Cultura
¡Más caldo, Chayo!
A la salud de Dximi, gran descuartizador de reses en Cheguigo, espléndida primera voz con el legendario trío Xavizende.
Cuando era un niño no era de mi gusto el caldo de res, debo confesarlo.
Por más que la abuela Nita Tolo se afanaba en picar el repollo, la cebolla, los tomates, sumar el arroz, la garbanza, y en una ceremonia presidida por sus manos trabajadoras cortaba los extremos del plátano macho, le partía el amarillo vientre, y dejaba caer toda esta lotería de colores y sabores encima de los breves trozos de retazo con hueso, mi apetencia de entonces no se dejaba seducir por los aromados hervores que surgían de una olla de barro.
El recipiente, ahumado por el paso de los años vividos sobre el fogón, presidía luego la mesa. Un cucharón vertía las porciones en cerámica de Atzompa, muy propia para tal condumio, pero mis ojos esperaban el plato de peltre, iluminado con un cardenal al centro, en el cual resplandecían los huevos revueltos, fritos con manteca de puerco, que aquella mujer de cincuenta años me entregaba con especial afecto, pues sabía que el escuincle no gustaba de aquella hirviente vianda preparada para el resto de la familia.
Similar desinterés me provocaba otras comidas que gustosamente saboreaban mi hermano Aníbal, el tío Tito y na Nita Tolo. Mamá probaría aquello después de las ocho de la noche, a su regreso del trabajo.
En la memoria guardo el paso del molito de res -guche guiiña’-, el frijol de Chimalapa -bizaa dxima-, los molitos de garbanzo, de camarón, y la soberbia presencia -ahora lo sé- del zee bela bihui, un espléndido guiso hecho con maíz martajado, tomate, especias y gloriosa carne de cerdo, costillitas, de preferencia.
Pero nada de eso, insisto, llamó la atención de un inexperto paladar que se conformaba con frijoles refritos en los míticos untos de cerdo, o la misma leguminosa hervida con trozos de chicharrón o la tortilla recién salida del horno, barnizada con manteca y espolvoreada con un poco de sal.
Era un reino presidido por la magnífica sazón de la abuela, que supo enseñarle a mi madre los secretos de la cocina, los pases mágicos para obtener lentejas inigualables, un guisado de puerco con tomate, acompañado con plátanos fritos, que danzan incansablemente en mis recuerdos.
Pasó el tiempo, me fui a la ciudad de México para estudiar una romántica licenciatura. Allá, por cierto, recomenzaron mis arrimos al viejo idioma de la abuela, lengua que descansaba en el diván de las cosas sin usar, luego de que un día en casa mi madre me puso en una dolorosa disyuntiva, acuciada por algo que oyó en la escuela, donde se esmeraban por hacer a un lado el zapoteco.
Decide, me dijo seriamente, o hablas el español o hablas el zapoteco, pero no puedes ir por los dos caminos, se te enreda la lengua y hablas pedazos de castilla con pedazos de palabra nube. Eso sí, me advirtió premonitoriamente, ni en la escuela ni en la calle ni en el trabajo, se van a dirigir a ti en zapoteco.
En la encrucijada, mirando hacia un invisible futuro, opté por la castilla. En aquella escuela superior de la gran capital, inundada de jóvenes llegados de todas partes del país, me hallé de pronto con media docena de paisanos, quienes me animaron a reiniciar el aprendizaje del idioma extraviado en la memoria.
Seis años después, regresé a vivir en la casa materna, pero en ese lapso, con las viejas palabras comenzó el asomo a los sabores no apreciados antes. Por vacaciones, supe acercarme a los guisos que la abuela antes, mamá Rosa ahora, ofrendaban en la mesa.
Así, pude llevar a mis papilas el tesoro de las especias y las verduras, lo dulce, ácido, amargo, salado y umami que hay en el recetario antiguo de la tradición, sin faltar el variopinto picor del chile.
Me viene todo esto a la cabeza, mientras Alexa me sirve un plato con caldo de res caliente y algunos totopos, para el desayuno. Debo decir que antes me preguntó si quería esta comida o huevos en salsa. No dudé en mi respuesta.
El guiso fue preparado el sábado, para El Rincón de Xadani, un bar comedor que la iniciativa de Doña Reyna quiso establecer en casa. Mas yo prefiero consumirlo al día siguiente, recalentado, cuando se concentra la sapidez, así lo hice. Pero algo quedó y lo consumo ahora en este martes, con los ojos entrecerrados, como ingresando a un paraíso pleno de sensaciones.
Casi espesa, la mixtura deja ver rodajas de plátano macho, zanahoria, calabacín, ralladuras de col y cebolla, granos de garbanza y dos breves trozos de carne y ligamentos. Qué más puedo decir.
En tiempos lejanos, el trío Xavizende amenizaba tertulias en festivos centros de hidratación. Cuando alguno de los bebensales pedía otra pieza, Dximi exclamaba entusiasmado, ¡Más caldo, Chayo!, para luego sentenciar, niños, no hay recreo.
Santa María Xadani, octubre del 2021.
Cultura
Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024
Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad
Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.
Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.
En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.
El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.
Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.
Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.
Cultura
Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño
Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet
El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo, se torna, interesante para la mente infantil.
En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual, José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.
En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.
Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.
El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.
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