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Cultura

Celebrando a Henestrosa en sus cien años

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I
A modo de presentación
Mucho se escribió sobre Andrés Henestrosa, cientos de litros de tinta se vertieron para estudiar al indio que salió de San Francisco Ixhuatán siendo barro y regresó convertido en bronce (1). En cientos de hojas se explicó el trabajo literario del hombre que nació un 30 de noviembre de 1906 y en el 2006 cumplirá un siglo de vida.
Cientos de horas ofrecieron hombres de letras al análisis de sus dos más importantes obras: Los hombres que dispersó la danza (1929) y El retrato de mi madre (1940); la primera catalogada junto con los libros La tierra del faisán y del venado (1922) de Antonio Mediz Bolio y Leyenda de Guatemala (1930) de Miguel Ángel Asturias, como la más importante obra de la literatura indigenista de principios del siglo XX. El segundo libro junto con La visión de Anáhuac de Alfonso Reyes y Canek de Ermilo Abreu Gómez, es la obra mexicana más veces editada.
Cientos de estudios se enfocaron a la vida del zapoteca-huave que nació con el susurro de la Revolución Mexicana y que un caluroso día de 1921 dejó a su madre Tina Man y emprendió su viaje a la Ciudad de México con sólo 30 pesos en la bolsa y una muda de ropa. Cientos de líneas le dedicaron al joven que gracias a Antonieta Rivas Mercado pasó de la manta a la sabana holandesa, del tepache a la champagne, de la mezclilla al casimir inglés.
Miles de cientos de segundos le brindaron historiadores de la cultura mexicana al escritor que en 1936 fue becado por la Fundación Guggenheim de Nueva York para realizar estudios acerca del significado de la cultura zapoteca en América. Cientos de entrevistas efectuaron periodistas al fundador de revistas y periódicos como Neza (1935-1937), Letras Patrias (1954-1958) y Mar abierto (1985).
Podríamos enumerar cientos de logros en la vida y obra del hombre que durante más de medio siglo fue objeto de estudio, admiración y envidia, pero siendo este trabajo un humilde homenaje a sus cien años de vida, le dejamos a él las palabras, las cuales fueron vertidas en una entrevista efectuada en su casa de la Ciudad de México.
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II
Si quieres que no te olvide
La primera vez que conocí a Andrés Henestrosa tenía tan sólo 15 años. Como extraño regalo de cumpleaños mi papá me llevó a verlo a la Ciudad de Oaxaca, en donde presentaba su libro Agua de Tiempo, recopilación de todos los artículos que escribió para el periódico Novedades por 31 años. En esa ocasión mi padre hizo el enorme esfuerzo de comprarme el libro para que él me lo autografiara.
Como todos los invitados, me formé y esperé mi turno. Después de media hora llegué hasta él. Los más de ochenta años que marcaban su calendario personal no le impedían empinarse copas de mezcal en un dos por tres, tampoco le impedían coquetear con las jóvenes que fungían como edecanes.
Me miró y sonrió, con una excelente caligrafía me escribió en la primera hoja del libro “Cuando seas grande encontrarás un libro no como éste, sino mejor. Lo sé”, y efectivamente, me encontré con mejores libros desde entonces, pero ese primer acercamiento con el recreador de las historias del conejo y coyote, que mi papá me contaba de niña, fue mi mejor regalo de cumpleaños.
Con el paso de los años, ya avanzada en edad, volví a ver a Henestrosa, es esa ocasión lo visité con un amigo en su oficina, ubicado en el centro histórico de la Ciudad de México. Sin perder la costumbre llegué al lugar sin hacer cita, por suerte me recibió sin protestar. Recostado en su sofá, rodeado de libros me sonrió.
En esa ocasión fui a pedirle un apoyo económico para editar el primer número de una revista cultural que creaba con otros jóvenes juchitecos. Me tomó de la mano y me dio un beso en la mejilla, yo no me resistí para nada. Él, al ver a mi amigo le preguntó inmediatamente sin soltarme la mano.
-¿Es tu hermana? Le preguntó
-No- le respondió mi amigo
-¿Es tu novia?
– No- le volvió a decir
-¿Es tu esposa? y nuevamente el tímido No se escuchó en el cuarto.
Me miró sonriente y durante la hora que estuve platicando con él me acarició la mano gentilmente, yo gentilmente no protesté. Del apoyo por supuesto que no recibí nada, me fui maldiciendo y de coraje le robé un libro de su amplia biblioteca, libro que luego obsequié a mi amigo y que le ayudó muchísimo en su formación literaria.
Aún con esa decepción, en el fondo, estaba feliz porque había conversado con uno de mis escritores favoritos. El tercer encuentro con Henestrosa se dio cuando realicé esta entrevista especial en homenaje a sus cien años de vida.
Por una hora me perdí con el mismo amigo por la gran capital buscando la calle Andrés Henestrosa (antes Ahuehuete). Llegamos a la casa del escritor ixhuateco con media hora de retraso a la hora fijada por su hija Cibeles, ésta nos recibió sin rezongar.
