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Cultura

La Campana

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De San Vicente, patrón de Juchitán, se cuentan milagros armoniosos, entre otros haberes hecho él mismo santo.

Era en una ciudad de la tierra y, niño, hacía con sus amigos los trabajos inútiles de las travesuras. Y uno y otro día. Otra mañana, cansado de los mismos juegos propuso jugar Tinguih-Vidoh1. Dos juntaron los brazos para formar la silla. Formada, fue Vicente quien se sentó sobre ella y, precedió de rezos, dieron vueltas en torno de un templo imaginario. Pasados los brazos de cansancio quisieron bajarlo, para el santo de mentiras era verdadero. De madera, estaba lejos de ser blando como hacía un instante. Desde ese día se le adoró en mi tierra.

Una vez, dejó la ciudad para desaparecer; ninguna señal dibujo su ausencia y nadie, por sabio que fuera, pudo decir dónde se encontraba. Mientras no estuvo en su iglesia, fabrico una campana; le puso un sello y salió a la cinta blanca de la playa a soltarla en los brazos verdes del mar. Y mandó avisarnos que, con los ojos muy abiertos esperáramos en la orilla del agua que las olas la arrojaran. La noticia, nueva en la ciudad, recorrió todas las calles y toda la gente supo que el santo vivía y no olvidaba su iglesia. El pueblo todo, corrió a la arena. La distancia tendida a la intemperie entre la ciudad y la costa no era larga; pero por angosta tardaron en llegar. Y para reunirse, porque uno caminaba delante de otro, el tiempo se le adelantó.

El sol calentó el aire y la arena quemaba los pies. Cansados de esperar, buscaron huellas y un hilo largo encontraron en la costa. La sarta de huellas fue más allá de donde ellos podían ir sin avisar a sus mayores. Volvieron corriendo a la ciudad y la campana vieja vació su llamada en el aire, y sin saberlo, porque la angustia era grande y llenaba totalmente el pensamiento, la gente se congreso en torno de la iglesia, como si todas las calles pasaran por su puerta.

Sabían que los que cicatrizaron la costa con sus pasos eran los mismos que recogieron la campana. Nadie dudaba que eres los hombres de San Mateo del Mar.

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Se nombró entonces, una comisión de diosas para que fuera a recuperarla. Sin seguir la huella, las diosas elegidas caminaron en el aire y sin hacer ruido, como sombras, mientras la tarde iba borrando la distancia. Llegaron muy noche. El corta-mortaja cortaba con las tijeras de su canto la franja del silencio. Dormían los perros y las puertas, dos veces más fuerte, estaban atrancadas.

Subieron a la torre y con las puntas de los dedos desataron, para bajar, el bronce. A una de las diosas le tocó cortar el badajo. Para no romper el ritmo que, como la línea recta las mantenía erguidas, anduvieron con santo temor y el viaje no sonó; y aquella forma de caminar guardan dese entonces en los pies y asoma, hasta hoy, la cabeza en sus danzas.

De vuelta, pasada la barda de monte que cae sobre la vía, los grandes cuadros de los sembrados y cerca de Dánih-Bácusha, la diosa soltó el badajo. Y éste cayó sobre la campana y el ruido se fue de espaldas hasta San Mateo y despertó a sus habitantes.

Los dioses Huaves, como plumas, por livianos, subieron a la torre y la torre no pudo hablar. Diferentes a la diosa zapoteca, golpearon la tierra con su andar apresurado y, poco tiempo después, estaban junto a ellas. Sus voces y sus pasos, en la quietud de la madrugada, anunciaron, desde lejos, su proximidad.

El camino se perdía a cada paso; se encontraba para caminar recto un gran trecho y volvía a perderse. En una de tantas vueltas, algunas diosas se ocultaron en el monte y otras se hicieron árboles recordando su origen,2 y cuando el camino debía alcanzarlas, la campana estaba sola. La diosa que la hizo hablar, no tuvo tiempo de ocultarse y conservando su forma se hizo piedra junto a la campana. Un dios marino vio en ella a una de las diosas zapotecas, y la maldición que como piedra le rodó de la boca, la petrificó para siempre.

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Con el bronce en los hombros, regresaron al pueblo y en la torre de su iglesia, otra vez se ve colgada una enagua de bronce.

Una noche, varios días después, el mar comprendió su culpa, rompió su cauce y salió hasta la iglesia para arrebatar la campana; pero la casa tenía horcones hondos y le falto fuerza para arrastrarla. Todo porque desde el primer día que la tuvieron de nuevo cada vez que la noche pasa de jacal en jacal amarrando una llama en la punta de los cirios, la campana llora y los hombres se reúnen.

Y uno, el que lleva el madero largo de mando, nombra una comisión de hombres para que la cuiden.
-No sea que a los juchitecos les ocurra volver.

1 Tingui-Vioh.-Este juego- Era de la silla de manos-significa en zapoteco mecer santo.
2 Los primeros zapotecas se decían descendientes de los árboles, de sus raíces.

*Tomado del Periódico “NEZA”/Órgano Mensual de la Nueva Sociedad de Estudiantes Juchitecos/Julio de 1936/México D. F.

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cultura

Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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