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5 DE SEPTIEMBRE DE 1866 – LA BATALLA DE JUCHITÁN –

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“Juchitán, Oax., a 5 de septiembre de 1966.

Coronel de Infantería D.E.M.
Aurelio Martínez López.
A fines del mes de agosto de 1866, arribó a Tehuantepec el licenciado Juan Pablo Franco con su columna francesa de apoyo, el 91o. Batallón «Cola del Diablo» a la vanguardia. Sin pérdida de tiempo, el Visitador Imperial licenciado Juan Pablo Franco ordenó la integración de una comisión de personas distinguidas de la localidad, que el día 2 de septiembre de 1866 se trasladó a Juchitán con la misión de convencer y persuadir a los juchitecos para reconocer al Imperio y entregar la Plaza al Ejército Invasor. A esta embajada se le brindó toda clase de atenciones y hospitalidad, tanto de parte del entonces Jefe Político de Juchitán don Máximo Pineda, como de parte del pueblo; pero en la conferencia en que se abordaba el objetivó principal de la embajada, que puso de su parte todo el calor y el entusiasmo que su delicada misión requería, desde el principio hasta su fin topó con la más enérgica oposición del grupo de «principales» o «notables» juchitecos que concurrió a la conferencia, distinguiéndose los hermanos Marcos y Amós Matus, que fueron los adalides de aquella batalla diplomática. Y como en el texto del mensaje verbal enviado por el Visitador Imperial no podía hacer falta la amenaza de que «sí no se convertían al Imperialismo y entregaban la Plaza, serían batidos por las armas francesas e incendiado el pueblo», los juchitecos aceptaron el reto; empero, dieron toda clase de seguridades y protección a los miembros de la embajada hasta su custodia fuera de la zona de peligro hacía Tehuantepec, donde pusieron en conocimiento del licenciado Juan Pablo Franco, la negativa de los juchitecos de someterse al Imperio.
La suerte de la Patria estaba echada. ¿Qué importaba morir por la libertad de México, si ya el juchiteco en la defensa del Sector de la Ladrillera encomendada al general Porfirio Díaz, en la histórica jornada de la Batalla del 5 de Mayo de 1862, había demostrado con su ejemplo hecho cumbre, que habla derrotado y vencido al enemigo? San Vicente Ferrer, Santo Patrono de Juchitán y Dios de la Guerra de sus hombres, es invocado por el más anciano de los jerarcas juchitecos, exclamando: «Ella Padre Vicente, luu guiácabe, o láacabe o láanu pero rarí qui zadidicabe». (Traducción «¡Ahora, Padre Vicente, sobre ellos, o ellos o nosotros; pero de aquí no pasarán!»). No bien había desaparecido la polvareda de los caballos montados por los embajadores imperialistas, cuando ya el pueblo, hombres y mujeres, estaba reunido al llamado de los repiques de campanas de la Iglesia de San Vicente, escuchando las vibrantes arengas de Amós y Marcos Matus, que con palabras enérgicas y convincentes, hicieron que el pueblo entero se alistase para la defensa de su Patria, de su hogar y de sus convicciones genuinamente liberales.
En estos discursos se instruyó al pueblo acerca de la «táctica de la tierra calcinada», misma que emplearon los rusos contra Napoleón I en 1812, que culminó con su derrota. En vista de que al enemigo se le esperaba de un momento a otro, se ordenó a todos los habitantes evacuaran la población llevándose hacia Ranchu Gubiña, hoy Unión Hidalgo, cuanto tuvieran y pudiera ser útil al enemigo, sea para comer o pelear.
Después de la junta de «notables» juchitecos con los Jefes y Oficiales del Batallón de Zaragoza, de guarnición en la Plaza, se tomaron las siguientes determinaciones:
1a.—Pedir auxilio urgentemente, con enviados propios, a los pueblos hermanos de la región.
2a.—En vista de lo inesperado de los acontecimientos, y del personal y material escaso, solamente convenía una táctica defensiva activa, retardando el movimiento de la columna francesa con tropas en contacto sobre el Río los Perros a la altura de Ixtaltepec, tratando siempre de ganar tiempo y canalizando el movimiento enemigo sobre el camino carretero Espinal-Juchitán.