Nuestra llegada perturbó la tranquilidad del hogar que durante años compartió con su gran amor Alfa Ríos. Henestrosa al sentir nuestra presencia en la sala de la casa gritó a todo pulmón desde su cuarto.
-¿Quién es?
-Son los periodistas que vienen a entrevistarte- le contestó fuertemente su hija.
“Ha estado un poco enfermito últimamente. Tiene tos”, nos informó Cibeles mientras nos conducía hasta su cuarto. Después de algunas recomendaciones nos dejó con él.
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Niña cuando yo muera
Después del riguroso saludo, Henestrosa sin levantarse de su cama me abrazó como si fuera una gran amiga suya, yo no tuve más opción que responder. Me ofreció dos besos en las mejillas y agradeció la visita, por supuesto que no se acordó de mí, ni de mis anteriores encuentros con él.
En pijama, en su cama y ayudado con un aparatito colocado en su oído derecho nos escuchó atento y respondió nuestro cuestionario lo más lúcido que pudo, aunque en varios momentos la terrible tos que le afectaba, la lentitud y casi sepulcral voz; la sordera y las trampas de la memoria dificultaron la entrevista.
Roselia Chaca: ¿A sus cien años, Andrés le teme a la muerte?
Andrés Henestrosa : A pesar de que espero la muerte, le tengo mucho miedo. Hay noches en que no puedo dormir, pero duermo bien. Despierto a las nueve, me llaman para desayunar y luego regreso a la cama a leer. Siempre he leído un libro, tengo esa buena costumbre, no hay pena, no hay dolor con la lectura de un libro.
(Una flemática tos lo detuvo unos instantes. Después de unos segundos una respiración lastimera salió de él, la cual lo acompañó durante toda la entrevista)
Yo le tengo mucho miedo, pero mientras espero, no queda otra cosa más que travailler travailler travailler (trabajar, trabajar, trabajar)
RC:¿Qué es lo primero que piensa Andrés al despertar?
AH- Pienso que he vivido o he muerto un día más. Me gusta la luz del día cuando se asoma por la ventana en el momento en que la muchachita (trabajadora doméstica ) recorre la cortina y veo la luz de Dios, y es ahí cuando le juro a la vida amarla y defenderla, serle útil a mis semejantes. Aún en este instante la espero (la muerte), no sé la fecha exacta pero llegará. Mi mamá vivió 103 años, yo viviré 111, me gustan los números iguales
RC-¿En cien años Andrés escribió los libros que quiso? ¿Tuvo los amigos que quiso?
AH-No, sólo fueron aproximaciones a lo deseado, pero sí he leído lo que he querido. Durante cien años he tenido muchos amigos, pero ya ninguno vive, sólo me queda el consuelo de que se me adelantaron en el camino, zanirucabe (están encaminados) De mis amigos sólo veo cruces y sepulcros. Tuve amigos como los años, entre ellos Rivas Mercado
RC:¿Le dolió su muerte?
AH-Rivas Mercado me ayudó mucho. Un día llevé a mis amigos a su casa, ella les tocó música clásica, mis amigos fingían que estaban entendiendo, entonces le dije- Señora toque uno que entiendan mis amigos, algún corrido, algún vals mexicano- ella sólo se río. Me ayudó mucho, con ella viví a la francesa, en su mesa nunca hubo frijoles ni tortillas. Su muerte es difícil de explicar. Después de la derrota de Vasconcelos se fue con él a Francia, allí vivieron pobremente. Vasconcelos entregado a su labor filosófica. Él tenía amigas pasajeras y la dejaba sola, pero Antonieta seguía con sus ilusiones. Un día le preguntó- Oye Pepe ¿Tú verdaderamente me necesitas? En vez de contestar el hombre y tomarla en sus brazos y darle un beso, le dijo el filósofo- Nadie necesita de nadie. A la media hora se pegó un tiro. Yo me enojé mucho con su memoria, porque entonces el suicidio para mí era un signo de cobardía, era falta de fuerza, de enfrentarse con la realidad, siempre cruel, siempre dura. Ahora ya me reconcilié con ella.
RC:¿Durante un siglo cuáles han sido las virtudes y las debilidades de Andrés?
AH-Virtudes muy pocas, debilidades, todas las debilidades humanas, al final de la vida uno se da cuenta de todo eso. La muerte da zancadillas en el camino, por eso hay que estar preparado y poner en practica nuestras virtudes, nunca está de más dar consuelo al que sufre, dar un pedazo de pan al hambriento, un consejo cuenta mucho… Un día estando en Ixhuatán, recién muerta mi pobre mujer, estaba dispuesto a ponerle fin a mi vida. Mientras escribía una carta de despedida llegó un muchachito a mí. Miguelito Pérez se llamaba, trajo su guitarra y me cantó una canción que oí cuando era niño, pero agregaba un estribillo que no tenía la canción (canta)
//Allí va la despedida/como San Pedro en Roma/Entre tantos gavilanes quién te cogerá paloma//, con esas palabras me salvó, porque estaba dispuesto a suicidarme. Llegó milagrosamente, después adquirí conformidad.

