Cultura
El Faro de Cortés en Salina Cruz
Subían por la cuesta cuando la manilla del coche cayó al piso. El acompañante se agachó a recogerla mientras la dama, porque era una dama la que conducía, agarró la curva que al terminar los arrojó al azul del mar de La Ventosa.
Él se deslumbró por los recuerdos, cuando en la primaria hizo una excursión a este sitio alejado aparentemente de la civilización de aquellos tiempos: Salina Cruz era otro mundo, y para visitarla era necesario planear el viaje con meses de anticipación. Pues bien, él caminaba con sus nostalgias y el mar a sus pies, con la arena fresca y la brisa que invitaba a dormir en una de esas hamacas que colgaban de los pretiles de las fondas, mientras ella se colgaba de su cuello como una enredadera que chupara la savia de otro árbol exuberante y pleno. Caminaron un rato por las orillas del mar, abrazándose de tanto en tanto, amándose como si el mundo se fuera a terminar en ese instante en que el mar rugía sus olas por los acantilados. El mar en su inmensidad, y aquella pareja soñando un sueño salino que mojaba sus pensamientos con una especie de serpiente de agua fría. Era tanto el amor, que contagiaba a los peces y los erizos haciéndolos bailotear sobre las olas, gimnastas de un circo marino sin redes de protección.
Caminaron por las dunas, y ella le señaló un cerro y le dijo con una voz delgada: allá está el Faro de Cortés. Ahora le pusieron un cerco con alambres de púas para protegerlo de quién sabe qué. Ahí nadie va, la gente que viene a La Ventosa no le interesa saber que hubo un tiempo en que este faro alumbró el camino de los barcos, y este mar se prendaba de los marineros rubios o mulatos que llegaban a sus playas. Cuántos amores no habrán anclados sus ansias por esta agua, por estas mismas dunas, por estos mismos aires.
La pareja estaba fuera del mundo, comiéndose con los ojos, con las manos que subían explorando sus cuerpos como dos pulpos extrayendo la tinta de su lujuria. Y la voz, una voz hecha de susurros y ronroneos que bordeaban el contorno de las orejas enfebrecidas por el vaho de su aliento.
Hicieron hambre como sólo los enamorados lo saben hacer: a besos y abrazos, a pulso con el viento del deseo. Caminaron hacia un restaurante adornado con un balcón que colgaba sobre la playa, junto a unas rocas que sobresalían del mar, acaso las mismas de sus sueños de niñez, alejados ya por siempre. Ella pidió unos camarones y una cerveza, sólo dos porque tengo que manejar, le dijo ella con un guiño que prendió a su acompañante, que se inclinó para darle un beso. Él pidió una sopa de mariscos y una cerveza oscura mientras miraba el faro, triste y prisionero en su soledad. Compartieron el aderezo. Ella le untaba la mayonesa en la tortilla y se la mostraba, feliz, con esa felicidad que se mira en los ojos de los enamorados que no saben si estarán juntos el día de mañana. Comieron con buen apetito y tomaron exactamente dos cervezas cada quién, como lo habían acordado. El Faro de Cortés se veía a la distancia, en un cerro escaso de árboles, rodeado de púas y ramas de espino, alejado de las miradas de los bañistas que se solazaban con el ritmo de las olas.
Ella deploró que los barcos ya no lleguen a La Ventosa. Pensó para sí que un faro sin barco es como un corazón sin amor, y ella no estaba en ese caso, afortunadamente, porque su corazón era un faro de luz que alumbraba los continentes y sus fronteras. Se le notaba la felicidad por la risa y los poros de su piel y sus caderas, que se bamboleaban al ritmo de su querencia. Tanta dicha presenciaba el Faro de Cortés.
Se hace tarde, dijo ella, mientras se retocaba los labios que se ofrecían para el beso, carnívoro y frutal a la vez. Él pagó con un billete de quinientos. Mientras la besaba, el Faro de Cortés apareció ante sus ojos como un fantasma surgido del mar, quizá una especie de premonición o sólo la lectura de una historia reciente: quiere decirme que el amor no es eterno, pensó, mientras sus ojos se mojaban ligeramente, quizá por la brisa del mar. ¿Te preocupa algo? Le dijo ella, tomándole de la barbilla, con una cara entre seria y triste, como temiendo perder tanta dicha en un instante. Él no contestó. Ella siguió su mirada que desembocaba en el faro apagado de cinco siglos, añorante de barcos, del amor de los marineros y de las sirenas que rondaron por las playas de La Ventosa. La pareja se tomó de las manos y se encaminó al coche. Ella le abrió la portezuela y él, al cerrar, nuevamente se le cayó la manilla de los cristales, que bajó para que la dama no lo viera llorar. Ella también manejaba con lágrimas en los ojos, solidaria con su dolor, mientras la imagen del Faro de Cortés machacaba insistente los segundos que dura el amor.
Entraron a la ciudad y se despidieron con un beso salado, y no sería extraño que él fuera el fantasma de un marinero de hace siglos, y ella una sirena del mar citadino que regresaba por sus fueros.
Cultura
Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024
Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad
Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.
Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.
En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.
El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.
Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.
Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.
Cultura
Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño
Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet
El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo, se torna, interesante para la mente infantil.
En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual, José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.
En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.
Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.
El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.
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