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Cultura

La Piñata

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A Emma Chivera

“Laní xpido’ xcuidi” así se dice en zapoteco “Cumpleaños Infantil” traducido; Laní – Festejo, Xpido’ – Santo, Xcuidi – Infante. Pero en nuestro castellano juchiteco era “Piñata” así de simple y de esa forma era como nos referíamos a este acontecimiento al que todos llaman ahora “Fiesta Infantil” y es por demás curioso, porque antes de toda esta invasión materialista en Las Piñatas con el sobrecito en las invitaciones, las temáticas en la forma de vestir de todos, el protocolo, las rebanadas diminutas de pastel y decenas de cosas más, lo más importante para aquellos años era precisamente la piñata. La tradición consistía en tener el número de éstas proporcional a los años que se cumplía, por eso los papás de los susodichos tenían como límite festejar a sus hijos hasta los cinco o seis años, no más. Las piñatas eran de barro, decoradas en forma de estrellas con picos de colores, personajes como el Chavo del 8 o la Chilindrina, de payasos y frutas, a excepción de una, la última, que estaba hecha de carrizo y papel celofán, formando un cubo que en su interior tenía globos. Colgaban en tendederos, zarandeadas con un puntal complicando el encuentro, se rompían con los ojos vendados, un par de vueltas sobre tu propio eje, entonar la conocida canción y esperar entusiasmado aquel momento lleno de adrenalina en el que eran tratadas a palos; como participe, siempre un ojo puesto al vendado (evitando ser golpeado por él) y otro al montón de manos al asecho del motín, buscando detenerlos de algún modo, el sonido de la olla quebrándose era señal de lanzarse al piso y poder recolectar lo más posible del contenido derramado. El éxito consistía en volver a tu lugar con alguno de los picos de la estrella, cabeza o brazo de la piñata lleno de dulces. La Piñata era un acontecimiento importante, la invitación para asistir era verbal, bastaba sólo con informar casa por casa a los papás de los niños vecinos, no había discusión, ni confusión de horarios de inicio, se iba después de la comida y punto. La mañana del día previsto, los parlantes anunciaban el festejo, las felicitaciones por parte de los abuelos, papás y hermanos, acompañado con las tradicionales mañanitas en voz de Pedro Infante, además, esto servía como un recordatorio a quienes ya habían sido invitados. Escoger los regalos para La Piñata no era tan complicado en aquella época; un Shampu Vanart, un jabón Zote o Vel Rosita, un talco de tocador, un broche para el cabello, un peine, todo al alcance de la economía familiar y fácil de conseguir en la tienda de la esquina. Aquellos regalos se clasificaban el color azul para niño y rosa para niña, no determinaban el número de asistentes tampoco, con uno sólo entraban tres o cuatro al festejo, los regalos más importantes los daban los padrinos con anticipación, así el festejado o festejada podía lucirse en su Piñata, ellos acostumbraban regalar oro, oro en cadenas, oro en anillos, oro en pulseras, oro en aretes. Tan importante era aquello de La Piñata que toda la familia se involucraba en el trabajo, sin importar cual pequeña fuera la casa, el festejo se realizaba en el patio o callejón siempre, las mujeres elaboraban botanas para las mamás de los niños invitados, gelatinas en bolsitas, chicharrones de aritos, palomitas, agua de horchata o jamaica y ese pastel de ingredientes exactos a temperatura precisa en el horno de la estufa, que por única ocasión se usaba, el nombre escrito con carmín o chocolatitos de lunetas y en algunos casos especiales para los niños se trazaba un campo de fútbol en el pastel con coco rallado de color verde. Los hombres se encargaban de la limpieza, colocar sillas, mesas, colgar globos y mantener fresco el espacio, instalar el minicomponente (que a propósito siempre era prestado) elegir los casets’ adecuados con rondas infantiles y canciones de Cri-Cri, Cepillin, Parchis, Topogigio, Katy y la risa de sus vocales, Chabelo, Las Ardillitas; Anacleto, Demetrio y Pánfilo con su Ranchito Bonito y su molesto teléfono carpintero ‘…ese teléfono parece carpintero, porque hace ring, porque hace ring… ‘

Durante el festejo había tiempo de sobra para echarse un par de retas de canicas, los niños prevenidos llevaban consigo los bolsillos llenos de ellas ante la advertencia y amenaza de la madre Xiiñi’ gabiá gudxeca’lii, ¡Cadigueedanelu’ nga na dxe! ¡Biiya’ qué chi gunibiidilu ca lari xtilu’ na ba’du’ pacaa guuyu’ ra yoo chindasinu! (Hijo del demonio, te dije que no trajeras esas cosas, cuidado de ensuciarte la ropa he niño, sino te las verás en casa) Las niñas en la mayoría de los casos preferían mantenerse sentadas, evitando ensuciarse la ropa limpia y reluciente. La voz a todo pulmón de la mamá anfitriona anunciaba la repartición del pastel y dulces, en aquel instante se guardaba compostura, orden, era el último momento de la Piñata que iba bajo el siguiente y estricto orden;

Recepción de invitados, entrega de pequeña merienda a cambio de su regalo y abrazo, medio sándwich de pollo o quesillo, vaso con agua fresca que al final tenías que devolver por ser parte en la cocina de la casa, botana para el adulto que acompañaba.

Un par de juegos organizados por alguna tía para empezar a socializar, porque, por increíble que parezca al inicio de La Piñata pareciera que todos fueran desconocidos, el juego principal consistía en bailar al ritmo de la música alrededor de una fila de sillas, y al parar ésta, tomar un lugar para sentarse, quedando fuera aquel que no lograra alcanzar una.

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Romper las piñatas, no sin antes posar para la foto con todos los presentes, las fotografías eran tomadas por una cámara Kodac o Fujifilm con pilas nuevas doble A y rollo de 36 disparos, suficientes para guardar el registro de la celebración.

Las mañanitas frente al pastel de dos, tres pisos o más pisos y hasta en forma de pavo-real, rodeando todos al festejado o festejada amenazando con ser quien aplastara su rostro al pastel, una pequeña pausa para poder ordenar rebanadas grandes en servilletas y después a la par la distribución de dulces en bolsas transparentes y a veces en papel china.

La despedida era igual de importarte, se agradecía personalmente la asistencia, replicando lo bien organizado de La Piñata y aprovechar para pedir para un trozo extra de pastel a nombre de quien no pudo asistir.

Así de mágicas eran las Piñatas en aquellos años, sin odios, sin envidias, con niños curiosos que no fueron invitados, provenientes de otras calles, atraídos por el ruido del festejo, permanecían hasta el final mirando a lo lejos, temerosos, tímidos, su recompensa eran algunos dulces sobrantes y una rebanada de pastel que compartían entre todos. Los lugares no eran reservados, no había lista de regalos, ni aportaciones monetarias, música extraña, ni bebidas comerciales, juegos inflables, ni mesa de bocadillo, se respetaba la presencia de los abuelos en lugares especiales, se levantaba todo al final para poder seguir La Piñata hasta más noche ya en familia, se agradecían los regalos al abrirlos guardando las envolturas, se soñaba con volver a festejar el próximo año sabiendo que quizá era último, se guardaba la magia del recuerdo toda la vida.

En la fotografía estamos en la Piñata de “La Nena” cumplía cinco, los años han pasado en todos los que estamos ahí, algunos ahora acompañamos a nuestros hijos en Fiestas Infantiles modernas. ¿Podrás reconocerme? Nunca fui bueno para posar frente una cámara, ahí estoy con mi gesto de malvado arruinándola.

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cultura

Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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