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Cultura

Adiós infancia

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En el 81 28 de la avenida Efraín R. Gómez, la calzada que va del río de las nutrias al panteón Domingo de ramos (calzada, así le decíamos luego que la pavimentaron hará cosa de cincuenta años; previamente habían excavado la longa zanja que recibió los tubos de drenaje -servicio apenas iniciado en estas tierras por entonces-, ahí mismo se colocó la tubería conductora del bienhechor agua potable), en el 81 28 –digo- se mira el cascarón de lo que hasta hace poco fue la casa que resguardara los descansos, los sueños, los afanes, de Amelia Caballero, Mella que le decían los vecinos mayores, voz que aprendimos a decirle los menores.

Dos laureles, o parientes suyos, dan una mediana sombra a la acera. A la derecha se aprecia la puerta con motivos que algo recuerdan al nouveau, por ahí Mella salía para ir al mercado, muy propia, alta, de piel clara y ojos grandes, con su bolsa para cargar todo el mandado que más tarde serviría para atender a los de casa. Pero también para que los fines de semana, señaladamente los domingos, preparara unas garnachas dignas de un monumento, cercanas en gusto a las que salieron de manos de María Torres Urbieta, Mariá Nita, treinta años atrás.

En el 81 28, por esas rejas, se cuelan los recuerdos de una infancia que de pronto aparecen por los ojos hechos agua. Ahí junto, la casa de Ta mexhu, donde Julieta elabora un delicioso chilito, hecho con vinagre de piña, con la acidez justa para darle sabor a la lechuga de un pescado decembrino, para verter un poco sobre los aromáticos frijoles que prepara la abuela Nita Tolo, viuda ya de un Moisés Magariño, carretero que ha dejado los servicios de carga en la estación del tren, luego que varios bultos de mazorca volcaran sobre él, merced al tropel de los bueyes asustados por una víbora a medio camino.

Enseguida un callejón sin nombre abre paso para llegar al tendal, a la pequeña explanada de concreto, donde un señor de apellido Morgan pone a orear el camarón recién traído de las lejanas tierras de Ixhuatán. A un lado, una docena de pequeños esperan la levantada de los mariscos para enseguida botar una pelota y comenzar el juego del futbol. Una cancha breve, acaso de quince por seis metros, pero que permite a Cirito, Mariano, Checha, Piñón y Chu Huini, mostrar sus tiernas habilidades (no sabemos que más tarde Chu Huini, Jesús Urbieta, será un gran pintor, con premios, ganancias y mucho afecto por las aguas fermentadas, afecto que le hará partir pocos años después de cumplir los treinta).

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A veinte metros, Ta Pay nos mira, detiene un tanto el movimiento de la garlopa, sonríe y continúa, monta la escuadra sobre la madera, sopesa la corrección del desbaste y jala después otras tablas, para encolarlas, machihembrarlas, untarles barniz y dejar listo el féretro para un cristiano adelantado.

Detrás de un montón de ladrillos y piedras, a la vuelta de la casa vieja en que reposan las grandes ollas donde se curan en alcohol y piloncillo las ciruelas y los nanches de Cecilia Villalobos, el menudo Tomás Orozco menea el fuelle para alimentar con aire las brasas que en poco tiempo fundirán el oro, oro que se estira con pinzas y placas metálicas plenas de agujeros de diferente diámetro, para ir adelgazando el hilo, hilo que servirá para elaborar primores de orfebrería, mientras los hijos: Mariano, César, Ricardo, Yoya, Clara, Vilma, dedican sus esfuerzos al juego, al cuaderno de tarea o a la inocencia de la tierna infancia.

Todo esto viene por la laguna de los ojos, mientras veo, abrazado por la señorita Nuria, esos lugares vacíos, las casas que ya no existen, los muros desaparecidos, la invisible cocina donde alguna vez Na Costa me entregó un peso de tortillas de horno, el aire donde estuvo el corredor de Ta Onofre, la tienda de Na Manuela –atendida por su sobrino Leoncio, la pared inexistente donde anunciaban clases de salsa, cumbia y chachachá; aquel hospital en cuyo patio el verano nos regalaba mangos, almendras y ciruelos, cortados a hurtadillas hasta que el piedrazo y el grito del vigilante anunciaba la hora de correr.

Amelia Caballero, Mella, de pie ante el anafre, vigilando la puntual cocción del pollo, un domingo por la noche, cuando la compañera Reyna y este recordador llegaron a cenar garnachas, con media estocada entre pecho y espalda, estocada que se hundió un cuarto más, merced a la generosidad de la excelente cocinera que ofertó amables líquidos para acompañar el condumio garnachero, mientras platicamos de los tiempos idos.

Mella se fue a un mundo mejor (así le llaman algunos a la muerte); su hijo, el turulo Rolando, anda por el Norte de un país mal gobernado. Media casa de Mella fue duramente golpeada por los ajetreos de la tierra un siete de septiembre, la otra mitad aguarda la embestida de una máquina inmisericorde (me dicen que llegaron a Juchitán ciento sesenta monstruos de similar catadura, para acelerar la desaparición de nuestras lastimadas casas, sin compasión, sin permitir la posibilidad de salvar algunas decenas de ellas. Cuentan que un señor de apellido Nieto vendrá en enero a decir que su gobierno ha salvado a esta pequeña patria juchiteca; entre tanto, la añeja polvareda se levanta).

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La infancia se va entre esos escombros, se la lleva también la fuerza de este viento de difuntos. Frente al 81 28 de la avenida Efraín R. Gómez le digo adiós a estas viejas casas de ladrillo.

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cultura

Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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