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«BATALLA DEL 5 DE SEPTIEMBRE: FIN DE LA GUERRA CIVIL ENTRE TEHUANTEPEC Y JUCHITÁN»

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A la distancia, resulta más difícil entender los actos heroicos del pasado. Pareciera que necesitáramos oler la pólvora, escuchar los quejidos de los heridos y el tronido de las balas para dimensionar las gestas.

El Istmo de Tehuantepec es un país aparte, como bien han referido las personas que conocen la región. Desde tiempos prehispánicos fue una zona que disfrutó de plena independencia, inclusive frente al furioso azteca, a quien derrotó en Dani Guiengola (‘Montaña de la Piedra Grande’).

Antecedentes:

A la llegada de los españoles, Dani Guiebeedxe’ (‘Cerro de la Piedra del Jaguar’) fue nombrada Villa de Guadalcázar, nombre que fue olvidado por el que ostenta hoy: Santo Domingo Tehuantepec.

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Como en otras regiones del mundo, en el Istmo existen varios idiomas, tradiciones y costumbres. También se desarrollaron diversos Guidxis o Queches, es decir, localidades autónomas con territorio, gobierno y población.

Tehuantepec fue en tiempos prehispánicos y coloniales, la sede del poder político, económico y religioso del sureste mexicano. Mantenía intensas relaciones con Antequera (Oaxaca), Puebla de los Ángeles, San Cristóbal de las Casas, Tapachula y Guatemala.

Juchitán, ‘pueblo sujeto’ de Tehuantepec, comenzó a rivalizar con la cabecera desde el siglo dieciocho. Los juchitecos aprovecharon muy bien su ubicación estratégica, de camino a Centroamérica. El pueblo, además, fue flexible con los forasteros a quienes integró a su pulsante sociedad, saturada de fiestas y rituales comunitarios.

Después de la Independencia de México, el país se reestructuró. A muchas antiguas Repúblicas de Indios les arrebataron territorio y recursos naturales. A los istmeños les privatizaron la sal, que se obtenía de salinas a todo lo largo de la costa huave, zapoteca y chontal.

Ello provocó importantes rebeliones, a mediados del siglo diecinueve, encabezadas, en su mayoría, por el pueblo de Juchitán.

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Frente a dichos movimientos armados, la cabecera política y religiosa de los zapotecas istmeños, mantuvo una postura ambigua, debido a su organización en barrios semiautónomos.

Cada barrio tehuano constituía una comunidad orgánica, ‘un pueblo’, a veces con rivalidades entre ellas, que todavía perviven. Ello explica que cada unidad social tuviera que definirse, en cada caso, ante una coyuntura política de relevancia nacional. Ello, también, ayuda a entender las diversas perspectivas históricas por parte de sus descendientes.

Ante las barbaridades de los criollos mexicanos –tanto liberales como conservadores–, a los pueblos istmeños no le dejaron más opción que resistir.

Alianza Juchitán – San Blas:

San Blas Atempa, por ser el barrio principal de Tehuantepec, tuvo un rol relevante en todos los asuntos de la ciudad. Su territorio es colindante con Huilotepec, San Mateo del Mar, Juchitán, Comitancillo y Mixtequilla. Su nutrida población impedía que se mantuviera indiferente ante el despojo de sus recursos. Lo mismo pasaba con sus vecinos juchitecos, que ya superaban los seis mil habitantes. No así con los barrios pequeños de Tehuantepec, que ni tenían tantas personas, ni guardaban un interés particular por la sal o por asuntos de gobierno.

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San Blas y Juchitán sellaron su alianza militar desde 1847. Frente a un golpe de Estado de tinte conservador en la ciudad de Oaxaca, llamada la Rebelión de los Polkos, juchitecos y blaseños mantuvieron la región independiente de la capital. Desde entonces, combatieron juntos en todos y cada uno de los movimientos armados, hasta 1866.

Los samblaseños fueron aliados del juchiteco José Gregorio Meléndez en la Guerra de la Sal (1850-1853) contra el gobierno del Estado de Oaxaca, que finalizó con la independencia del Istmo del 27 de mayo de 1853 al 5 de febrero de 1857, como consecuencia de su adhesión al Plan de Jalisco, promulgado en Guadalajara en 1852, a la que también se sumaron contingentes de otros barrios tehuanos encabezados por Máximo Ramón Ortiz.

También hicieron causa común con Juchitán durante la Revolución de Ayutla, en 1855. Igualmente, en la Guerra de Reforma o Guerra de Tres Años, de 1858 a 1860, en que combatieron bajo el mando del joven Porfirio Díaz, futuro Presidente de México.

El hecho curioso es que las autoridades políticas de la Villa de Tehuantepec casi siempre fueron gobiernistas. Por lo que tehuanos se enfrentaron con juchitecos y blaseños en incontables batallas, lo que generó un clima de animadversión entre pueblos hermanos.

El conflicto decisivo:

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La Intervención Francesa y el Segundo Imperio Mexicano fue otro episodio histórico de carácter general, que encontró eco en la región istmeña.

En 1865, con todo el país bajo control, la ciudad de Tehuantepec se pronunció a favor de Maximiliano. Sus habitantes recibieron armamento y a sus dirigentes les fueron reconocidos sus grados militares.
Aunque en apariencia, lo anterior se enmarcaba en un contexto nacional, lo cierto es que el episodio constituía la continuación de la «Guerra Civil» entre Juchitán y Tehuantepec, iniciada casi veinte años atrás; es decir, un reacomodo del poder político y económico en el viejo reino zapoteca istmeño.

