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Cultura

Cándido Carrasco hacedor de estandartes a sus 85 años

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Juchitán es una ciudad de banderas, estandartes y flores. Los juchitecos en todas o casi todas sus fiestas usan banderas y, en sus festividades religiosas estandartes, sin embargo las flores siempre van con ellos, en los altares, en sus tocados y en todos y cada uno de los bordados, que las mujeres atrapan con sus puntadas entre hilos y agujas, para estamparlos en sus trajes que usan majestuosamente en sus fiestas o diariamente en su vestimenta.

 

Cándido Carrasco López, es un juchiteco que nació el 23 de enero de 1933 hoy hace 85 años, en los inicios de su vida juvenil fue carpintero, pero desde la infancia – dice él – los trazos y los colores cautivaron su atención, dibujaba y pintaba desde niño, nadie le enseño, es empírico en el arte del color y el pincel, aprendió viendo y sintiendo la fuerza de cada uno de los colores que veía en su caminar de su corta vida.
Al conversar con él recuerda que comenzó a pintar por el año de 1973 o un poco atrás, no puede precisar, los ochenta y cinco años vividos le dificulta dar con exactitud ese año, debido a que son ya muchas historias las que guarda su memoria.
Explica Cándido Carrasco que en sus inicios, un vecino viéndole pintar, se le acerco y le pidió que elaborara la imagen del estandarte para su hija, esa fue la primera ocasión que pinto bajo un encargo especial, ese trabajo, sin saberlo sería el inicio de su viaje en el estampado de los estandartes.
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Un viaje que inicio hace más de cuarenta años y que su memoria no logra recordar cuantos estandartes ha elaborado durante todo lo largo de su vida.
En aquel tiempo nadie pintaba estandartes, Cándido Carrasco el único que pintaba. Sus trazos lograron plasmar la magia y fuerza de los colores juchitecos, esa enorme variedad de tonalidades que dieron vida a los estandartes que viajaron por toda la región y algunas partes de la república mexicana y que hasta ahora lo continúan haciendo.
Sus obras fueron tan apreciadas que uno de los estandartes que pinto se encuentra en España, en la Vall de Uxò, en ella –dice- Cándido se encuentra estampado la imagen de San Vicente Ferrer, santo patrón de los juchitecos y de ese lugar de España, por ese trabajo la comunidad española le obsequio un presente, una imagen pequeña de San Vicente Ferrer en oro macizo, que la noche del terremoto del 7 de septiembre se perdió entre los escombros de su casa destruida.
Ese día del terremoto, Cándido dormía en el corredor de su casa, un lugar que siempre ha utilizado como su taller donde realiza sus obras. Durante el día, él vive y convive con sus pinturas y creaciones, cuando llega la noche su hamaca ocupa todo lo largo del taller, donde disfruta del sueño reparador y se sumerge entre los colores de su tierra, nutriéndose de su gente y de la vida, descansaba profundamente cuando sintió el movimiento telúrico, eso hizo que se levantara y se metiera bajo la trabe de la puerta que se ubica entre el interior de su casa y su taller, pensó que era un temblor como los de siempre, sin embargo la fuerza de ese terremoto que nunca antes había vivido en sus ochenta y cinco años le cambio la vida.
Su casa se vino abajo, él quedo entre los escombros, que en un primer recuento de los vecinos creyeron que había muerto – dice -, mientras sus vecinos lo buscaban, con una pequeña lámpara de mano, repentinamente uno de ellos vio los dedos de sus pies que asomaban entre el escombro, apuradamente lograron rescatarlo entre el polvo y el resto de su casa.
En un primer impacto todos pensaron que estaba muerto, sin embargo al pararlo se dieron cuenta que respiraba y se encontraba vivo.
Recuerda que cuando se encontraba entre los escombros no se podía mover y por un instante pensó que tenía fracturada la columna vertebral debido a que no se podía mover, pero nada de esto era cierto, su inmovilidad se debía a la gran cantidad de escombros que tenia sobre sí.
Hoy le da gracias a San Vicente Ferrer por darle la vida que le permite seguir pintando hasta que se le acabe la vida, asegura Cándido Carrasco, quien se niega a irse a otro lugar donde sus hijos viven, porque a él lo ata sus costumbres y tradiciones, su gente, su música, el sabor rico de la gastronomía juchiteca, sus estandartes, que en este año casi no habrá, porque fueron suspendidas la mayoría de las velas, -dice –.
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Cándido no muestra derrota, por el contrario y a pesar de que ahora vive en una casa de lona, hacinado con sus trofeos y recuerdos de sus trabajos que cuelgan de las paredes improvisadas, que logro rescatar dee entre escombros de lo que fue su casa, tiene la fuerza para decir: “ya todo paso, me da tristeza porque la gente vivió y sigue viviendo en la calle, bajo la lluvia, ahora con el aire y el frio, Juchitán ya cambio su fisonomía, ya no tiene remedio, vamos a echarle ganas para salir adelante, con la ayuda de San Vicente, que sigamos adelante que nadie se desanime, valor, para adelante, que nadie se desanime porque si no será más difícil” – dice -.
Mientras el va diciendo esto observa su casa que ahora una fundación le está construyendo y agradece esa distinción que le hacen.
A su alrededor se pueden observar una serie de obras suyas, fotografías y uno que otro trofeo que le recuerda cuando jugaba el beisbol y fue 18 veces campeón.
Cándido Carrasco aun conserva la alegría, continua bromeando y repentinamente desde muy adentro de su memoria le sale el recuerdo cuando fue a parar a la cárcel.
En ese entonces él junto con una palomilla de amigos, se fueron por las calles de Juchitán a llevarle serenata a una dama, cuando un borrachín que los seguía por la música que tocaban, se le ocurrió romper una botella en medio del parque central “Benito Juárez”, por esa razón la policía los detuvo y se los llevo a la cárcel.
Esa serenata más tarde se convirtió en su felicidad, porque había sido dedicada a la que más tarde sería su esposa de toda la vida.
Cándido Carrasco López es un hacedor de estandartes, un poeta de la pintura que es capaz de conmover los sentimientos con la magia de sus pinceles, como un pequeño homenaje a sus ochenta y cinco años, un pequeño recuento de su vida.

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cultura

Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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