Cultura
Café y Cultura | Hombre de un siglo
Hace algunos ayeres, con motivo de la instalación del Patronato pro Edificio Histórico de la Aduana de Tampico, A.C., nos visitó en el puerto don Andrés Henestrosa. En dicho evento se presentó el libro “Henestrosa, el otro Andrés: el mío”, imagen y palabra suya, con la participación de Blanca Charolet virtuosa de la lente. Nos visitaron también Susana Harp canto y pasión, Cibeles Henestrosa, y el editor Miguel Ángel Porrúa, a quienes recibí gozosa en casa aquella noche, tras el gran acontecimiento.
Don Andrés Henestrosa nació en Ixhuatán, Oaxaca, el 30 de noviembre de 1906. A los quince años de edad, y hablando exclusivamente zapoteco y huabe, se trasladó a la Ciudad de México vislumbrando metas quizá indeterminadas… Estudió un año en la Escuela Normal de Maestros, y en 1924 ingresó a la Escuela Nacional Preparatoria donde se graduó de Bachiller en Ciencias y Artes. Siguió la carrera de Licenciado en Derecho en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, sin concluirla. Fue estudiante de la Facultad de Filosofía y Letras en la Universidad Autónoma de México, y como alumno de Sociología, su maestro Antonio Caso lo indujo a la escritura de mitos, leyendas y fábulas de los que tanto hacía gala el oaxaqueño en forma oral, naciendo de esta iniciativa Los hombres que dispersó la danza, prosa celebratoria zapoteca de cuento y leyenda extraída del acervo popular, que fue publicada en 1929.
La grandeza moral y la tácita frescura de don Andrés Henestrosa se significan en la nobleza de su condición indígena. Su obra Retrato de mi madre, en que la evocación se encomia ajena a sentimentalismos, es considerada una de las páginas más bellas de nuestras letras. Y junto con Visión de Anáhuac de Alfonso Reyes, y Canek de Emilio Abreu, ha sido en la literatura mexicana una de las obras más editadas.
Con más de veinte libros editados y una destacada labor crítica, nuestro ilustre oaxaqueño escribió ensayos, relatos, prólogos para diversos libros, y miles de artículos –veinte mil decía él– en periódicos y revistas. En 1936 fue becado por la Fundación Guggenheim de Nueva York para realizar estudios en torno a la significación de la cultura zapoteca en América, permaneciendo por breves temporadas en otras ciudades de los Estados Unidos.
Fue maestro de Lengua y Literatura durante cuarenta años en la Universidad Autónoma de México y en la Escuela Normal Superior; Jefe del Departamento de Literatura del INBA; Diputado Federal en tres ocasiones y Senador de la República en dos periodos; fue también Embajador de México en Ginebra y Francia…
En el año de 1929 participó con José Vasconcelos en la campaña por la Presidencia de la República, encontrándose en nuestro Puerto de Tampico durante aquella concentración histórica. De estos recorridos escribía cartas a sus amigos describiendo, además de los sucesos de campaña, los usos y costumbres de los pueblos visitados… papeles que se fueron perdiendo en la niebla del tiempo. Pero la cercanía de Vasconcelos el Maestro de América, marcó para siempre al joven Henestrosa, que acogió con hondura en esta etapa su devoción por los clásicos y una serena vocación de educador.
De su autosemblanza, robo estos renglones: “…A los doce años administró una casa de asignación. Cantor y tocador de guitarra en los fandangos; bravo improvisador cuando se agotaban las coplas que aprendió con sólo oírlas una vez. Largas, sueltas y traviesas las manos cuando se encontraba entre mujeres. Bebedor torrencial desde los once años. Un día, cansado de sus arduos ocios, tomó un tren que pasó al azar. Se fue a los pueblos grandes, en los que leyó libros y le vinieron ganas de escribirlos. Devino escritor y académico… Su nombre es Andrés Henestrosa”.
Hombre entrañable de bienvivir, hombre de un siglo: vivió 101 años.
Andrés Henestrosa
Yo vengo como todos los hombres, de muy lejos, de muy abajo;
pertenezco a la despeinada, descalza y hambrienta multitud mexicana,
y he peleado, desde que me acuerdo, por ser mañana distinto al de hoy y
pasado al de antier; ser distinto cada día ha sido mi lucha, pero siempre
con un horizonte y sin dejar de ser aquel que descalzo anduvo en su niñez».
Cultura
Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024
Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad
Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.
Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.
En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.
El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.
Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.
Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.
Cultura
Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño
Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet
El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo, se torna, interesante para la mente infantil.
En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual, José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.
En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.
Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.
El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.
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