3a.—Defender la Plaza de Juchitán por unas horas y luego evacuarla con la retirada de las tropas amigas hacia el Oriente hasta el Pozo de Peralta, mientras tanto se recibían refuerzos de los pueblos amigos para sitiar y atacar en el momento oportuno a las tropas francesas que habían ocupado Juchitán.
4a.—Apostar vigías y destacar puestos avanza-dos en observación sobre el camino carretero Juchitán-Espinal-Ixtaltepec y otros, posibles lugares hacia donde podría llegar el enemigo.
5a.—Acuartelar el Batallón de «Zaragoza», para reforzar en el momento preciso el punto que estuviera más comprometido.
6a.—Designar al coronel Crisóforo Canseco, comandante militar de la defensa de Juchitán y la organización de las unidades de voluntarios juchitecos y de auxilio de los pueblos circunvecinos. Al recibir el Visitador Imperial el informe de los embajadores con el resultado negativo de sus gestiones, ordenó que el general imperialista Luciano Prieto marchara sobre Juchitán, comandando el 910. Batallón Francés «Cola del Diablo-, reforzado con tres unidades, en combinación con las fuerzas regionales al mando del coronel Remigio Toledo. El efectivo de ambos combatientes, según los datos que se han podido encontrar, era como sigue:
TROPAS EN PRESENCIA:
El día 2 de septiembre de 1866 se encontraban acantonadas las tropas contendientes en la forma siguiente: En la Plaza de Tehuantepec, Oax., las tropas imperialistas al mando del general Luciano Prieto y del coronel Remigio Toledo, de apodo «Gubixi» (ladino), sumaban 2,500 hombres perfectamente pertrechados con dos piezas de artillería. En la plaza de Juchitán, Oax., distante de Tehuantepec en línea recta 28 kilómetros, se encontraban acantonadas las fuerzas defensoras de Juchitán, compuestas por el Batallón de «Zaragoza», comandado por el coronel oaxaqueño Crísóforo Canseco, y con un efectivo de 500 hombres, las fuerzas de voluntarios de San Blas, Barrio de Tehuantepec, capitaneadas por los coroneles Francisco Cortés y Benigno Cartas, regularmente dotados de municiones y armas; una pieza vieja de artillería y el valiente pueblo de Juchitán, con las armas que encontraron a su alcance: hachas, machetes, lanzas improvisadas, varas de carreta, escopetas, etc. El Batallón de «Zaragoza», reforzado, contaba entre sus filas a los siguientes aguerridos juchitecos: Coronel Albino Jiménez (Binu Gada) Coronel Cosme Damián Gómez Coronel José Pedro Gallegos ((che Pedro) Mayor Primo (Hida) Rasgado Capitán lo. Anastasio Castillo (Tacho Shada) Capitán lo. Albino López Lena — Capitán 1º. Mariano Martínez Capitán 1º. Marcos Matus Capitán 2º. Miguel Vásquez Capitán 2º. Felipe López Lena. Teniente Pedro Jiménez Yubi — Teniente Plácido Orozco Teniente Isidoro Jiménez (Yodo) Teniente Pantaleón Santiago Sargento 2º. Pánfilo Marcial.
Todos, con la experiencia obtenida en la Batalla del 5 de Mayo de 1862, en Puebla, en que se cubrieron de gloria al lado del general Porfirio Díaz y del general Ignacio Zaragoza.
El día 3 de septiembre de 1866 amaneció lluvioso, y por aviso oportuno de los «Sanblaseños» se tuvo conocimiento de que la columna imperialista al mando del general Luciano Prieto y el refuerzo del Batallón del coronel Remigio Toledo, se desplazaban hacia Juchitán, siguiendo el camino viejo Tehuantepec-Ixtaltepec-Espinal, rodeando los pantanos de difícil travesía que en la recta a Juchitán – se encontraban entre Dani-vihui, Gomitas que se encuentran al sur del actual campo aéreo de Tehuantepec y el Zanjón lgú que cruza hoy en día la carretera Tehuantepec-Juchitán. Desde luego el coronel Canseco ordenó tener en constante observación a las tropas enemigas en movimiento, destacó una compañía del Batallón «Zaragoza» al mando del capitán juchiteco Anastasio Castillo, como puesto avanzado sobre la margen izquierda del rio los Perros a la altura de Ixtaltepec, cubriendo algunos otros pasos de acceso río abajo, misión de librar acciones retardatrices contra el enemigo y hostilizarlo en su progresión, tratando de ganar el mayor tiempo posible, para lo cual ya contaba con el refuerzo de voluntarios espinaleños e ixtaltepecanos, que gustosos ofrendaban su contingente humano en la defensa de sus tierras y de sus casas.
