Cultura
Carta a María Tecúm
En el espejo tembloroso y tristón de los charcos
me miraba la cara al lado de la luna
ROQUE DALTON
Hagamos un trato María Tecúm, yo le enseño a trepar a los árboles, a masticar los trozos de caña, a maldecir en mi lengua y a leer las estrellas, a cambio de que usted me enseñe a mirar con sus palabras; los atardeceres de magia en Praga y esa sensación que dicen se apodera de ti cuando despega el avión de la tierra.
El día que nos encontramos por última vez, la gente que nos miraba hablar con gran libertad me cuestionó el porqué referirme con el término “usted” cuando parecíamos grandes conocidos, hermanos, amigos, colegas.
En mi lengua materna María Tecúm, no hay distinción entre un “tú” y un “usted”, nos referimos al Doctor o al Presidente de la misma manera en que hablamos con nuestros hermanos, creo por eso mi cultura es pura, al igual que las nubes blancas de donde descendieron nuestros primeros padres.
El castellano fue enseñado al indio para referirse al hombre blanco con respeto, para envenenar su boca, quemar su alma. Se apoderó de su cultura, no le bastó sólo con invadir sus tierras, robar su magia, su aire.
El zapoteca mira a los ojos cuando habla en su lengua, en cambio, cuando se refiere al lenguaje del conquistador, tiene una mirada evasiva, se siente obligado a bajar la vista, a rendir tributo, respeto, eso lo lastima, lo hiere, lo daña.
En ese último encuentro nuestro también, me pidió que la próxima ocasión que nos viésemos le hablara sobre mi niñez en mi Juchitán mágico, preferí escribirle esta carta, ya que considero utópico algún otro encuentro nuestro.
Le diré entonces de mi niñez, de cuando los bejucos poblaron el río y las pitayas pintaban mi boca, fue mi cultura cantos zapotecas, quienes nos arrullaron a mis hermanos y a mí, tendidos en el petate como pescados secos en la malla, oreándose bajo el sol de las calles de mi pueblo, fue mi cultura quien pintó las noches y estrellas que miraron mis ojos, mi cultura fueron mis pies descalzos, mis canicas, mi papalote, mi perro sucio, el pozo en que bebí, el maíz que me alimentó, mi amigo muerto, mis iguanas y guajolotes.
Gran parte de lo que he aprendido en la vida se lo debo sin duda a mi abuelo muerto ya. Él me enseñó, le cuento María Tecúm, las cosas que creía indispensables para mí (para poder aventurarme en la vida) la historia de nuestros antepasados y el respeto a nuestra cultura.
Todos los días después de la comida, jugaba un poco a la pelota, izaba el papalote, escalaba un árbol y muchas veces ganaba algunas retas en las canicas, pero siempre, en punto de las seis de la tarde cuando el sol empezaba ha ocultarse, pedaleaba yo, un triciclo azul con rumbo al sur; juro María Tecúm, no había otra cosa que me llenara más de alegría el alma que sentir el aire fresco en la frente y entre mis ropas sucias y rasgadas cuando me desplazaba.
Llegaba al poco rato a mi destino, una cantina llamada «La bolita» de la populosa séptima sección, de la cual le he contado otras veces y que es cuna de grandes hombres ilustres como: Víctor Pineda Henestroza “Victor Yodo” un luchador social secuestrado por los militares el 11 de julio de 1978, quien fuera padre de la poeta bilingüe Irma Pineda, Francisco “chico” Toledo, Juan “Xtubi” compositor juchiteco, Soíd Pastrana pintor, entre muchos más.
Estacionaba el triciclo a las afueras de aquella cantina y me aseguraba que mi abuelo aún estuviera ahí adentro, sabía con certeza que tendría algo de tiempo para unirme a una cuartada con mi trompo de madera con los niños de la cuadra, de momentos volvía a mirar por la ventana y lo que veía era como los hombres acariciaban el sexo de las mujeres bajo la mesa, apuestas a muerte,cantantes improvisados y llanto de borrachos, mi gusto por la música popular mexicana viene de aquellos días María Tecúm.
