Desde los inicios del hombre, la política ha estado presente, no de la forma en que ahora la conocemos, más bien en tiempos de antaño, sin estructuras ni ambiciones, se logró consolidar el raciocinio entre aquellos primeros pensantes de la tierra que permitió crear la política que establecería y regiría los estilos de vida que el hombre experimentó hasta llegar a la civilización.

El humano es un ser social que se ha valido de la interacción con los demás para cubrir sus necesidades, por ello, la sociedad tuvo la obligación y el deber de hallar sus patrones conductuales a través de la apropiación de roles que han emanado de la organización y el acuerdo que el hombre adquirió para vivir en concordancia según las características de su tiempo.

La primera sociedad que existió fue la familia, que no necesariamente tenía la conformación típica de un padre, una madre y unos hijos; sin embargo, en ese momento se convirtió en el núcleo de la sociedad, siendo este el punto en el que aparece la necesidad de encargar a una persona el dirigir y organizar a las otras; dicho de otro modo, la necesidad de un gobierno.

Cuando se habla de política, inmediatamente se asocia con el poder que ésta representa al tener la facultad de estipular la gobernanza que afectan los asuntos de una sociedad o de un país. Bajo este concepto, el poder se generaba a través de la política y la política a través del poder, es decir, residían en el mismo sitio.

El fenómeno del poder y la política es global, cada continente y cada país, tiene su particularidad para ejercer ambas facultades, al adentrarnos a nuestro contexto mexicano, se puede notar la desconexión que ha habido entre estos dos elementos supremos.

Para aterrizar con ejemplos, la historia nacional nos ha contado ampliamente los acontecimientos que vivieron los súbditos mexicanos bajo el régimen de Porfirio Díaz, quien gobernó durante 1876 a 1911; en este periodo considerado como “El Porfiriato” la política y el poder giraban en torno al positivismo, que aludía al orden y a la paz de la nación, convirtiendo estas particularidades en los pilares del gobierno porfirista.

Cada personaje consagrado como máximo mandatario en el gobierno mexicano ha tenido sus cualidades, errores y aciertos (algunos, más errores que aciertos), durante el Porfiriato, se ejerció una excesiva represión hacia los civiles que se atrevían a manifestarse en contra del gobierno, en este periodo se podría tildar que ni la democracia ni la libre expresión existió y que la represión ejercida como estrategia para establecer el orden y la paz, fue por la personalidad y disciplina que Díaz se forjó durante su carrera militarizada; por las circunstancias de aquellos tiempos, esa forma de gobierno funcionó. Clara prueba, de que el poder y la política estaban del mismo bando.

Debido al auge que causó el capitalismo, la política que creó Porfirio Díaz junto a sus asesores los ministros de hacienda, Manuel Dublán, Matías Romero y José Limantour, se encaminó intensamente a priorizar el avance en la economía del país, lo cual representó un acontecimiento importante, pues gracias a esto, México se consolidó hasta entonces como una potencia económica entre naciones.

Aun llevando las riendas de una nación de forma rígida y autoritaria, sin interrupciones en el mandato ni separaciones entre el poder y la política, Díaz logró posicionarse en un marco de aceptación y respeto, su presencia imponía obediencia, puesto que su notable y destacada preparación en la carrera de leyes, la experiencia y sabiduría que le dejó ser profesor de latín y sus hazañas como militar, lo vanagloriaron como un personaje ejemplar y de máxima lealtad a la patria, el triunfo de las incontables batallas donde él fungió como General lo hicieron acreedor de varias condecoraciones nacionales e internacionales; era considerado un héroe, capaz de asumir el cargo presidencial, sin embargo, era temido y también repudiado por muchos debido a sus acciones represivas a sangre y fuego, lo cierto, es que existía una estabilidad y un progreso constante en aquel México.

Ahora, en nuestros días, la balanza que representaba la igualdad entre el poder y la política se ha inclinado desenfrenadamente favoreciendo al poder, otorgando fuerza a grupos que no precisamente buscan el bienestar del pueblo mexicano, pero que ha puesto en jaque mate a los representantes de la élite política, ahora, no sólo los gobernantes se benefician posicionando sus intereses por encima de los gobernados, sino también lo hacen ya, los grupos mafiosos que han obtenido poder haciendo alusión al secuestro y al narcotráfico generando violencia, miedo, caos y descontrol en el país.

