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Cultura

De cómo se pierde el chontal

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No, ya no lo hablamos, sólo los más viejos, los mayores de ochenta años a veces lo platican. Ni a mi hermano el mayor, que ahora tiene cincuenta y cuatro años de edad, le hablaron en idioma mis padres, el es ingeniero químico, trabaja en Minatitlán.


El mar de Playa cangrejo suelta su rumor nocturno, algunas fogatas dan cuenta de las personas que gastan sus últimos días de vacaciones primaverales, mientras Aureliano Salinas emite un suspiro melancólico: Soy chontal porque mi papá lo es, pero yo ya no hablo el idioma –insiste-, mis hijos, menos; la mayoría, casi todos en Morro Mazatán, ya sólo usa el español.
A un lado, junto al fogón, su esposa Idalia Jiménez fríe unas olorosas empanadas. Ella es natural de San Blas Atempa, donde un alto porcentaje de vecinos se comunica en lengua zapoteca. Pero aquí ya lo dejé –dice- con quién lo voy a platicar, con nadie.
Ustedes son de Juchitán, verdad –enuncia, entre segura e interrogadora, con una sonrisa franca, la señora-. Por qué, preguntan a una y con candorosa inocencia los visitantes. Se nota su hablar, sentencia la doña.
El aceite canta su hervor bajo la pequeña enramada, el puesto que esta pareja con sus dos hijos mantienen a un lado de la playa; atrás, una tienda de campaña hace las veces de dormitorio. Nos la regaló un señor que vino –explica Idalia-, es el primer año que estamos aquí, compramos en cuarenta mil pesos este pedazo de tierra, a ver cómo nos va.
La plática surge con natural espontaneidad, como quien no quiere la cosa, como quien dice “buenas noches”, nomás por saludar, pero la aguja comienza a sacar buen hilo. El pretexto era una cena sin sabor a mar, en los últimos puestos, al extremo de la hilera de restaurantitos. Más tarde, la memoria permitirá transcribir sobre papel sanitario, en una de las cabañas que renta el Chayón, parte de la conversación.
A una pregunta responde Aureliano: No, no soy pescador, trabajo el campo, lo mismo que hacía mi papá desde antes de que bajara de su pueblo San Miguel caja de agua, lo mismo que hacía su papá allá arriba, en los tiempos en que todos hablaban el idioma, entre los cerros, con manantiales y árboles de fruta y venados.
Por aquellos años los hombres de San Miguel bajaban para trabajar como mozos en los latifundios que habían aquí, eran tierras de los Villalobos de Tehuantepec. Cultivaban la caña, el maíz, hacían panela.
En ese tiempo sí tenían su música, su danza de Malinche que bailaban con pito y tambor. En la fiesta de Candelaria se iban a San Mateo del mar, al llegar a la entrada del pueblo mandaban avisar al mayordomo, quien salía a recibirlos y así entraban con su danza.
Cuenta mi padre que todo el comercio se hacía con Tehuantepec, vender y comprar. Casi no tenían trato con los de Astata ni con los de Huamelula, al saber por qué.
Pero en 1936 Lázaro Cárdenas afectó las tierras para crear el ejido de Morro Mazatán, la gente de San Miguel casi fue obligada a bajar para poblar el ejido y para cuidarlo, porque los antiguos dueños tenían pistoleros que querían asustar a los primeros que llegaron. Había también gente de San Blas y de Tehuantepec entre los fundadores. Ahí comenzó a perderse la lengua chontal.
(El visitante recuerda que la antigua lengua de estos lugares es uno de los quince grupos lingüísticos de origen precolombino que aun persisten en Oaxaca. Perteneciente a la subfamilia tequistlaneca, este idioma se ubica entre los que cuentan con un total de hablantes que van de diez mil a mil, al igual que el huave, el triqui y el yaqui, entre otros.)
Idalia sirve a los visitantes dos platos con crujientes empanadas; la hija de estos, la pequeña Nuria, juega con un hermoso gato negro, le acaricia la cola, el lomo y la sedosa frente, hasta que se le hace ver que el animal no es de la casa sino de algún vecino, por lo que el felino no es de confianza. ¡Quisi! Le gritan con fuerza al gato y éste salta despavorido para perderse en la fresca noche.
Quién sabe por qué ya no nos hablaron en chontal -se pregunta Aureliano Salinas -Yo creo que el alma de ellos se quedó allá en San Miguel caja de agua. Nosotros ya ni siquiera conocimos la danza de Malinche, y los que todavía hablan la lengua ya son muy viejos; además, ya solo quedan como veinte.
Shh, silencio que ya es medianoche, parece decirnos la espuma del cercano mar.

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cultura

Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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