Mi viejo enamoraba a las putas con los relatos de cuando era jinete y recorría las fiestas y toreadas locales de pueblos vecinos al nuestro, un chiflido, un solo chiflido y era tiempo de irse a casa.
El triciclo se tornaba lento y pesado de vuelta con mi abuelo arriba, siempre optaba por el camino mas largo a sabiendas que era yo quien pedaleaba, aquello era el momento mas importante del día que moría despacio, lleno de sabiduría y magia, las lecciones de vida eran en ese momento, bajo la luna, extasiado de alcohol el maestro y yo esponja de enseñanzas.
“Niruzazalu’ guiráxixe neza guidxilayú ti ganda guidxelu’ lii”… (Primero andas por los caminos de todos los pueblos de la tierra, antes de encontrarte a ti mismo) Comenzaba el viejo la charla y pareciera que las palabras como luciérnagas nos seguían camino a casa, y así día a día continuaba, “Nu stale neza, biyubi ni riné galaa bató’ Xavizende”… (Hay múltiples caminos, escoge el que lleva al corazón de Juchitán) Tenía suerte si mi abuelo respondía dos o tres preguntas por noche antes de quedarse dormido.
Tigres, montañas, mares, son nuestros primeros padres, adoramos a las nubes y nos ligamos a la tierra ofreciéndole nuestro ombligo tierno, nos unimos y somos la sangre subterránea de los árboles, raíces de vida, a todos nos pertenece el “don” de nuestra lengua y es nuestra obligación universal esparcirla a los vientos, “Bigánou’, biga ludxu’ pa ni gucou, ni guiníu, qué guluí’ nezacha’hui’ binnixqui’dxu’”… (Córtate la mano y la lengua, si lo que escribes y lo que dices no muestra a tu pueblo el buen camino).
Cuando me supe hombre descubrí que mi lengua zapoteca es el animal herido, que deambula por los campos y maizales negándose a la muerte, rehusándose a ser historia, su voz, canto melodioso, quebrantó las nubes para alimentar la tierra, voces de nuestros padres grandes. Yo miré de niño a aquel animal y curé sus heridas con néctar de sábila y hojas de cordoncillo, aprendí a cantar con él bajo la lluvia y los colores del trópico, cuando me supe hombre sentí el galopar de mi sangre cuando mi voz cantaba al igual que canta el aire que alimenta árboles y aves.
Aprendí a comunicarme con la naturaleza y a nombrar a mis Dioses, entendí que me correspondía un nombre y una vida, una voz y un alma. Cuando me supe hombre fui libre de verdad, desaté al perro del árbol, abrí las puertas de las jaulas de los canarios de mi madre, corté la cuerda de mi papalote y escribí sobre las paredes de la casa vieja “livertad con v de vida”.
Hoy han pasados los años sobre mí y sólo me quedan historias como estas que le comparto en esta carta María Tecúm, le he de recomendar la próxima vez que nuestros ojos se vean, el titulo de un libro de Don Andrés Henestrosa, para que se empape de la magia zapoteca, de la tierra que la ha adoptado, por hoy le comparto esta frase de Julio Cortázar del texto “Carta a una señorita en Paris” <le escribo, porque me gusta escribir cartas, y tal vez porque llueve…> y una más que le pertenece al hombre que moldeó mi vida en tardes como esta, en la que me encuentro fumando en la misma cantina que de niño esperaba, rodeado de putas y alcohol; “Dxiguinabu’ tuxha binni’ guluii’ lii guidxilayú qui’ runi’ bialu’, bizu’gade lacabe’ xquenda xqui’dxilu”… (Cuando pidas que te muestren un mundo que tú no conozcas a gentes que lo han visto todo, ofréceles a cambio la magia de tu cultura) Por eso, esta misma tarde María Tecúm me parece justo el trato que le propongo a cambio de que me hable de nuevos horizontes.
Dalthon Pineda
Juchitán Oaxaca, Verano del 2013
Cultura
Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024
Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad
Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.
Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.
En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.
El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.
Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.
Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.
Cultura
Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño
Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet
El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo, se torna, interesante para la mente infantil.
En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual, José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.
En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.
Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.
El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.
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