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Cultura

El baño

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Sabía, él sabía perfectamente que esa era la hora del baño de la mujer; después de haber levantado los trastos de la mesa, luego del desayuno y de lavar los utensilios, enseguidita de terminar el barrido del patio, de recoger las hojas del almendro, que en noviembre caen por docenas y tapizan el patio de tierra en casa de la tía Wilbia, al poniente del pueblo, allá por donde se miran solo unas cuantas construcciones en proceso, paredes pelonas sin acabado, escombro, arena regada, cagazón de perros, caminadero sin fin de marranos que parecieran extraviados pero que al primer grito de la patrona –cuuuchi, cuuchi- regresan encarrerados para trompear en la canoa llena con el desperdicio, sobras de la comida, maíz gorgojiento, tortillas duras.

Los pocos niños del rumbo se han ido a la escuela, al kínder unos, a la primaria otros. La tía está en el mercado, haciendo la venta, desventrando mojarras, quitándole escamas a los huachinangos.
Muchas veces la ha seguido con la mirada por la calle, sin aventurar los pasos para evitar que la gente murmure. Ha caminado junto a ella, como si coincidencia fuera, para decir las voces de su arrobo, para susurrarle cuánto el corazón y la piel claman por ella. Pero un presunto desdén, traicionado por una levísima sonrisa, es la respuesta única. Esa ligera curva festiva en la boca es lo que ha mantenido en pie la esperanza de un encuentro.
Silencio, no se oyen más que las ramas de los árboles frotándose entre sí, meneadas por este viento que no deja de soplar. Viento de difuntos le llaman. Elodia llena con agua de la llave un par de cubetas y las lleva al rústico baño, un cuartito instalado al fondo del solar, hecho con carrizo entrelazado de apenas un metro y medio de alto, que tiene por puerta una pesada tela suspendida de un mecate de henequén. El aire menea la puerta.
Visiblemente nervioso, volteando hacia todos lados, percatándose de que nadie lo mira, Manuel se acerca al improvisado lugar. Elodia comienza el ritual, se despoja del huipil, de la corta enagua, no lleva sostenes así que enseguida levanta un pie y luego el otro para dejar a un lado sus calzones. Como una bandera pende de un carrizo la pantaleta, movida por el aire de este noviembre que no ha sido tan frío como el de otros años, por eso la muchacha sonríe mientras toma la jícara de morro, la llena con el agua que deja caer, fresca, sobre su cabeza, sobre sus hombros. Entrecierra los ojos para sentir cómo caen los chorros entre la curva de los senos, sobre la negra vellosidad que ella agita suavemente con la mano izquierda; desliza tres dedos por el sexo para enjuagarlo ligeramente, antes de comenzar a frotar con el jabón su moreno cuerpo.
Ahora toda su piel es un campo sembrado de espuma blanca, un bosque nevado, aunque Elodia nunca ha conocido ni conocerá, seguramente, tal nieve. Cae de nuevo el agua y se lleva los rastros del jabón. Reinicia la ceremonia de limpieza, la honorificación de la piel, se limpia las orejas, las axilas sin depilar (ella detesta la tarea infecunda de la navaja de afeitar, el filo que corte los vellos, pero se enjabona religiosamente esa zona), la línea que corre sinuosa entre sus rotundas nalgas.
Toma de nuevo la pastilla limpiadora, la frota con suavidad sobre su vientre hasta mirar cómo nace el venus de la espuma. Deja la rosada pastilla sobre unos alambres que hacen las veces de jabonera y aplica enseguida los dedos índice, cordial y anular de su mano diestra por encima del oscuro monte, baja los dedos, acaricia los labios mayores, los separa con el índice y el anular, el dedo huérfano baja y unta la espuma en las paredes externas de la vulva.
A todo esto, Manuel sigue con ojos ávidos, con la tensión en la piel, los fervores de ese rito cotidiano, ceremonia que por primera vez se ha aventurado a observar. Tendido sobre su costado izquierdo, sin importar las incomodidades de la arena del patio, asoma la mirada rebasando apenas el muro vegetal, por debajo del trapo -puerta que no alcanza a llegar al suelo. Muchas gotas de agua le han caído sobre la frente, pero no han servido para atemperar la calentura que se apodera inmisericorde de él. La respiración aumenta de ritmo, una tensión incontenible se acomoda en toda la extensión de su piel, quiere decir algo, llamar a la bañante, pedirle que lo mire morirse, derretirse loco por el deseo, dejar los riñones, la vejiga, el hígado, untados sobre el suelo, deshacerse entero para que Elodia mire la silueta descorazonada que se esfuma.
Cuando la mujer (veinte años, dejada del marido que se fue a trabajar en la construcción de dios sabe qué hoteles, allá por Cabo san Lucas) bordea los límites de los gruesos labios, labios que no han conocido hombre desde hace más de medio año, labios que se hinchan con el contacto de los dedos, Manuel aprieta con la mano derecha un rígido miembro que ha estado sobando desde el principio del ritual. No puede más, impotente desde la potencia que nada en el vacío, deja salir el nombre de la mujer, con el fervor con que se clama a una milagrosa imagen: ¡Elodia! –dice y abre los ojos desmesuradamente.
-Ay, Jesús –dice la mentada, al tiempo que voltea para ver la cabeza de un hombre que yace suplicante. Se asoma y se percata de las trazas en que se halla Manuel. Entonces, extiende la mano derecha enjabonada.
Santa María Xadani.

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cultura

Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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