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Guie beeu, piedra lunar, cal viva

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Bajo un sol rotundo, en un andador del panteón de Xadani, el compadre Zenón mira hacia el norte y sonríe al ver un árbol frondoso, a unos cien metros del sepulcro de su hija Soledad. Es un chubi’, dice, produce unos frutos sabrosos; cuando niños, buscábamos una vara larga para cortarlos, este árbol en particular tiene frutos grandes, así –dice, y forma un volumen imaginario, del tamaño de un limón, con el pulpejo de los cinco dedos de su mano derecha.
No lo ves florear, de pronto miras la bolita que poco a poco va creciendo ahí, entre las hojas. Para mayo ya los puedes cortar, bueno, los podías, porque ahora ya nadie les hace caso. Creo que los niños ya ni fruta comen, menos de aquellas que nosotros gozábamos en los viejos tiempos, como el cachimbo, que ya nomás se pudre en el árbol, ya ni me acuerdo de su sabor, tanto tiempo ha pasado desde que me subía por el tronco rugoso.
A un lado, la comadre Carmen mira absorta las flores que reposan sobre la tumba de su hija, fallecida hace diez años, justamente por eso es que estamos aquí, luego de las oraciones dichas en alta voz, salmodiadas, a ratos salpicadas con vocablos en un presunto latín que la memoria de Sonia la rezadora nos trae en esta ardiente mañana de recuerdos.
¿Te acuerdas de los dulces de cereza? Ah, qué delicia, ya de sólo mirarlos sobre una hoja de almendra o en la cuna del totomoxtle, se me hacía agua la boca. O el dulce de mezquite, que no era gran cosa prepararlo: llenaba uno la bandeja con los mezquites maduros, casi morados; después se machacaban un poco, para que soltaran su jugo y absorbieran el dulzor del azúcar, el sabor de la canela, tal vez algo de color del carmín. Y a ponerlo a hervir en un cazo mediano sobre el fogón. ¿Conociste ese dulce? –me pregunta, y le cuento una anécdota.
Hace como diez años, me encontraba en el costado poniente de la casa cuando vi a un hombre dejando su morral en el suelo, a cinco metros de mí; echó un salivazo en las palmas de sus manos y tomó con firmeza la jacha, mirando con decisión un árbol de mezquite con no menos de veinte años de edad.
-Qué vas a hacer, ingrato –le pregunté alarmado.
-Voy a derribar este árbol, el dueño del solar me pagó por hacerlo, porque su esposa va a ocupar la leña –respondió con absoluta calma el tipo.
-Por favor, ve y dile al dueño que le devuelvo lo que te pagó, y si hace falta le pago también lo del árbol.
-Pero ya me dio la orden.
-Anda, te lo pido de corazón, ya no hay muchos mezquites en el pueblo, y quisiera salvar éste, que además le da sombra a mi casa –le expliqué compungido.
-Está bien –fue su frase última antes de marcharse.
No habían pasado ni veinte minutos cuando el hombre regresó. En silencio recogió su morral, la jacha y me dio la espalda.
-Qué pasó –lancé la pregunta.
-Nada, que dice que no tire el árbol.
-Pero cuánto le debo, qué hago.
-Nada, todo está bien. Que se quede el árbol.
El hombre se marchó. Un año después, las vueltas de la vida provocaron que los dueños del solar del mezquite ofertaran a doña Reyna el predio, pues necesitaban algo de vuelto para casar a uno de sus hijos. La buena fortuna permitió juntar la cantidad requerida y el árbol aquel anda por los treinta años, creciendo feliz, soportando los embates de veloces vientos, en nuestra propiedad.
A poco, ah qué bella cosa esa, compadre, me dice el buen Zenón, con sus alrededor de setenta y cinco años a cuestas. Qué bueno, porque ya casi no se ve el mezquite por aquí cerca, las señoras que echan tortilla y totopo lo ocupan mucho para el horno. ¿Te acuerdas que antes las mujeres ocupaban la cal viva para cocer el maíz y luego llevarlo al molino? Y entonces me lleva, ahora él, a una anécdota, a un recuerdo que se ha ido perdiendo poco a poco entre nosotros.
La plática, desarrollada en lengua nube, el diidxazá, me lleva a escuchar de labios del compadre Zenón el nombre de aquella piedra de donde se obtenía la cal: Guie beeu –dice sonriente-, así es como salía su nombre en esos tiempos, cuando la ocupaban para edificar las casas que el terremoto del dos mil diecisiete derribó.
Piedra lunar, pienso yo en español, hermosa manera de llamar al elemento que permitía pegar adobe con adobe, ladrillo con ladrillo, levantar muros que sostendrían vigorosas planchas y morillos de madera traída de bosques cercanos todavía hace unos ochenta años, luego vendría el lodo para colocar el tejado, la techumbre, como en la desaparecida casa de mi madre, en Juchitán. Y sigue Zenón.
A lomo de carreta traían las piedras de los cerros de La ventosa, por donde ahora están plantados los ventiladores de los yólicos. Vaciaban todo en el suelo, enseguida le echaban agua y podías ver, escuchar, cómo se iban quebrando las piedras, haciéndose pedacitos hasta quedar en puro polvo.
Ya que estaba la loma de cal, se le rociaba con otro poco de agua, por encima, para formar una costra dura de unos dos centímetros. Así ya quedaba lista para ocuparla, poco a poco. Incluso, una vez que se comenzaba a usar, se hacía un hoyo hasta abajo, por ahí se sacaba lo que se fuera necesitando.
No, no, cómo crees, no se mezclaba con arena para pegar los ladrillos. Se hacía con tierra, como la que se usa para las macetas, así se preparaba, quedaba maciza la construcción. Por eso duraron tantos años, hasta que vino el temblor, pero eso no lo aguantaron ni las casas de material.
Entrecierra los ojos, mira de nuevo el sepulcro de la hija, y me dice: Vámonos, vámonos, que el sol ya está muy caliente.
Santa María Xadani, en la antesala del eclipse lunar de este 20 de enero de 2019.

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cultura

Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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