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III

Canta La Martiniana, mi vida
RC- ¿Te acuerdas de Tina Man (su madre)?
AH- La recuerdo siempre. Cuando fui un niño llegamos al extremo de la pobreza, habíamos sido ricos, habíamos vendido ganado, nos fuimos al monte a vivir. Ella fue un ejemplo a seguir siempre está en mi mente, siempre, ahora más que nunca, mucho más que mi padre.
RC- ¿Y Alfa (su mujer)?
AH- (Volteó la mirada hacía una fotografía de Alfa colocada en la pared de su cuarto. Al hablar de ella su voz se volvió melancólica). Allí la veo, redaganabe naa (viene a visitarme), siempre me pregunta en zapoteco xi huayune (qué he hecho), xi huayuaa (cómo he estado). Me dice -Ma chi gusaalu ti gayuaa iza, cadi cá iquelu’ gatilu’ la’ (Vas a cumplir cien años, no estás pensando en morirte? (carcajeó tosiendo y nosotros con él).

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IV

No me llores, no
RC- ¿Y Los hombres que dispersó la danza?
AH- Es un libro muy hermoso, hace como unos tres años un escritor francés recordó que en América los mejores libros son: La tierra del faisán y el venado, Las leyendas de Guatemala y Los hombres que dispersó la danza, que escribí a los cinco años de haber llegado a México.
RC- ¿Y la generación de Neza. Qué piensas de tus amigos que luego fueron tus enemigos?
AH- De Wilfrido C. Cruz, su falla es que no hablaba el zapoteco, su libro tiene algunos aciertos pero no es un libro como creen, de primera, cuando hablas de la cultura de un pueblo necesitas saber su idioma, somos el idioma que hablamos. Gabriel López Chiñas editó un libro que está copiado de Los hombres que dispersó la danza, fue mi amigo pero luego fue mi rival, las cosas que él contó están en Los hombres, algunos poetas y escritores se proclaman los mejores. Yo me fui a Estados Unidos y dejé en manos de ellos la revista Neza, la transformaron, hay cosas que pueden mejorarse. Es una tontería ser enemigo de otro del mismo oficio.
En una ocasión iba con un hombre, de apellido Ortega a Salina Cruz, me dijo -dice Gabriel López Chiñas que la danza no dispersa- yo le contesté inmediatamente a Ortega -si él lo dijo, usted no ande repitiendo las pendejadas que oye- (río, pero su risa se entrecortó por la tos) Yo soy anterior a ellos, fui un muchacho muy culto, que había leído todos los libros de asuntos indígenas y me adelanté a publicar y escribir, luego todos se proclamaron mis enemigos.
RC- ¿En los cien años Andrés también conoció la política, qué piensa de la política?
AH- Está muy mal, porque (La respuesta fue bruscamente interrumpida por su hija, quien desde su cuarto nos gritó que los temas políticos no habían sido acordados. Además nos indicó que ya habíamos fatigado a su padre, quien ya mostraba síntomas de cansancio, así que nos vimos obligados a dar por concluida la entrevista, no sin antes preguntarle dónde celebraría sus cien años).
Henestrosa entusiasmado contestó -En tres lugares; en Ixhuatán, donde nací, en Juchitán, donde fui a la escuela y en México, donde leí todo lo que pude.
Después de expresarle mi gratitud por la entrevista, me volvió a extender sus brazos y los rigurosos besos en las mejillas no faltaron, nuevamente acepté sin poner resistencia, pensando que quizás nunca existiría un cuarto encuentro, así fue, no la hubo.

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cultura

Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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