanzaba denuestos. Por aquí, un micrófono rugía inmisericorde; por allá, no salía la voz; más acá, dos bocinas monitoras dejaban ver su desgarrado vientre; y todo el tiempo las luces provocaron un lastimero zumbido, escuchado a través de los altoparlantes.

Mas no importó. Subiste al flaco escenario para entregarte, para darnos tu alma caribeña, para dar el afecto crecido en la Isla grande, la fe nacida en Bayamo sesenta y dos años ha. No fue un obstáculo el zumbido, ni las fallas en tu micrófono o en la conexión del violín magistralmente ejecutado, ni el silencio permanente de uno de los pianos, ni el corte brusco de la corriente eléctrica mientras cantabas: “mírame bien, no creo ser el hombre que a cualquier dama asombre, y es que mi mejor tiempo pasó”.

Los istmeños –porque vinieron también de otras ciudades- se levantaron de sus asientos para ofrecerte un generoso reconocimiento, un atronador aplauso y el coro de voces gritando ¡Pablo! ¡Pablo! ¡Pablo! Y se hizo la luz de de nuevo, o más bien, la energía eléctrica; en medio de la oscuridad alcanzaste a bromear: No importa que no me vean si me pueden escuchar. Y regresaron las palmas querendonas y la iluminación.

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Así, nos ofreciste canciones de tus dos discos recientes e invitaste a recordar, a cantar, aquellas clásicas letras de tu repertorio; a reventarnos la garganta con un “eternamente te amo”, “todavía quedan restos de humedad”, “y de qué modo sutil me derramó en la camisa todas las flores de abril”.

A un lado, un batallón de cubanos humanistas, que prestan servicios educativos por acá, no cesaban de agitar sus banderitas patrias y un cartelón que rezaba: Pablo querido, Cuba te ama. Y tú regresándoles el gesto con besos enviados a lomos del aire, para dejarlos con el ánimo estremecido, con la cabeza haciéndoles bulla porque mañana -nueve de octubre- es el Día del Guerrillero Heroico, aniversario del asesinato del Che Guevara (y aquí estamos, consternados, rabiosos: dijo Benedetti).

Cómo no agradecer la epifanía de tus versos, el agua clara de tu ánimo bien fundado, la noche plena por ti bordada –como bordan mis paisanas su amoroso traje-, el arrebato de un público que no se aguantó y se vino a parar delante tuyo para mirarte con arrobo, Santo Varón de Bayamo y Cubas aledañas.

No más palabras, que hable la música, como expresó frente al público el presidente Alberto Reyna. Mientras se encienden todas las luces de la plaza juchiteca, tremolan todas las banderas de mi corazón. “Y aquí comienzo a callar para decirte”: ¡Que viva Pablo, qué carajo!

Artículo publicado en el PERIODICO ENLACE / Año 2005

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cultura

Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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