El día 4 de septiembre de 1866, uno de los observadores informó al Cuartel General de Juchitán, que en la madrugada de ese día, las tropas avanzadas amigas habían tomado contacto con los elementos de la vanguardia de la columna imperialista de Luciano Prieto y que habían cruzado el río a la altura de Ixtaltepec, continuando su movimiento por el camino carretero hacia Espinal, distante 2 kilómetros únicamente de Ixtaltepec, siendo hostilizado en su movimiento por las tropas al mando de Anastasio Castillo, a quien le cupo la gloria, con su compañía, de dar la «recepción» a la columna de Luciano Prieto, produciéndose así el primer choque sangriento entre las fuerzas infinitamente desiguales, en el aspecto material, orgánico, de instrucción militar y, recíprocamente, en el moral; pues si el Ejército Francés y sus aliados eran poderosos por su número y armamento, el Ejército improvisado del pueblo de Juchitán era superior moralmente, porque tenía el «amor a la gloria» y porque defendía el ideal de libertad de su Patria y de sus instituciones. La Compañía de Anastasio Castillo, en contacto con el enemigo retrasa la progresión francoconservadora, defendiendo palmo a palmo el terreno y canalizando su movimiento hacia el pueblo de Espinal; la retirada se hace lenta, y de acuerdo con el plan previsto, se decide utilizar el poblado de Espinal como reducto de defensa por un tiempo razonable, para después romper el contacto con el enemigo y zafársele hasta alcanzar la primera línea de defensa organizada en el lindero norte de Juchitán, en donde refuerzan a los defensores y deciden resistir el choque del grueso enemigo que en tres columnas avanzaba hacia la población.
Dispositivo de ataque enemigo.—Tres columnas acoladas. La del centro llevó el ataque frontal tratando de abordar a los defensores de la posición defensiva; la columna de la derecha, al mando de Remigio Toledo, en dirección al Río los Perros, ocultando su movimiento entre las malezas y árboles de la ribera y con misión de envolver al lado oeste de la posición, y la columna de la izquierda, constituida por el 91º. Batallón Francés de Línea, «Cola del Diablo», se encargó de envolver la posición por el este, chocando con la línea de defensa al mando del coronel Canseco.
La fuerza numérica de las armas invasoras, hizo replegar a los defensores hacia las primeras casas de Juchitán que en su totalidad eran de palma de dos aguas, dejando en el campo de la lucha al único cañoncito con que contaba el Batallón «Zaragoza». Por la mañana del día 4 de septiembre, don Máximo Pineda, Jefe Político, ordenó la evacuación del pueblo y de los heridos hacia el Pozo de Peralta, situado 4 kilómetros al este de Juchitán y a Ranchu Gubiña (Unión Hidalgo), estableciendo en el primer lugar citado, un almacén de víveres de boca. Como al medio día, el Coronel Canseco cambió su puesto de mando del Cuartel Viejo al Camposanto del Calvario, para no ser copado y poder retirarse en caso necesario.
Como a las tres de la tarde, y ante la presión de los atacantes, el Coronel. Canseco ordena el traslado de su puesto de mando al Pozo de Peralta y la retirada de sus fuerzas hacia el mismo lugar, dejando guerrilleros y francotiradores en misión de hostilizarlos, así como puestos de observadores que debían informar del movimiento de dichos atacantes.
La plaza de Juchitán fue ocupada en la tarde de ese mismo día por la columna al mando del general Luciano Prieto, quien encontró al pueblo sin habitantes, sin víveres de boca y con muchos incendios, que daban impresión desoladora.
