Cultura
Lipe Min
Para Regina Santiago….. Lipe Min era un hombre dicharachero, siempre tenía respuesta para todo tipo de chanzas, con la flor de la sonrisa en la comisura de los labios a toda hora, con el ánimo dispuesto para echarse una cerveza caguama al menor intento de convite y, claro, con la bolsa abierta para corresponder a la invitación. Era compadre de Sebastián, un tipo corpulento que podía embuchacarse diez caguamas al hilo, sin apenas parpadear, con quien se saludaba todas las mañanas cuando iba a comprar las memelas a la vuelta de la esquina. Las mentadas de madre y las risotadas eran el santo y seña de sus saludos matutinos.
No pocas veces insistió en conversar conmigo cuando supo que yo me dedicaba a escribir cosas acerca de la gente de este pueblo. Decía que conocía leyendas relacionadas con la fundación del lugar, que sabía de los enredos extramaritales de más de uno, de más de una, y que había sido asistente de un general Charis, hombre bragado, experto en la guerra de guerrillas allá en los tiempos de la mentada Revolución Mexicana y que gustaba de beber leche de recién parida, a pico de jarro, es decir, sorbiéndola del seno de la joven mujer.
Siempre pospuse la plática. Unas veces porque el tiempo no me ajustaba para hacer mis vueltas, ver a los amigos y luego devolverme a la ciudad de Oaxaca, donde trabajaba por entonces. Otras, porque él ya estaba con tres cuartos de estocada etílica entre pecho y espalda. Finalmente, porque me atacó una alebrestada en los nervios, que no me dejó hacer nada durante al menos dos años; ansiedad y depresión, diagnosticó un neurólogo de nombre Jesús.
Su casa se hallaba en la esquina de un solar enorme, ahí se entretenía dando de comer a gallinas, conejos y marranos, mismos que luego, una vez cebados, vendía o afanaba para ir pasando la vida al lado de su esposa, una mujer que perdió la memoria a los sesenta años y que había dado a luz a ocho hijos, de los cuales solo dos se quedaron a vivir aquí, los demás agarraron camino por diverso rumbo, dedicándose a trabajar en oficios que la fortuna les permitió aprender, pues ninguno alcanzó a terminar siquiera la preparatoria.
Cuando su compañera dejó este mundo, Lipe Min permaneció viviendo solo en la tejavana que sus manos edificaron décadas atrás. Ahí, entre el mal comer y las cervezas, el azúcar pasó a ocuparse de su sangre y poco a poco le fue minando la salud, comiéndose su cuerpo. Primero fue un pie, después una pierna, más tarde, la otra. Por eso, tuvo que vender la casa, compró una más chica, situada junto a la de una sobrina, para que ella pudiera echarle un ojo, darle de comer a la hora debida y sobre todo ofertarle un poco de calor familiar. Él se instaló en una silla de ruedas.
Desde el pequeño corredor de su vivienda, saludaba a quienes alcanzaba a percibir. La calle estaba a treinta metros de su mirada cansina y un muro le dejaba abierto un panorama de apenas cinco pasos. Nunca miré que lo guiaran por los caminos de su pueblo. Siempre estaba a la espera de visitas, que pocas veces llegaban. De vez en cuando, Sebastián pasaba a verlo, a tratar de recordar las mentadas de antes, a tomar una caguama y contarle las últimas noticias, para alegrarle de algún modo el corazón.
La silla lo alejó del mundo, lo instaló en el rincón del olvido, de donde sus parientes pocas veces lo rescataban, tanto, que un su hijo cumplió cincuenta años y se organizó una gran pachanga, con doble orquesta, cohetes, múltiples botanas y anegada con ríos de cerveza, pero Lipe no fue invitado. Desde el
fondo de su patio, su oído se arrugaba con los compases de la música que el viento sureño le traía, pues el salón de fiesta se hallaba apenas a dos cuadras de su casa.
Pocas semanas después, su sobrina tuvo un pequeño convivio. Llegaron amistades, parientes y una estela de niños. Para esa fiesta tampoco recibió invitación.
Sentado en su silla de ruedas, Lipe Min observa el juego de los pequeños que lanzan piedras, suben al cacalosúchil, tiran un botecito que uno de ellos va a recoger, mientras los demás se esconden y quedan en la espera de ser hallados o de alcanzar la pequeña lata y repetirle el castigo al niño en turno. La mirada del hombre va de un chiquillo a otro, de una carrera a otra, mientras detrás del muro se escucha el choque de las botellas y las voces dicen salud, bebamos antes de que nos agarre la noche.
Entonces, él endereza un poco el tronco para llamar a los que se divierten en su patio. Vengan, les dice, háganme un favor. Uno de ellos se aproxima, le pregunta qué es lo que quiere.
-Tráeme esa cuerda, la que está guindada en la rama de ese árbol –pide.
-Y para qué la quieres –es la interrogación que viene de vuelta.
-Para jugar con ella, yo también quiero jugar –responde con un tono suave, convincente.
El niño acepta la petición, va al árbol, toma la soga de henequén, regresa y se la entrega.
-Ahora, amárrala al tramojo en donde está mi hamaca –solicita con una voz que ya se va adelgazando, perdiendo fuerza. El niño exhibe una mirada sorprendida, pero ante el gesto afable del señor termina por hacer lo que se le pide.
Sigan en lo suyo, les dice enseguida, yo voy a prepararme. Luego, los niños salen a la calle para jugar a los encantados. La algarabía de ellos sigue corriendo al par de sus pies, cuando de pronto uno grita:
-¡Oigan, Lipe Min está colgado del mecate!
El escándalo se apodera del ambiente, el ruido es escuchado por los adultos que continúan en el brindis. Al momento, dos hombres salen disparados en auxilio de la situación. Pronto llegan al corredor, donde pende el presunto suicida; sus muñones se balancean, en tanto los ojos se anegan, mientras de su garganta brotan dificultosas palabras de súplica.
-No me bajen, ingratos, déjenme aquí, permítanme morir, ya no quiero estar, solitario, en este mundo.
Pero los hombres lo bajan, lo colocan en la silla donde queda con el gesto compungido. Para esto, las mujeres han llegado, se arremolinan en torno a él, persignándose, pidiendo el auxilio de un Dios que seguramente observa la escena. La sobrina naufraga en un mar de llanto, se arrepiente de su olvido. Pide perdón a gritos.
Al día siguiente, muy temprano, llega una su hija avecindada a cuarenta kilómetros de aquí. Viene en viaje especial, en un taxi que la espera mientras recoge las pocas pertenencias del padre. El marido de la sobrina y el chofer del vehículo lo suben al asiento trasero. El motor resuena, ruedan las llantas. Lipe Min le dice adiós a su pueblo.
Santa María Xadani, septiembre de 2014.
Cultura
Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024
Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad
Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.
Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.
En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.
El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.
Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.
Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.
Cultura
Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño
Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet
El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo, se torna, interesante para la mente infantil.
En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual, José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.
En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.
Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.
El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.
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