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Cultura

Francisco Toledo nos enseñó cómo se aprende a mirar

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Anota Luis Cardoza y Aragón, en su breve y bello texto “Arte y crítica”: “¿Cómo se aprende a ver? ¿A mirar, a contemplar? Experiencia de toda la vida, con las creaciones de todas las épocas y de todas partes. Confrontación permanente con las más diversas tendencias”.

¿Cómo se aprende a mirar? Cada cierto tiempo vuelve esta pregunta a nuestra mente. Cada vez que vemos un grabado, una escultura, una instalación o una pintura, aprendemos a ver una vez más, porque cada obra de arte inventa su modo de mirarla: junto a ella se abre un mundo o se abre un poco el mundo. Solemos olvidar que los matices son infinitos, y que con cada creación se va ensanchando nuestro horizonte (y claro, hay arte que quiebra las certezas, que pone las cosas patas arriba, arte que es como una grieta en la pared: esto también es signo de lo humano).

Si me preguntaran qué fue lo que nos enseñó el maestro Toledo diría que nos enseñó a ver. La descripción de Cardoza y Aragón es puntual con respecto a la existencia de Francisco Toledo: “Experiencia de toda la vida, con las creaciones de todas las épocas y de todas partes”. ¿Es posible unir o reunir, como en una síntesis extraordinaria, las cosas más lejanas con nuestro tiempo cotidiano y atraparlas para la mirada? Es posible, creo. Y eso es algo que logró el pintor mexicano. Además de que, en su obra, las influencias corrían desde todos los puntos posibles, reunió, durante décadas, toda clase de prodigios, formas, figuras, artes y documentos y los puso ante la mirada de los habitantes de Oaxaca. Fue juntando todo con paciencia durante décadas. ¿Cómo logró hacerse de esos grabados de Piranesi, de Goya, de Klinger y Durero? ¿Cómo hizo para reunir la así llamada “biblioteca más importante en arte de América Latina”? ¿Cómo hizo para fundar un centro fotográfico, una cineteca, una fonoteca, una editorial, un taller de papel, un centro de las artes y tantas y tantas iniciativas? “Aquello que no puede nombrarse con la palabra azar” obró en sus colecciones, que se llenaron de películas, de libros, de instrumentos fascinantes.

Imagino al maestro sentado, silencioso, entre sus libros, en compañía de sus manuales de anatomía, sus compendios de arte medieval, sus bestiarios, sus antologías de poesía francesa, sus novelas latinoamericanas y, cada vez que encontraba algo digno de mención, lo veo salir, literalmente, a la calle, a decirle a la gente. “Mire: esto también sucede, esto también es lo humano”. Su deseo más genuino era que los habitantes de Oaxaca —con todas las desigualdades sociales que se evidencian al nombrar a este estado— pudieran, de vez en cuando, ver un grabado de Chirico, escucharan una grabación de Pergolesi, contemplaran una fotografía de Manuel Álvarez Bravo. Todo eso es como una ensoñación, pero una que se volvió realidad y que cambió la fisonomía de la ciudad.

Recuerdo que Francisco Toledo decía constantemente que sólo bastaba abrir los ojos para darse cuenta. “Ahí están los libros, que la gente que quiera aprender venga, a lo mejor de ver tanto libro algo se les pega”. Ese algo podía crear una enorme diferencia.

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Era importante la visibilidad que Francisco Toledo daba a aquello que nos da identidad y que se está extinguiendo (por nuestra causa o indiferencia): las plantas, los animales, los otros idiomas que habitan nuestra tierra, las tradiciones, los oficios. Su obra pictórica deviene proyecto social y viceversa: por más extravagante o diverso a nosotros, el arte, la totalidad de la creación, tiene que ver con lo que uno es, conecta con nuestro quehacer diario por alguna raíz o rama (siempre y cuando tengamos los ojos bien abiertos) .

Para Toledo era lo más natural del mundo que toda la gente de la ciudad tuviera acceso a las películas de Chabrol, de Jean Renoir, de David Lynch y de Agnès Varda. Sus cuadros son síntesis de sus pensamientos sociales: los chapulines tienen que convivir también con el arte de Giacometti y de Klee. Toledo veía en las urnas zapotecas las inscripciones cuneiformes que hablan de la fundación de Babilonia; en las pinturas de Duchamp podrían aparecer las calaveras mexicanas o las grecas de Mitla. Quería que la cultura fuese una adquisición común y el único modo que tuvo para lograrlo fue poner lo maravilloso como si fuese un fruto sobre una mesa. El pintor oaxaqueño tenía una “visión integradora”. Todo lo que hacía era una síntesis de la cultura. Sigo pensando que todo su esfuerzo se concentraba en un intento apasionado por enseñar a los otros a ver.

Si me preguntaran si creo que Francisco Toledo fue el hombre más genial que he conocido diría que sí. ¿Y en qué consiste esa genialidad? Consiste, diría yo, en que, de vez en cuando, por una razón que nadie puede saber, un individuo desarrolla una cualidad o la mayor parte de sus cualidades creativas, que las lleva a un refinamiento radical y que, con el tiempo, todo lo que hace con esas cualidades se convierte en un bien para la sociedad. Ese despertar “en la totalidad del ser humano” —como escribe Peter Sloterdijk— lo quería, sin duda, Francisco Toledo para toda la gente de Oaxaca.

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cultura

Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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