Cultura
Oración por Macario Matus
Macario:
Se ha nublado la tarde en vísperas de tu sepelio en Juchitán. La humedad del aire trae aromas de yodo de la mar cercana. Tu cuerpo viaja desde la ciudad de México para venir a reposar, fertilizar, a la tierra que vio pasar tu infancia y miró cómo entregaste diez maduros años de tu generosidad, de tu ternura, tus desvelos.
Tú, que no eras afecto a las salidas repentinas, vienes hoy lentamente recorriendo medio país para llegar a bendecir nuestros recuerdos, en una itinerancia que no tenías programada ¿o acaso habías pensado detener tu corazón cuando apenas cumpliste los sesenta y seis años de vida bien vivida?
Y quién puede ahora dudar de la vitalidad con que abordabas cada día, con que bordabas cada día sobre el terciopelo brillante de tu imaginación, de tu invaginación, como léperamente repetías. Quién puede olvidar tus bromas, tus afanes incansables de espíritu chocarrero, tu ágil juego de palabras que brotaba incansable como de alguna mitológica fuente para lacerar al destinatario y provocar la carcajada de los contertulios.
Tampoco podemos soslayar las tardes aquellas en que nos fundíamos en esa otra fuente mitológica que era La flor de Cheguigo, bebedero en que se encontraban nuestras ansias por aprender, por hallar el hilo que nos condujera a una nueva lectura, a un nuevo autor, o algo que tú hubieras descubierto en tu zambullida matutina por los libros de la biblioteca de la Casa de la cultura.
Ah, la Casa de esos tiempos, tu casa. La que condujiste con sabia mano de piloto conocedor de océanos varios a lo largo de diez años. Tiempo productivo, jornadas felices donde nos juntábamos para conversar largamente, para escuchar tus consejos, para recibir tu entusiasmo ante el asomo de nuestros balbuceos. Eras un gran árbol bajo cuya sombra, pintores, músicos y escritores aprendices, nos cobijamos.
Eras, sí, un árbol enorme, una ceiba, con las raíces profundamente hundidas en la savia más añeja de los tiempos, la que nos procuraron los hombres y mujeres de las nubes, los binnizá de la leyenda, los binnizá de la historia, los que no dispersó ninguna danza y que muy por el contrario nos heredaron estas flores y pájaros con que nos comunicamos cada día.
Esa raíz te llevó a colocarte al lado de los marginados, de los que menos tienen por que casi todo les ha sido arrebatado, de los que hoy suman más de cincuenta millones en este país de sueños. Desde esa orilla escribiste, en esa margen del caudaloso río juchiteco te ubicaste para cantar la construcción de la esperanza, de una esperanza que se envolvió en una bandera hoy desgarrada, pero a la cual cantaste con tu lira de poeta bien nacido, con ese tu corazón de barro y oro, con esa tu frente luminosa.
Desde esa orilla asumiste tu actitud ante la vida, por eso es que no te humillaste ante el funcionario o el político poderoso en turno, por eso es que fuiste capaz de decirles sus verdades o de lamentarte después para decir que todos son iguales.
Por eso volviste los ojos al futuro brillante de la poesía, de la pintura, de la música, por que el arte –decías- nos salva, nos redime. Y empujaste una vez más y desde siempre, para impulsar a los novicios, para ponerlos en una vitrina donde fueran bien mirados, para escribir acerca de ellos, de su potente juventud.
Y te hundiste de nuevo en tu escritura, en tus poemas, para elevar tu canto por el Juchitán de tus amores, por tus amores en Juchitán. Y así nos regalaste el paraíso de tus letras, un edén en que sobrenadan caderas de marfil y pechos de azucena, en el que sumergirse en las carnes de la letra es hallar el paraíso perdido en la noche de los muslos resucitados. Un edén, por arriba y por abajo, por delante y por detrás, donde se trasluce a todas horas tu espíritu chegueño, tu arteria juchiteca, tu alma de hombre niño, de varón celeste universal. Esa tu alma bienamada en ciertas alturas del valle oaxaqueño, en algunas calles y lugares de la antigua región más transparente, por diversos rumbos del Istmo, en las reconditeces de nuestro atribulado pecho.
Ayer, hacia las ocho cuarenta de la noche sonó el teléfono portátil, mientras comenzaba a mirar una película en el centro de Juchitán. Con la voz entrecortada por el llanto, entendible apenas, una mujer me decía que alguien había sufrido un infarto, no escuché el nombre de la víctima; pregunté y la respuesta vino desgarrada “Macario, Macario”, reconocí entonces de quién venían las palabras.
-Los doctores le dan pocas esperanzas –abundó la voz.
-Hay que esperar y pedir al buen Dios –fue mi contestación, antes de cerrar el teléfono. Diez minutos más tarde, el timbre volvió a sonar y la mujer detuvo el llanto para decir: Me acaban de avisar que ya murió Macario. Desde la pantalla del cine un tal John Dillinger dirigió su arma para disparar repetidas veces sobre mis sienes.
Hoy me siento a escribirte, minutos antes de acudir a tu velorio, para mirar acaso por última vez el transcurrir del tiempo sobre tu cuerpo, tu sombra, tal vez tu sombra. Mañana, la tierra se abrirá para recibirte, renacerás de nuevo el dos de enero, como cada año.
Le he dicho a los amigos, a través del correo posmoderno que te negabas a utilizar, que tu joven corazón de poeta no podía crecer más y dejó de latir. Pero no es cierto, tu corazón se queda con nosotros.
Cultura
Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024
Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad
Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.
Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.
En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.
El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.
Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.
Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.
Cultura
Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño
Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet
El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo, se torna, interesante para la mente infantil.
En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual, José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.
En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.
Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.
El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.
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