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Udulio

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Entrecierra los ojos y responde a la pregunta: No, ya no voy a la pesca. Sí, la verdad es que tengo suerte cada vez que lo hago. Tiro la lanzada y atrapo una buena cantidad, ya sea de pescado o de camarón. Pero prefiero ir a la obra, soy carpintero de obra. Le hago al albañil, pero voy más de carpintero. Mira esta casita, yo la levanté.


Son casi las diez de la noche. Los cirios iluminan el interior de la casa, parpadean ante las flores colocadas por los cuarenta días del ex marido de Rosita, la hija de Udulio. Ha terminado el rezo, la vecina Antonia Cú Muuna’ trae unos tamales de cambray, de res con mole amarillo, de salsa verde. Detrás de ella, una niña viene con dos tazas de oloroso café medianamente dulce. Tomo un plato y un café. Escucho las palabras de este paisano de Xadani, con apenas cincuenta y cuatro años en los hombros, pero con arrugas que le suman diez más en apariencia.
Con los muchachos fuimos una vez allá por Pueblo viejo. Estábamos en el mar con las atarrayas, cuando se nos acercó un grupo de huaves, nos hablaron con lengua filosa. Querían saber quién era cabeza del grupo, si teníamos papeles para pescar. Les dije que yo mero era el cabecilla, que no teníamos ningún papel porque el mar era de todos y teníamos necesidad.
Pues con todo y necesidad, ustedes no pueden pescar en nuestro mar, así que nos vamos a llevar sus redes y las vamos a tirar por ahí, dijo el jefe de ellos. Y juntamente tomaron nuestras cosas, las hicieron bola; vimos cómo las tiraban al mar, un poco lejos de donde estábamos. Pero eso sí, le dije al mero mero de ellos: ay de ustedes si vemos un carro suyo en el camino, porque lo vamos a agarrar.
Dicho y hecho. Por La ventosa, donde la carretera hace una “Y”, detuvimos una camioneta llena de canastos y termos con pescado y camarón. Jora, le dijimos a quienes iban en el carro, bájense porque aquí se queda esto. En eso salió una señora malencarada, le platicamos lo sucedido en su tierra, bueno, en su mar. Alzando un poco su huipil, nos mostró una pistola y explicó que el jefe de aquellos era su marido, pero que lo iba a poner en su lugar. Espérenme, regreso con sus redes, no tardo, dijo y se devolvió.
Hasta el otro día, temprano, vino a salir la señora en una camioneta. Traía nuestras cosas. “Le dije a ese sonso si no sabe que en Juchitán vendemos toda la pesca, que ahí compramos nuestra comida, que necesitamos comerciar ahí siempre. Así que fue a sacar lo de ustedes al mar. Ahí está”, comentó al tiempo de señalar hacia el vehículo. Asunto arreglado, pero desde entonces ya no fui a la pesca. Me fui al corte de caña.
Estuve unos años cuando comenzó el Ingenio de Chetumal. Luego anduve macheteando por Cosamaloapan y de ahí me jalé a Tepic. Jo, ahí sí que nos fue bien. Estuvimos seis años. Pero luego me invitaron a Monterrey, a la construcción, eso estuvo mejor. Rayaba de cuatro a cinco mil a la semana, ¡y la señora sacaba hasta diecisiete mil! Claro, yo hacía extra; nada de que dos o tres horas, noo, completaba cinco o seis o doblaba turno. Estaba joven, sin enfermedad.
Udulio levanta la cara hacia el techo de la pequeña tejavana, voltea hacia la oscuridad de la noche. En el interior de la humilde casa conversan cuatro señoras, seguidas por los oídos de la joven viuda y de una reciente quinceañera. Sobre la cama descansa entre sueños el pequeño hijo de Rosita, con apenas dos meses de florida edad.
Y qué hicieron con todo el dinero que ganaban, importuno al carpintero con mi nueva pregunta. Sin pensarlo, pausadamente responde:
Pagamos nuestras deudas. Habíamos casado a cuatro hijos, teníamos varios pendientes por cubrir, así que juntábamos el dinero y se lo mandábamos a Lupe Xhen, ella era nuestra cartera. Sí, los hijos daban su parte, pero nosotros, mi esposa y yo, solo nos quedábamos con lo justo para pagar la renta y lo de la semana de comida.
Recuperamos esta propiedad, que la había vendido en sesenta mil pesos por los compromisos de casamiento. Cada semana era el depósito, hasta que en una ocasión me habló Lupe para decirme que la deuda se había acabado y todavía teníamos un dinero extra. Ora sí, le dije a na Rosa, vámonos de regreso a Xadani. Agarramos nuestra ropa, lo poco que teníamos, y de vuelta a la casa que recuperamos, que es ésta.
Mira las paredes, sonríe, y pienso que por la comisura de sus labios asoman rastros de limpio orgullo. Retoma el hilo de sus palabras. Cuenta de sus tiempos allá por Valle nacional, donde construyeron un puente; de Monterrey, donde se levantan edificios por todos lados, según su apreciación; de lo fácil que es conseguir trabajo allá. “Sólo es cosa de ir al puente, ahí en Río Nazas; llegan los contratistas, los destajistas, a detenerte y ofrecer, cuánto te pagan dónde estás trabajando ahorita, tanto, te doy doscientos más. Y lo agarramos, a veces, aunque ya sabemos que son cabrones, que nomás es para jalarnos, porque a la vuelta de tres o cuatro semanas salen con que no hay dinero para completar la raya, o que te esperes a la otra semana, y así. Pero nunca falta la chamba. Por eso puedes ver gente de Álvaro Obregón, de Santa Rosa, San Blas, Juchitán, de Xadani. Los oaxacos nos llaman.
Ahora estoy trabajando en el mercado de Juchitán. El treinta y uno de marzo se entrega la obra, ya nos dijeron. De ahí vamos a ver qué sigue.
-¿Y la enfermedad?
-No sé, ahí sigue. Ya fui con dos o tres doctores, no le atinan. Me hice análisis de sangre, de orina. Uno dijo que era mi pulmón, que me tenía qué operar, que costaba tanto la cirugía. Vete a la chingada, le dije en zapoteco, le menté la madre. Vámonos le dije a na Rosa, este cabrón solo quiere sacarnos dinero. Otro salió con que es mi riñón y que soy diabético. Ahora tomo té de hojas de cuanto tipo, pero el malestar sigue.
Dentro de la casa la plática se apacigua, la patrona me hace una seña. Convenimos la retirada con la clave morse de los gestos. Salimos con la quinceañera, el viento comienza a provocar una fuerte danza en los árboles.
Las dos Rosas permanecen ante las flores y los cirios. Udulio tiende la mano. Otro día seguimos, dice, y sonríe.
Santa María Xadani. 13 de febrero del 2019.

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cultura

Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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