Todos los acontecimientos fueron tan rápidos que de los refuerzos de los pueblos que se esperaban, solamente llegaron a participar en la acción del 5 de septiembre, 50 hombres de Chicapa de Castro.
Durante toda la noche del 4 de septiembre, se hostilizó al enemigo al amparo de las llamas que ardían de las casas; el pueblo fue saqueado a la ocupación de los franceses, y el coronel Crisóforo Canseco, desde su Cuartel General en el Pozo de Peralta, dispuso durante la noche el sitio de Juchitán por sus lados este, sur y norte, y al amanecer del día 5 de septiembre, el general Luciano Prieto subió al campanario de la iglesia de San Vicente y con su catalejo pudo darse cuenta de que el traidor coronel Remigio Toledo, que era un hombre sin escrúpulos ni dignidad militar, había abandonado el sector de la población, cuya defensa le había encomendado, y que era precisamente lo que hoy comprende las Secciones Primera y Segunda, dejando al descubierto el lado norte de la plaza, y por la polvareda se le veía marchar hacia Tlacotepec sin ninguna orden previa. Se deduce que Toledo tomó esa determinación, porque tuvo la intuición del desastroso resultado de la campaña que había ocasionado a la columna imperialista muchísimas bajas entre muertos y heridos y, además, el temor del cerco que se le ponía a Juchitán con la gran cantidad de patriotas que se multiplicaban amenazando atraparlos, sobre todo si los juchitecos recibían refuerzos de los pueblos circunvecinos.
Consumada la deserción del coronel Remigio Toledo y su Batallón, el ataque de la plaza de Juchitán se facilitó al coronel Crisóforo Canseco, quien contaba con el grueso de las fuerzas y del pueblo dentro de las malezas situadas a un kilómetro del lindero de Juchitán. Hombres y mujeres habían pasado en vela la noche, y como a las cinco de la mañana se sirvió a los combatientes, por las mujeres, el rancho improvisado a base de totopo, pozo’, tasajo y atole de masa.
En los hombres se reflejaba un dejo de melancolía muy característico en los soldados antes de entrar al combate.
La mujer juchiteca, conociendo la psicología de los hombres de su raza, lanza a los reunidos la siguiente admonición en zapoteco: «Shi ná tu pué, cadi máa gudiñe tu láacabe puebla lá? pa quizanda cúee tu láacabe ndaani shquizhinu, lagui ni, ne guudlitu ca guí baca láadu guhnáa, ti gúulla-tu pa sabé dú láacabe o cóo!». (Traducción: «Qué dicen, pues? ¿Qué ya no les pegaron en Puebla? Si no pueden sacarlos del centro de nuestro pueblo, hablen! y nos dan a nosotras las mujeres, las armas que tienen, y verán si los sacamos o no!»).
Como un latigazo, los hombres reciben esta sentencia de la mujer juchiteca, émula de la «espartana» de la antigua Grecia; se crecen al castigo y se refuerzan con los voluntarios que llegan por la mañana, de Ranchu Gubiña, Chicapa de Castro, Zapotal, Zanatepec, Niltepec, Ixtaltepec y de otros pueblos circunvecinos, y como a las 9 de la mañana del día 5, bajo el glorioso sol de septiembre, se organizan los contingentes juchitecos para el ataque a la población que ya estaba sitiada por un cerco de hombres valientes.
