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Cultura

Taga’na’ : tocador furtivo de mujeres*

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Por el calor excesivo, durante las noches estivales en el pueblo del húmedo trópico, las familias acostumbran a dormir en los corredores que bordean el patio de sus casas, en camas de penca de palma, en catres con armazón de madera cubiertos de yute o lona, o en hamacas colgadas en los amplios corredores. Las mujeres suelen dormir con escasa ropa y sin taparse con nada.

 

Los patios de las casas generalmente están sin bardas ni cercas; muchos dan hacia la calle y otros colindan con terrenos baldíos, por los cuales se prolongaban en grandes extensiones que los jóvenes usaban como campos de béisbol y otros deportes. Habilitaban como bases los caparazones aplastados de armadillos, la piel disecada de otros animales o pedazos de llantas desechadas de automóviles. En otros patios había muchos árboles frutales, bajo cuyas sombras por la tarde se citaban las parejas de enamorados, para no ser vistas por sus padres o hermanos; aunque también eran utilizados por niños y niñas para jugar al escondite, en las noches de luna llena, con la más absoluta ingenuidad y sin malicia alguna.

En esta ambiente surgieron dos tipos de vivales: uno se robaba menajes de comida, trozos de leña para el fogón, gallinas, y linternas de petróleo (de las que colgaban en el quicio de la puerta de la casa principal) o, en casos extremos, hamacas: los que dormían amanecían en el suelo al día siguiente, con sorpresa y sin haber percibido el robo, pesado de su sueño.

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El otro tipo era más atrevido, cínico y audaz: por las noches, se dedicaba a tocar suave y furtivamente el sexo de las señoras mientras dormían al lado del marido. A estos lagartones los llamaban taga’na’ palabra zapoteca: viene de ga’na’; mapache, animal de manos largas suaves y abiertas, y de ta: acción de tocar.

Muchas de la mujeres, en la profunda oscuridad de la noche, confundían al taga’na’ con su esposo y por eso se dejaban acariciar durante el sueño y se solazaban, al grado de ponerse proclives al gineceo con el intruso. Otras despertaban bruscamente, se levantaban y daban gritos pidiendo auxilio, con lo cual despertaban a la familia; en ese momento se escapaba el taga’na’ perseguido por los perros de la casa y los vecinos hasta que se perdía en la negrura de la noche.

Por lo general el taga’na’ venia de otro barrio o de los pueblos aledaños, aunque también, contadas ocasiones –siempre han ocurrido casos insólitos – era el mismo vecino quien cometía las fechorías. El taga’na’ era muy creyente y temeroso de Dios por lo que, antes de iniciar sus travesuras nocturnas, primero se encomendaba a San Vicente – Patrón del pueblo- y a la Santísima Virgen de la Candelaria, a sabiendas de que su incursión depredatoria era tan arriesgada y peligrosa, como muy placentera… para él.

Era relativamente fácil para el taga’na’ tocar a las mujeres en sus partes intimas por la inveterada costumbre que existía entre las señoras, para dormir de no usar ropa interior, sino una faldita corta y un huipil sencillo.

Se supo el caso, -corrió el rumor en el pueblo, como la hojarasca barrida y esparcida por el viento- de una señora a quien le gustaron los furgoneos y el trajín del taga’na’ sin que nadie de su familia se apercibiera. De esta manera se inició el amasiato de esta mujer con el atrevido, con quien después se puso de acuerdo para verse por las noches en un lugar fijo cercano a la finca, por lo general el baño de la propia casa que usualmente está ubicado en el extremo del patio, en un sitio siempre oscuro. Durante las noches subsiguientes la señora se marras, con el pretexto de ir al baño, se levantaba a la hora convenida (entre cuatro y cinco de la mañana) y se reunía con el taga’na’, regresando después de un rato a la cama, muy satisfecha, junto con su marido, sin que éste se percatara de la infidelidad de su mujercita santa, transcurriendo así la vida de esta pareja y su hogar.

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La noticia de las incursiones dañinas del taga’na’ en los patios de las casas se extendió como reguero de pólvora en el pueblo; la gente empezó a inquietarse, a ponerse alerta, y con vigilancia permanente de los padres de familia y otros miembros del hogar. Así transcurría un largo tiempo hasta que se olvidaban de las fechorías del taga’na’ y, cuando ya todo el mundo olvidado los incidentes y estaba tranquilo, de repente el taga’na’ , volvía a cometer sus fechorías. Algunas ocasiones lo descubrían pero, para evitar el escándalo y proteger honra y dignidad de la familia, no se divulgaba la malandanza ni el nombre del malhechor, quedándose en secreto; solamente lo sabían la victima y sus deudos lo callaban.

Hubo varias taga’na’; uno se hizo famoso porque andando el tiempo llegó a casarse con su víctima, quien para el efecto dejó al marido e hijos. Otro se convirtió en sacristán de la iglesia principal con el propósito de expiar sus culpas y ganar indulgencias, pero un día se descuido el párroco de la iglesia y huyó con todas las limosnas de un mes y nunca se supo más de él. Otros, que habían sido identificados como tales, se fueron del pueblo jamás volvieron por temor a que los lincharan, al tiempo que las mujeres católicas del pueblo, las que nunca faltaron al rosario en las tardes, le sugirieron al presidente municipal que les cortaran las manos a los taga’na’ que fueran sorprendidos, medida que no pudo implantarse porque las mujeres tocadas protestaron, porque pensaban que con el muñón podrían volver a hollarlas con mayor peligrosidad. Así pasaban los meses y los días y la gente del pueblo continuaban viviendo con la incertidumbre y la zozobra, porque sabía que en cualquier momento podría reaparecer el taga’na’.

Y así fue como en una noche invernal con mucho calor –como lo son todas las del año en el trópico- el taga’na’ cometió un error fatal: en uno de los recorridos nocturnos, en lugar de tocar a la mujer, se confundió en la oscuridad y se topo con la daga del amor del marido, quien despertó enfurecido y, al darse cuenta en un santiamén de la situación -porque ya sospechaba la relación de su mujer con alguien del lugar-cogió el machete que tenia a lado de la cama y partió en dos pedazos al malhechor, dando como resultado que desde entonces se acabaron los bellacos.

Sin embargo, quedó en la memoria de la gente y en el ambiente pueblerino la conseja de las fechorías taganeras, al tiempo que tanto los jóvenes como los adultos del pueblo, en plan de guasa, castellanizaban el término taga’na’ por taganero (con sus diferentes matices), como sinónimos de hombre muy enamoradizo, es decir, un tenorio.

Las generaciones actuales usan la voz taganero para referirse a los jóvenes del lugar, a los citadinos y a los viejos rabos verdes que presumen de novieros y platican con muchos ademanes y, de vez en cuando, tocan con disimulo las manos, brazos y hombros de las mujeres para abrazarlas.

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*Tomado del libro: “Reminiscencias de la tierra nativa”
Autor: Aurelio Gallegos Bartolo
Edición: Primera 2003 de la Fundación Todos por el Istmo, A.C.

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cultura

Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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