Ante los demás barrios, con excepción de Guidxibere, los samblaseños eran vistos como indeseables. Sin embargo, en las pugnas anteriores siempre habían resultado vencedores, especialmente cinco años antes, en que tuvieron por jefe a Porfirio Díaz.

La Intervención Francesa y el Segundo Imperio fue la continuación de la Guerra de Reforma que enfrentó a liberales con conservadores, y que en el Istmo dividió todavía más a juchitecos-samblaseños y tehuanos. Si los liberales habían recibido apoyo de Estados Unidos, los conservadores lo habían solicitado de las potencias europeas.

Pero la Guerra de Reforma era, a su vez, continuación de la Revolución de Ayutla, y ésta, a la vez, prolongación del Plan de Jalisco, etcétera, etcétera. México vivía en un permanente estado de guerra y el Istmo de Tehuantepec, belicoso de por sí, no era la excepción.

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Las divisiones de entonces eran más que ideológicas. Eran guerras abiertas, donde las afrentas implicaban muertos.

¿Qué debieron sentir los samblaseños y juchitecos cuando sus enemigos a muerte eran reconocidos y municionados por los nuevos amos del país?

En 1865 cientos de personas huyeron de San Blas y Xihui, por el hostigamiento de los militares imperiales, tal como en 1859 muchas familias tehuantepecanas se marcharon de sus barrios, por la presencia de Porfirio Díaz en calidad de Gobernador y Comandante Militar del Departamento, al mando de bravos juchitecos, samblaseños y zapotecas serranos de Guevea.

Los blaseños poblaron Monte Grande y se refugiaron en Huilotepec y Juchitán. A esta última población acudieron en masa en 1866 ante la inminente llegada de fuerzas francesas, austriacas y húngaras que tenían el propósito de tomar Juchitán para continuar hacia Chiapas y consolidar su dominio en todo el territorio mexicano.

A principios de septiembre llegó a Juchitán una comisión de notables tehuanos. Exigían la rendición de la plaza y el reconocimiento de Maximiliano para evitar la masacre. Pedían, asimismo, la entrega de los líderes samblaseños a Tehuantepec, así como la expulsión de Juchitán de sus familias refugiadas.

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Ante el temor del ataque por parte de dos mil soldados, para algunos hubiera sido preferible entregar a los aliados, en lugar de perder el pueblo en su conjunto. Pero entre los zapotecas, especialmente entre juchitecos y blaseños, la lealtad no tiene precio y decidieron esperar a los extranjeros para combatirlos de frente.

Los blaseños sabían que la batalla era a muerte. La derrota equivalía a su desaparición como comunidad, ya que difícilmente podrían volver a sus casas y parcelas.

La victoria definitiva:

El 5 de septiembre de 1866 se enfrentaron, en Juchitán, cientos de soldados profesionales y milicias locales. Todo el pueblo de Juchitán, así como todo el barrio de San Blas participó en la batalla. Asimismo, contaron con el apoyo de voluntarios de otras localidades vecinas y guerrilleros chiapanecos.

Previamente habían incendiado la localidad para evitar que los enemigos pudiesen aprovechar sus recursos, en una clara táctica de ‘tierra calcinada’, con la que los rusos habían derrotado a Napoleón Bonaparte a principios de siglo.

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Los defensores utilizaron tretas, como el uso de espantapájaros para aparentar tener más elementos. Finalmente, luego de dos días de fieros combates y el apoyo de niños, mujeres y ancianos, los extranjeros fueron obligados a retirarse. Se les cortó la salida por el lado norte y se les envió por el ‘camino recto’ hacia Tehuantepec, que en esa época del año suele estar anegado.

En las inmediaciones de Dani Igú (‘Cerro del Camote’, ‘Camotlán’ en náhuatl) cientos de soldados imperiales que servían a Maximiliano y Carlota, así como al emperador Napoleón III, fueron masacrados.

La superioridad armamenticia servía de poco en la lucha cuerpo a cuerpo. Las botas se atoraban en el agua y las pesadas mochilas los hundía en los pantanos. La victoria zapoteca fue total.

El cuerpo expedicionario se retiró hasta la capital del Estado, donde un mes después fue derrotado por milicias al mando de Porfirio Díaz, que había llegado procedente de la Sierra Sur luego de obtener victorias en Miahuatlán y La Carbonera.

La victoria de blaseños y tecos el 5 de septiembre fue contundente. Tanto así, que a los pocos días se apoderaron de Tehuantepec, donde vengaron viejas afrentas.

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Consecuencias:

San Blas Atempa se fusionó con su barrio vecino Xihui y desde octubre de 1868 es Municipio Libre. Por su esfuerzo bélico, estos dos antiguos barrios tehuanos se ganaron el derecho de conformar un Guidxi autónomo, que goza de su propio territorio y gobierno. También se apoderaron del centro de la población, a la que todavía dan vitalidad y color.

Juchitán relevó a Tehuantepec como ‘ciudad principal’, y es considerada la capital comercial e intelectual del Istmo. Su población supera a la de Tehuantepec, pero sus retos y problemas son igual de grandes.

Más de ciento cincuenta años después de aquellos hechos, los descendientes de los guerreros zapotecas siguen recordando las fechas históricas. Para que también recuerden las razones que motivaron tales hechos, he escrito este ensayo. Y para que nuestros hijos y nietos jamás olviden cual ha sido nuestro devenir histórico.

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cultura

Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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