BATALLA DEL 5 DE SEPTIEMBRE DE 1866, EN JUCHITAN, DEL ESTADO DE OAXACA, Y DERROTA DE LAS TROPAS IMPERIALISTAS FRANCESAS AL MANDO DEL GENERAL LUCIANO PRIETO
Dispositivo de ataque. El coronel Crisóforo Canseco, Comandante en Jefe de las Operaciones Militares en el Sector de Juchitán, dispuso el ataque a la Plaza en tres columnas: la primera columna, al mando directo del Coronel Canseco, reforzada con don Francisco León y su grupo de voluntarios, y de los capitanes Mariano Martínez, Miguel Vásquez y Marcos Matus, atacó con el Batallón Zaragoza (menos una compañía) en dirección este-oeste hasta el Cuartel Carlos Pacheco donde se encontraba el general. Luciano Prieto, dejando a su retaguardia a una gran reserva de voluntarios que la seguían lentamente para intervenir con palos, hondas y útiles de labranza en la acción. La segunda columna, al mando del capitán Anastasio Castillo, con los capitanes Albino López Lena y Felipe López Lena, una compañía del Batallón de Zaragoza y un contingente como de 500 voluntarios con misión de taponar el camino Juchitán-Espinal para evitar la retirada por esa ruta de las tropas imperialistas sitiadas, y presionar el ataque hasta el centro de la ciudad. La tercera columna, al mando del coronel Albino Jiménez, con una sección del Batallón de Zaragoza, reforzada con un contingente como de 400 voluntarios, tuvo por misión atacar por el sur, taponando el camino Xadani (Cerrito)-Juchitán, evitando a toda costa la fuga de las tropas franco-conservadoras por ese lado. Por la posesión de la plaza de Juchitán, la lucha fue encarnizada y sangrienta; las tenazas del dispositivo tendían a cerrarse, la primera columna al mando de Anastasio Castillo, cumplió con su objetivo evitando la salida del enemigo hacía Espinal, y aunque lento su avance hacia el centro de la Ciudad, se iba sintiendo. Las guerrillas de voluntarios se multiplicaban, y se luchaba cuerpo a cuerpo, como a las doce del día, a la altura de los cercos situados en donde hoy tiene su casa el ingeniero Enrique López Santos, en la Primera Sección, se registró una lucha cuerpo a cuerpo entre unos seis franceses que ya no tenían municiones y una guerrilla como de 6 hombres armados con machete y varas de carreta; entre ese grupo de voluntarios iba el valiente juchiteco Antonio López, padre de doña Antonia López China, que con su machete partió de un tajo al francés que le tocó en suerte, quien hincado por el peso de la mochila, antes de recibir el golpe, todavía tuvo alientos de gritar: «¡Viva Francia!», y los guerrilleros contestaron: ¡Viva Padre Vicente! ; Viva Juchitán! ¡Viva México!». De la mochila partida del francés, salió un Cristo de bronce, que se guarda como trofeo en el altar del Santo de la casa de la señora doña Amable López China.
Ante la presión de los juchitecos, el general Luciano Prieto decidió evacuar la plaza, antes de caer en manos de nuestros indios patriotas, y ordenó la salida de su maltrecha columna hacia Tehuantepec. Los pelotones de reconocimiento se dieron cuenta de la inesperada fuga del enemigo, rindiéndose el parte al coronel Canseco, quien dispuso que se abandonaran los trabajos relativos al sitio y dictó las órdenes para la organización inmediata de una columna de juchitecos para alcanzar a la columna imperialista y batirla. El general Luciano Prieto cometió el error de retirarse con su columna, siguiendo por una brecha que pasa por el panteón de Cheguigo y cruza los pantanos de Viahui dóo y de Igú, hasta Tehuantepec; pero la baraja estaba echada: a las tres horas de marcha, la columna enemiga alcanzó los pantanos entre Dani vihui y el Zanjón Igú. La desesperación de ser alcanzados por las tropas juchitecas, hizo que los franceses lo cruzaran, haciendo más penosa su marcha, pues mientras más avanzaban, más se hundían por el peso de la mochila y armamento. Como a las cuatro de la tarde fueron alcanzados por la columna del Coronel Canseco, quien previamente ordenó al personal aligerara su vestuario, y con los calzones subidos hasta la rodilla, se lanzaron al ataque contra aquellos hombres que se hundían cada vez más en el agua hasta la cintura. Al grito de «¡Viva San Vicente! ¡Viva el Señor de San Blas! ¡Viva Juárez: ¡Viva México! y ¡Viva Juchitán!», se produjeron los nuevos choques con tanto encono, con tanto ardor patriótico y con tanta fuerza que los combatientes juchitecos batieron a los franceses y austriacos, causándoles 800 bajas, arrebatándoles sus dos piezas de artillería y recobrando el cañoncito del Batallón de Zaragoza que habían perdido en la acción del día 4.