Basta con recordar el circo, maroma y teatro que el capo catalogado como el más buscado del mundo ha protagonizado en recientes meses, sometiendo al gobierno a crear estrategias que le han valido su privación a la libertad por periodos cortos, saliendo a “talachar” con plena libertad cuando él lo dispone. Teniendo acceso a los medios de comunicación más demandados para decir y contar su historia, “conquistando” a actrices dispuestas a realizar su biopic y hacer de su vida un ejemplo, un personaje para ser admirado y por lo tanto, un modelo a seguir para los que vienen.

El poder que ha generado la mafia ha roto esquemas, ha dejado a la política a un lado, ojalá fueran dos facultades antagónicas, es decir, que la política luchara en contra del poder con el objetivo de estabilizar la paz. Pero no, el poder se ha convertido en padre de ésta.

Es lamentable oír a niños decir sus aspiraciones, que cuando grandes quieran ser como el “Chapo”, portar armas para hacer lo que se les antoje y tener a las “hembras” que deseen. En otros tiempos, los niños deseaban ser policías, bomberos y doctores.
La desvinculación entre el poder y la política referida hasta ahora, pretende llegar a los escenarios de la “heroica” Juchitán, municipio que supo trascender nacionalmente por su heroísmo político de izquierda, imponiéndose sobre el gobierno priísta al obtener por vez primera el triunfo en las elecciones municipales, demostró que la política izquierdista de los 80´s salió avante ante el poder represor que emanaba desde la silla presidencial del país.

El triunfo se consolidó debido a que sus líderes eran personajes recios, patrióticos, empáticos con el pueblo. Estudiantes comprometidos que no querían hacer política, no querían tener poder, sólo querían justicia, tierra y libertad. Eran seguidos por el pueblo sin temor, confiaban plenamente en ellos, lo que permitió forjar una organización respaldada con principios políticos generando a la vez poder.

Ahora, los alcances del poder han masacrado la política izquierdista, ya no queda nada de aquella iniciativa, aquellos líderes ya no están y los contemporáneos nacieron con precio. El pueblo ya no cree, vive con miedo, viendo con tristeza e impotencia que las decisiones de los dirigentes obedecen intereses extranjeros.

Los grupos delictivos se incrementan, los mafiosos se apoderan de las calles a plena luz del día, muertes, asaltos y secuestros a diario. El poder se divorcia de la política y queman las puertas del palacio para ser escuchados, para ser atendidos, para cobrar la dichosa nómina, sabrá Dios si se merezcan ese estimulo, muchos son aquellos que se ganan la vida despertando a las 3:00 am y descansando a las 3:00 am sin hacer tanta grilla.

Por otro lado, el poder que se ejerce fuera de la política podría ser una oportunidad para derrocar a ese gobierno corrupto, siempre habrá buenos ideales que estén dispuestos a realizar una revolución en pro del pueblo como se ha intentado en varias ocasiones, lamentablemente no se ha podido alcanzar el éxito deseado porque los líderes han sido callados y quebrantados o en el peor de los casos, han sido comprados. Delegar el poder a una sola persona no es lo viable, lo viable es darles vida a millones de voces para ser una sola, inquebrantable, con un mismo fin.

Con la política empobrecida y devastada, aunada al poder en manos de la mafia, el pueblo ha tenido la necesidad de empoderarse a su manera. Ante la ineficiencia de las autoridades correspondientes, el hartazgo de los ciudadanos ha propiciado tomar justicia por sus manos, vengarse de sus caídos (inocentes, algunos), capturar con tortura y salvajismo a una serie de personajes que con sus actos delictuosos desangran aún más la herida de la impunidad que padece Juchitán.

Finalmente, haciendo alusión a los representantes del gobierno actual, Peña Nieto y Saúl Vicente, tienen algo en común, no cuentan con el respeto ni la aceptación que en su momento tuvo Díaz, el pueblo está inconforme con sus gobiernos, no hay progreso, orden ni paz, en vez de eso hay muchas promesas incumplidas, ineptitudes y hasta torpezas.

La esperanza que dejó al pueblo juchiteco, que un militante del pasado fungiendo como uno de los principales promotores de la cultura llegase a la alcaldía municipal, se acabó cuando sus acciones parecían corresponder a las órdenes emitidas por sus antecesores. No fue suficiente contar con el cargo de presidente municipal para evadir las secuelas del poder que aún pertenecía a los dirigentes del pasado. La política una vez más perdió ante el poder y los resultados son las acciones de desobediencia, inconformidad y violencia que ha puesto a Juchitán en la cima de la psicosis en lo que va de este gobierno.

Para lograr la estabilidad integral del país y por supuesto de nuestro municipio, ¿será idóneo que la política y el poder se conjuguen nuevamente?… o ¿será mejor aprovechar la debilidad de la política sin el poder para hallar propuestas de orden extremista?