Hace muchos años, se manejaba una clasificación de partidos limitada. Recuerdo cómo dos consideraciones en los estudios sobre partidos me llamaron la atención: el “partido profesional electoral” y el “partido carismático”.

En el segundo de los dos mencionados, el lector principiante no alcanzaba a notar que esas organizaciones tendían al autoritarismo recalcitrante y su desarrollo se basaba en una figura única, personaje que con el tiempo le dotaba a esa organización de su estilo de intervención política. En el “partido profesional electoral” sucedía lo mismo, el calificativo instaba a pensar que había avanzado, tal y como se suponía lo había hecho el “partido carismático”, pues si bien en el carismático el pensamiento era de atracción desmedida (cuyo resultado fue terrible para el “nacional socialismo” en Alemania), en el “partido profesional electoral” se podría pensar que era un halago espléndido cuando en realidad el calificativo “profesional electoral” indicaba una degeneración organizativa que repercute en la intensidad de su compromiso como formador de la opinión pública.

Ni la salida deprimente de Pablo Gómez del Partido de la Revolución Democrática (PRD), ni la alevosía ostentosa de un Miguel Barbosa que ha venido aplicando a la sociedad mexicana una “discriminación positiva” hasta niveles insospechados (a una minoría, le es resarcible por medio de “afirmación positiva” el ascenso de niveles de vida prósperos hasta en tanto logre el estándar ponderado), podrá dejar a ese partido de izquierda ante una consecuente proyección de confiabilidad en los negocios electorales.

Alejandra Barrales se remonta a una actividad lucrativa cuyo desempeño estuvo ligado a la extravagancia de la vida complaciente del trabajo de “sobrecargo”. Legítimo como cualquier otro mérito estrafalario, desde esa posición ordenó metódicamente un ascenso fallido desde una clase sindical sumisa carente de objetivos políticos de amplio espectro, para aquellas épocas, y neurálgica, dada la atávica dependencia del consumismo que los vuelos comerciales practican en perjuicio del personal que se ofrece acrítica a la deformidad postindustrial. El PRD, industrioso, trascendido su carácter de partido artesanal, necesitado de diversificar su ventaja comparativa y competitiva, selecciona según el modelo preestablecido de las fracciones parlamentarias una “base social” emuladora de los partidos existentes que le sacaban años de fundación: “líder sindical” para la “comisión de trabajo”, “general retirado” para la “comisión de defensa nacional”, etnias emergentes para la “comisión de asuntos indígenas” y, de ser necesario un payaso para la “comisión de radio y televisión” al PRD le sobraban candidatos. De ahí que la honrosa trascendencia de Alejandra Barrales desde el “sindicato de sobrecargos”, fue una ilusión óptica de un partido que ha pasado de la emulación a la mercenarización, y se candidatea para proseguir su trayecto como partido carente de sentido social: “catch-all party”, “partido escoba”, “partido atrapalotodo” o “partido profesional electoral”.

El PRD no se encuentra herido de muerte ni desventajado como muchos opinan, ya los “chuchos” le han fortalecido con un “cretinismo” lacerante que muchos perredistas ya han perdido la necesidad de trabajar debido al incremento de capitales que les reditúan intereses onerosos sin la necesidad de perturbarse con asambleas hechizas y promoventes de subsidios introyectados desde el gobierno. Esa podría ser la forma en que la actual presidenta nacional del PRD, después de Mojica, se haya beneficiado. Un gobierno capitalino que intenta comprobar que las asambleas de partidos no pueden resistirse a la inmoderada junta de accionistas, en donde los comisarios no vigilan los presupuestos y cuyos socios mercantilizan sus deseos de cambio en la rutina contemplativa de aburguesamiento. Los “nuevos ricos”, como he dicho en otro artículo publicado en otro lugar (Alejandro Murat: el heimatlose/Mexican Times), anteriormente comían en el mismo lugar donde recibían a sus visitas, estancia modesta donde también realizaban sus necesidades fisiológicas. Hoy, las residencias de diseñador de los “perredistas” no necesitan ocultar las excentricidades cercanas a una “Casa Blanca”, pues no necesitan ser visibles para no suponer lo contrario.

A los “partidos atrapalotodo” se les ha achacado su falta de debate parlamentario. Mandar a alguien a tribuna no es sinónimo de compromisos que se ajusten a una resistencia cercana a la moderación legislativa. En realidad, hablar por hablar, no hace más que atrapar el oportunismo ocioso de transcribir una historia vencida y vendida para el “diario de los debates”. Los teóricos achacan a los partidos “profesionales electorales”, “atrapalotodo”, “escoba” o “catch-all party”, de difuminar los temas que zanjan problemas de urgente resolución. Moderar el debate es vivir sin el complejo de que se es pobre y que se deben exigir beneficios cercanos a los que detenta la minoría más rica del país (afirmación positiva deformada). El PRD exige mucho de eso, pues en más de dos décadas no ha podido resistirse a las carencias que se proyectaron desde el pasado cuando ni la Barrales, ni Pablo Gómez, ni Barbosa ostentaban las millonarias ganancias que hoy se dan el lujo de exponer en exhibiciones patrimoniales inocuas que en otro lugar hemos denunciado (La corrupción nunca fuimos todos/Mexican Times).

ACERCA DE JOSÉ NOÉ MIJANGOS CRUZ

Profesor Universitario. Promotor de Jornadas Universitarias de Divulgación. Opinólogo en @MexicanTimes y Articulista de @mundodelabogado. Citadino por devoción, provinciano por vocación. Sugiere debates sobre temas relacionados con: desarrollo sustentable y sostenible, ecología pedagógica, derechos humanos, turbocapitalismo, desterritorialización e hiperconsumo.