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Cultura

Los Duendes del Camino Grande (Neza róo)

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Cuando los vieron, era una realidad; ahora, es sólo un pequeño cuento en Juchitán.

 

Vivían felices en el hueco del tronco de aquel enorme Guanacaste, que creció en el camino grande (neza róo), cerca del Río Los Perros; de día salían a jugar con los niños del barrio, y de noche entraban en sus sueños y platicaban con ellos hasta el amanecer; durante los meses de abril y mayo, algunos campesinos, los vieron en los extensos pitahayales, alimentándose de las dulces y jugosas frutas que ofrecían los miles de cactus allá por el cerro “Higuu”. La verdad es que, nadie supo cuando se marcharon, ni hacía donde se fueron. El aullar de los perros por las tardes, fue señal de sus ausencias.

Abel Toledo Gómez.

Todavía en las décadas de los cincuentas y sesentas, lo que actualmente se conoce como, la Colonia Rivera del Río, ubicada en la Octava Sección (Cheguigo), en Juchitán, era terreno virgen, donde, desde el puente peatonal, se divisaba la flora con una diversidad de especies, en los que sobresalían enormes y frondosos árboles, cuyas grandes y extensas raíces, se alimentaban de la humedad que ofrecía el río. En cuanto a la fauna, era común encontrar una especie de iguanas, más pequeñas que las normales, se les conocía como, Guiú en zapoteco; también había palomas, tortolitas, pájaros carpinteros, calandrias, zanates, colibríes, armadillos, tlacuaches, víboras, y muchas otras especies más. Las familias que vivían cerca del río, se dedicaban a la siembra y producción de distintas flores; así como, cosecha de diversas frutas, tales como: mangos, papayas, naranjas, guayabas, limas, limones, cocos, almendras, ciruelas, etcétera. La naturaleza fue enormemente benévola con aquellas personas. Todo aquello era un paisaje muy bonito y el canto de los pájaros los cubría de alegría.
A unos cuantos metros del río, entre el Camino Grande ( Neza róo ) y el terreno del señor Lorenzo Sánchez, ( Táa Yenchu Chemádu ), creció un enorme y frondoso árbol de Guanacaste, a través del tiempo, sus ramas se cayeron, debido a los fuertes vientos de Otoño, dejando descubierto un tronco como de cuatro metros de altura y de seis de diámetro, ahuecado en su centro y hasta dos metros hacia abajo; la tierra en esa zona, hasta nuestros días, es suave y bastante fértil, se le conoce como: ( yúu cuéla ). En el tiempo que nos ocupa, es decir, el tiempo de los duendes, los habitantes del barrio de cheguigo utilizaban unas pequeñas veredas o caminos carreteros, para llegar al centro de la población, cruzando desde luego el río, que por lo general, se mantenía con poca agua, inclusive, llegaba a secarse. El camino grande o neza róo, iniciaba en el río y terminaba en Tehuantepec, toda vez que, cuando no existía la carretera panamericana, este sendero, es el que unía Juchitán con Tehuantepec. Algunas de las personas que transitaban por la vereda, sobre todo, los niños y uno que otro adulto mayor, mencionaron haber visto a dos niños, de entre diez y doce años, salirse del tronco, en horario de doce del día. La descripción que dieron acerca de estos infantes, es que tenían la mirada penetrante, sus orejas eran puntiagudas, cabellos lacios y largos; no usaban camisas y siempre vestían unos calzoncillos incoloros. Era bastante común confundirlos con otros niños en esos años de civilización incipiente.
En los tiempos de juegos de canicas, los duendes se mezclaban con los niños, permanecían un rato jugando y repentinamente desaparecían del lugar, y se trasladaban a otra parte distante de una manera fantástica. Muchas veces los vieron en los pitahayales, casi al mismo momento en que los niños jugaban con ellos. Los duendes eran unos seres extraordinarios y mágicos, varias veces, se llevaron a algunos niños de paseo, para compartir con ellos las ricas pitahayas, para más tarde, regresarlos a sus casas. Nunca se supo, que ellos llevaran a cabo acciones de maldad, eran duendes juguetones y, por lo que se observó en el tiempo que se les vio, parecían muy felices conviviendo y departiendo con los niños.
Al paso de los años, algunos militantes y dirigentes de PRI, se les ocurrió invadir el terreno de la Rivera del Río, para fundar una colonia con el mismo nombre, a manera de hacer un buen negocio con los lotes, controlar a los colonos y vender caro los votos en todos los procesos electorales. Y tal como ha sucedido en todas las colonias, proliferaron los antros de vicio, sus moradores fueron y son víctimas del alcohol y las drogas de todo tipo. En un abrir y cerrar de ojos, acabaron con la flora y la fauna de la Rivera del Río, de los dos duendes, nadie dio razón; una madrugada de Abril, el tronco de Guanacaste quedó convertido en cenizas. Los duendecillos del camino grande se fueron y, como para que los moradores de la nueva colonia los recordaran, todas las tardes ya entrada la noche, todos los perros aullaban sorprendiendo a sus amos y una vez que los perros terminaron sus existencias, un silencio lúgubre reina en el lugar y, solo se rompe cuando los borrachos y los drogadictos se insultan o se pelean, a veces sin motivo alguno.
Lo que los hombres llaman civilización, transforma las cosas, una veces para bien y otras veces para mal; ahí está el caso de los duendes del camino grande, eran mágicos, pero la civilización los desapareció para siempre.

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cultura

Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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