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Cultura

Actividad artesanal y del campo del Espinal de ayer

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La mujer espinaleña, antaño hogareña, fue envuelta en la influencia de la modernidad. Hasta un poco más de la mitad del siglo pasado, su vida transcurría abnegada al lado del esposo, “de su hombre”, dedicada a labores propias de su sexo como reza la costumbre zapoteca. Ella es la ama de casa que temprano hacía las tortillas en el comal después de llevar el maíz al molino de Onésimo “molinero”, y amasarla en el metate, poner la olla del atole y después la comida en la lumbre que produce la leña del bracero “lu dee” y en una mesa rústica o el reverso de una batea de madera servir el sustento a sus pequeños hijos. El marido, al campo, antaño fértil y productivo, trabajando desde el alba hasta muy tarde con su buena dotación de pozole de maíz cocido, cuuba, luego la memela, “bicúuni” y guetadxa acompañada de pescado horneado, salsa de tomate, cebolla y chile, o bela bihui bidxuni con menudencia y moronga, see bélabihui, que come a medio jornal, ahí en la milpa, bajo la sombra fresca de un caolote, lláana.

Qué tiempos aquellos, que con nostalgia se recuerdan, cuando la dieta era frijol, “bisaa”, carne asada al carbón “béela doo biigui lú búu”, tortilla blandita “gueta dxa” y totopos “gueta huana” con queso fresco y mantequilla del día de Ná Pastora Toledo para la merienda vespertina. Cuando se iba al mercado del pueblo y con veinte viejos centavos podía adquirirse trozos de hígado de res con salsa verde con doña Patricia Benítez “Ticha Vete” o cecina oreada de Ná Manuela y chicharrón calientito de Ná Mila Cabrera y Ná Mela Chema.

Se recuerda también el pan de yema exquisito por lo bien amasado y cocido de las panaderas como Ná Ntoña Mán, Ná Yoda Tino y Ná Chilla Del, Tina Manuel, Juana César, Ná Valentina Fidel, Ná Tona Tin, a cinco centavos viejos por tres piezas, allá por 1950 y en los últimos años, más caro, con la señora Narda. Actualmente, las panaderas traen su producto de Ixtaltepec.

Todo lo relatado quedó para la memoria grata, aunque con nostálgica tristeza. Es probable que fuera un signo de la austeridad de aquellos tiempos, por la marcada pobreza monetaria prevaleciente. Es que no había circulante y mucho se adquiría de lo producido, por medio del “trueque”.

Transcurrido el tiempo, a partir de los años 70 del siglo XX, los utensilios rústicos de la cocina, “llo ussina”, empezaron a ser reemplazados: el bracero quedó en el pasado y llegó la estufa con quemadores de gas, el metate y el molcajete fueron suplidos por la licuadora para la salsa de tomate picosa, el refrigerador para conservar el alimento, ya no en el “Bixoñe” o “lade doo”, que es una pieza zurcida de mecate entramado pendiente del techo de la cocina rústica donde se guardaba la carne, la cuajada y la mantequilla. Ahora para qué calentarse en la lumbre del comal y hacer las memelas, o rasgarse el lomo para moler el maíz cocido para la tortilla y el pozole, si es más cómodo comer la elaborada en la “máquina”, el grano, importado además, de dudosa calidad, o cocer arroz con agua, azúcar y canela, leche extraída de la vaca por efecto del clembuterol cancerígeno.

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La cecina oreada de sabor y olor natural “bela viguí lu búu” ya no es la carne de la res que se alimenta de pastura que nace a flor de la tierra pródiga. Sabe a fertilizante químico al igual que el queso cuajado con pastilla. No se toma el agua extraída del pozo conservada en la “tinaja” fresca de barro, que se sostiene de una “orqueta” bajo la sombra de un almendro. Ahora es el agua purificada de botellón sometido a tratamiento químico, los que pueden, o de la red pública de tubería, un poco más higiénico.

El campesino, el hombre de campo, ya no cumple su jornal. Empieza tarde y termina temprano y si el día fue antecedido de una fiesta o convivio social simplemente no va. Cuando dispone ir, si acaso lleva algo para el almuerzo y mucho antes que el sol se sitúe en el cenit al medio día, recoge su apero, su machete y da por concluida la faena. Ya no rinde pues, porque no quiere esforzarse, la pereza es su aliada y lo demás lo deja para el siguiente día con la misma rutina. El laborioso espinaleño de antes ya no existe, hoy ya no se consigue un peón de campo en Espinal, el labriego llega de los chimalapas y petapas, la Blanca, etc. que inclusive se han quedado a vivir aquí, con precariedad.

*Tomado del Libro “El Espinal, Génesis Historia y Tradición/Autor: Luis Castillejos Fuentes/2019.

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cultura

Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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