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Cultura

La Venganza de un duende

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CAPITULO VI

Era un duende muy enamorado; pero como constantemente se le despreciaba y se le hacía objeto de risa por su estatura minúscula y por sus atrevimientos amorosos, destiló sin lástima su hiel de venganza sobre la hermosa criatura que era objeto de su amor. Esta, como una heroína, sufrió amargamente las consecuencias de su constante negativa.

 

El caso ocurrió en el barrio de Cheguigu, en la casa del señor Ramón Martínez, cuya familia puede dar testimonio del hecho.

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La preciosa Delfina, de quince años, hermosa como un lirio blanco, soñadora, y empezando apenas a meditar de lleno sobre los secretos de la juventud, se encontraba una tarde bajo el cielo nublado, afanándose en su casa para completar su diaria tarea consistente en tejer finas hojas de escogidas palmas que formaban cintas para la industria sombrerera, que está muy extendida en esa parte de la población. De repente, se dió cuenta de que un atrevido chamaco, desconocido, pero muy gracioso, se acercó a ella y empezó a cortejarla con galantería. Cuando en su aguda penetración de mujer se dió cuenta de que esta criatura le insinuaba el amor, ella se rió maliciosamente y se retrajo, porque las pláticas de esa naturaleza no tenían todavía el significado debido en su corazón. Sintió aquella desconfianza despreciativa que es propia de las jóvenes en estos primeros casos y con la seriedad que marcó en su semblante no dio ya lugar para que el minúsculo personaje continuara sus confidencias.

Otro día, en la noche, Delfina regresaba del mercado para su casa y al cruzar la calle de Efraín R. Gómez para entrar al Callejón del Caballero, una voz atrevida le gritó: “¡Adiós mi vida! ¿te acompaño?”. Ella, sin recordar nada, volteó cándidamente y como sólo viera el endeble cuerpecito de aquel atrevido chamaco, sonrió despectivamente sin hacerle caso y continuó su marcha.

La venganza del galán ofendido empezó en esa misma noche y consistió en que, cuando Delfina dormía, se acercó a ella para pintarle de negro el rostro, sobre el cual atravesó después unas rayas blancas convirtiendo en monstruoso aquel semblante en el albor primaveral de la doncella.

Al día siguiente, el rostro de Delfina sólo provocó risas; pero como ésto se fué acentuando más de noche en noche, ya no se pudo suponer que fuese un simple descuido de la muchacha, tanto más cuanto que todos percibían una delgadísima e invisible voz que constantemente le decía: “Fina, llevas la cara pintada. ¿De quien era esa misteriosa voz?

A pesar de que en su casa la velaban con luz en las noches, el incansable duende lograba seguirle renovando la pintura de la cara o se la cubría otras veces de arena mojada, de cal apagada y húmeda o de frescas piedrecitas, tal parece que acabadas de sacar del río. Había mañanas en que no localizaba ropa de vestir; pero oía claramente la misma voz que le decía “La ropa está sobre la mesa”. Estos acontecimientos empezaron a ser espeluznantes. Ya no se trataba de travesuras que ocurrieran sólo en las noches, sino hasta en el mismo día a plena luz.

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La salud de la muchacha iba decayendo, pero el pícaro del duende, abusando de su invisibilidad, acrecentaba sus burlas.

No hallaron más remedio que llamar al párroco. Este, cumpliendo su natural deber, revestido de sus ornamentos, bendijo y roció de agua bendita a la casa y a la enferma a quien entrego un rosario. Todo fué en vano, pues ni con eso se ahuyentó el duende.

La afligida madre, Jacinta Zampé, llegó a saber que Tino Chiñas era el único médico capaz de conjurar el caso y, sin pensarlo mucho, se fue personalmente a verle. Este no quiso acudir a la casa. Misteriosamente puso por condición que se esperase la hora de los duendes, las doce de la noche.

Tino Chiñas se presentó puntualmente. Era un ser raro y de sus rarezas hablaba todo el pueblo. Al llegar, no se entretuvo en reconocer a la enferma, sino que se puso a inspeccionar la casa y un frondoso olivo plantado en el patio. Después de minuciosas observaciones, con toda decisión, afirmó que en el momento no se advertía la presencia del duende; pero aseguró también que lo encontraría en sus parajes favoritos y se despidió para ir a buscarlo.

La familia se entretuvo haciendo comentarios acerca del éxito del médico, tan conocido como viejo amigo de los duendes. Transcurrida una hora, éste volvió con la buena nueva de haber encontrado al enamorado duende, quien le dijo que ejercitó aquella venganza, porque Delfina despreció su amor y se rió de él, pero que también había garantizado bajo su honor, dejar tranquila a aquella familia molestada por más de dos meses y que sólo volvería una vez más, a los cuarenta días, para hacer la última travesura. Parece increíble, pero así sucedió con la precisión anunciada: a los cuarenta días sanó Delfina y ya nunca más volvió a tener el rostro ennegrecido y rayado. Estos casos de duendes han acontecido con frecuencia en Juchitán.

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*Tomado del libro: TRADICIONES Y LEYENDAS DEL ISTMO DE TEHUANTEPEC
Autor: GILBERTO OROZCO
REVISTA MUSICAL MEXICANA 1946

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cultura

Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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