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Cultura

Marianito, el impresor

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Para mi amigo Che Gera
En el verano del 85 tuve mi primer acercamiento con Macario Matus, estábamos a la mitad de la brillante década en que él habría de conducir aquel barco llamado Casa de la Cultura. Noble capitán, Macario supo darle rumbo a esa nave, con sus relaciones, sus ideas y sus ocurrentes formas de hacer que instituciones o personas allegaran recursos para las actividades, con frecuencia sobresalientes, que él buscaba.

(Esto es, no se quedaba sentado esperando la llamada de algún alma de dios que quisiera ir a exponer o leer o cantar en los espacios de la Casa, como luego ocurrió desde su salida, allá por 1989.)
En la esquina poniente del ala sur se instaló un taller de poesía que el hermano Matus coordinó. Un cartelito hecho a mano invitaba a inscribirse para acudir a las diarias sesiones. Acepté el convite.
No recuerdo quiénes participaron durante las quince tardes que duraron las pláticas, los comentarios, las observaciones del Maestro, mientras los presuntos poetas leían sus arrimos, sus balbuceos.
En una de esas tardes, si no mal recuerdo, llegó un joven con un manojo de textos bilingües, sonetos incluidos. El coordinador se levantó de su silla, lo recibió con entusiasmo y le dijo que luego entregaría las hojas a la imprenta, para que ya comenzaran a armar los componedores, las galeras. Una vez que estén listas las pruebas, te llamo para que revisemos, le comentó en zapoteco, que en tal lengua conversaban ambos. Aquel joven de veintiséis años firmaba sus poemas con el seudónimo de Víctor Terán.
Se retiró el incipiente escritor, finalizó la sesión, y Macario me mostró con orgullo la carpeta contenedora de versos. Abrió sus ojos todo lo que pudo y exclamó “cómo la ves profesor, sonetos en zapoteco, uta madre. ¡Marianito va a tener mucha chamba!”
Marianito, lo supe después, era el maestro impresor que se hacía cargo de componedores y galeras, aplicar tinta, darle vuelta a la prensa, retirar planas, hacer que las viñetas aportadas por pintores locales o tomadas de alguna ilustración quedaran estampadas en la cartulina de portada, encuadernar, y entregarle a Macario cien ejemplares de alguno de los bisoños autores que fueron publicados en la legendaria serie Tortuga transparente.
¿Quiénes se adhirieron al caparazón de aquella Tortuga? Hundo la mano en mi memoria y salen algunos nombres y títulos: Víctor Terán, Diidxa xhieeñee; José Alfredo Escobar, Estado del tiempo; la luminosa Rocío González y sus Poemas; Antonio López Pérez, Flor de agua; Enedino Jiménez firmando Cuatro poemas y el mismo amor.
Se montaron en aquella cabalgadura también: el poeta gululush Dionisio Hernández Ramos envuelto en un Fuego de un mismo árbol; Esteban Ríos y su Desandar la memoria; Francisco de la Cruz con la Palabra derretida; Alejandro Cruz, Se cancela por olvido; el chiapaneco Joaquín Vásquez Aguilar y el Cuaderno perdido; y así hasta sumar no sé cuántos poetas y tantas plaquettes.
No en la Tortuga, pero sí de aquel Impresos Cheguigo, ubicado a la orilla del callejón de Los cocos, salieron también las Erotomanías de Guillermo Petrikowsky que, luego de una lectura en Casa del tiempo, en el entonces Distrito Federal, le soltó a una periodista: “yo soy el más erótico de los poetas del Istmo”. La joven huyó despavorida ante la mirada fáunica del hablante.
De ahí, de las manos de Mariano Valdivieso, surgieron las pruebas que Macario y yo fuimos a revisar una tarde en el callejón, donde se fundían casa y taller del impresor. Al amparo de tres cahuamas, media docena de limones y un puño de sal -corchetes de por medio y anotaciones al margen- concluimos que el poemario estaba ya listo para el tiraje. El debutante escritor no cabía en sí de la emoción. El olor de la tinta fresca, las letras –¿era times new roman?- su nombre a la cabeza de la portada, y la gloriosa espuma, claro, le hacían creer que pisaba aires de inmortalidad.
Marianito regresó a la prensa haciendo pequeñas pausas para apurar su vaso, mientras que nosotros lo veíamos trabajar y escuchábamos el rítmico sonido de los engranes. Mi flaca memoria quiere que nos hayan ofrecido un platazo de caldo de pollo para acolchonar la caída de la espuma, el hecho es que se llegó la hora en que el legendario creador de la tortuga inconsútil ordenara la retirada.
Seguí viendo a Mariano, a veces en su taller, cuando pasaba a saludarle, ocasionalmente en su querida Casa de cultura, mientras esperaba a que Macario revisara las pruebas en turno. Supe de paso de vicisitudes familiares, del cambio de lugar de su taller -instalado ahora junto al negocio de bloques y tubos de concreto del amigo Desiderio de Gyves-, de su salud un tanto quebrantada por el ajetreo vivífero.
La mañana del treinta de septiembre pasado leí una publicación de su hijo Gerardo, en la cual anunciaba que su padre había fallecido la noche anterior e invitaba para asistir al sepelio en el panteón de Cheguigo, el rumbo que Mariano nunca abandonó. Por delante de mis ojos se desgranaron recuerdos de aquellos años cuando yo recién había llegado del Distrito Federal y me integré a aquella partida de jóvenes con aspiraciones artísticas.
Por la rocola de mi memoria desfilaron las voces de Sabino López, Puga, Delfino Marcial, El greñas, Chefedo Escobar, el sonido en los vasos recibiendo su dosis de Carta Blanca en tamaño familiar, en La flor de Cheguigo, la sonrisa de Marianito que a veces se sumaba a aquella runfla.
Miré la pantalla de mi máquina en la oficina y comencé a escribir unas letras a la memoria del maestro impresor. Le pedí a Édgar que diseñara un “flyer” con las portadas de los poemarios salidos del callejón de Los cocos, imágenes facilitadas por Escobar, el poeta espinaleño. Era mi corona de flores para la tumba fresca del amigo.
A medio camino se fue la luz, hubo un corte de energía eléctrica por esta zona, me quedé a oscuras. Durante media hora esperé el regreso de la corriente para continuar, cosa que no ocurrió. Me levanté descorazonado y con la desazón de no haber guardado el texto avanzado.
Dos días más tarde me planto ante la máquina, continúo, me detengo, continúo y me detengo para buscar la palabra apropiada, la escena de aquella juventud transcurrida entre el sueño y la vigilia de la escritura, entre tragos de cerveza y el asombro de mirar a Macario bebiendo recios mezcales “sin alumbre”. Entre esos pasajes, Mariano Valdivieso imprime huellas de la Tortuga transparente.
Juchitán, 2 de octubre del 20.

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cultura

Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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