Al obscurecer del glorioso 5 de septiembre de 1866, el silencio del enemigo hizo pensar que los pocos que escaparon, huyeron hacia Tehuantepec. ¡Estaba consumada por un pueblo humilde pero mil veces patriota, la derrota de una columna que contaba entre sus filas a «Los Primeros Soldados del Mundo»!
Dice don Jorge Fernando Iturribarría, en su «Historia de Oaxaca»: «Prieto logró salvarse y llegar con muy pocos soldados a Tehuantepec, pero fue tan terrible la impresión de miedo o de coraje sufrido por el funesto resultado de la campaña, que empezó a minarse rápidamente su salud. Sin poder sobrevivir a su despecho, falleció de una fiebre maligna el 14 de septiembre de ese mismo año, a los 9 días de haber sido derrotado».
Es justo que en el Centenario del Triunfo de los Juchitecos contra las tropas Imperialistas Francesas, el 5 de septiembre de 1866, rindamos culto a los Patriotas juchitecos de aquella épica jornada: coroneles Albino Jiménez, Cosme Damián Gómez y José Pedro Gallegos; mayor Primo (Hida) Razgado; capitanes primeros Anastasio Castillo, Albino López Lena y Mariano Martínez; capitanes segundos Miguel Vásquez y Felipe López Lena; tenientes Pedro Jiménez Yubi, Plácido Orozco, Isidoro Jiménez y Pantaleón Santiago; sargento 2º. Pánfilo Marcial y soldados francotiradores Albino Sánchez y Antonio López; don Evaristo Matus, el Dominico Fray Mauricio López; el coronel Crisóforo Canseco con su glorioso Batallón Zaragoza, don Francisco León; al pueblo de Juchitán y a todos los pueblos de la región que cooperaron con su contingente humano en el triunfo contra los imperialistas franceses. Nuestras heroicas mujeres fueron: las cuatro hermanas María Inés, Patricia, Rosalía y Simona Robles; la esposa del capitán Castillo, solamente conocida con el nombre de María Tachu, y Paulina Vásquez. Los tehuantepecanos que pelearon en unión de los juchitecos fueron varios, recordándose el nombre de los sanblaseños Francisco Cortés, Benigno Cartas y sus hermanos Adelaido y Zabulón Cartas.
La derrota de los franceses en Juchitán, inició la declinación y el eclipse del brillo de las armas imperialistas en el Estado, como si el destino hubiera señalado a Juchitán como el punto de partida de la marcha triunfal de las armas republicanas en el país. Así asistió la Patria a la toma de Tlacolula por don Félix Díaz, al triunfo del 3 de octubre (1866) en Miahuatlán, por el general Porfirio Díaz; a la célebre Batalla de la Carbonera, ganada por el General Díaz; a la recuperación de Oaxaca por el propio General Díaz; a la captura de Puebla el 2 de abril de 1867, etc., cadena de victorias que va a parar hasta Querétaro, con el fusilamiento de Maximiliano, es decir con el derrumbamiento del Imperio.
El profesor Germán López Trujillo, en su discurso del 5 de septiembre de 1953, dijo: «Oh, Juchitán mío: aquel día repetiste en el alma de tus hijos la vibrante estrofa de nuestro Himno Nacional que dice: ‘Y tus templos, palacios y torres / se derrumben con horrido estruendo, / y sus ruinas existan diciendo: / De mil héroes la Patria aquí fue!’
Viva Juchitán!!! Viva San Vicente Ferrer!!! Viva el 5 de Septiembre de 1866!!!
Viva el Zapoteco!!!
BIBLIOGRAFIA
HISTORIA DE OAXACA POR DON JORGE FERNANDO ITURRIBARRIA
DISCURSO DEL PROFR. GERMAN LOPEZ TRUJILLO
5 DE SEPTIEMBRE DE 1953
RELATOS DE DON FRANCISCO LEON Y DE PARTICIPANTES DE LA BATALLA DEL
5 DE SEPTIEMBRE DE 1866
Transcrito por la: “FUNDACION HISTORICO CULTURAL JUCHITÁN, A.C.”
*(Tomado de los apuntes históricos del Coronel de Infantería D.E.M.)
Aurelio Martínez López

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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