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Cultura

El río de Tehuantepec, en la historia de las inundaciones

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El río de Tehuantepec, también Río Grande, es ciertamente muy extenso, y traduce por así decirlo, el carácter de sus habitantes.

A veces desata su furia, y frecuentemente reparte sus bondades. La vida de los ríos se parece, en efecto, a la de los individuos y a la de los pueblos. Por eso el destino de Tehuantepec estuvo en todo momento ligado de una manera tan íntima, con el carácter caprichoso es un río. Turbulento sus aguas torrenciales y lodosas se llenan de Furia en época de creciente, y puede entonces anunciar días de desgracia. Se torna en cambio, tranquilo, en los meses de otoño e invierno, época en que sus cristalinas aguas se deslizan suavemente sobre las Arenas blancas de su lecho. Entonces sus habitantes suelen manifestarse apacibles y felices. En su curso algunos encontraron honduras y superficialidades, otros brevedad o largueza, y algunos más, recto vivir o quebradizo curso.

Ve su nacimiento este hermoso y legendario río en la región central del Estado, de en las vertientes meridionales del Zempoaltépetl, precisamente en el distrito de Tlacolula, entre la Cordillera centro y sur, muy cerca de la Zona Arqueológica de Mitla. Después de recorrer muchos kilómetros por entreverdes cañadas, macizos montañosos y por dilatada planicie va aumentando paulatinamente el volumen de sus aguas con los afluentes que en el camino recibe, entre los que destaca importante el río de Tequisistlán, a la altura del pueblo de este nombre, con el de Jalapa del Marqués; de tal modo que cuando tenga cuando llega a Tehuantepec, su caudal, ya considerable, asume las características de un verdadero río, y es hasta entonces cuando, libre de obstáculos, se desliza tranquilo por prolongado valle hasta su desembocadura al mar, perdiéndose sus aguas en espaciosa barra en el océano Pacífico, en las arenosas tierras de la bahía natural de la Ventosa, muy próxima al puerto de Salina Cruz.
El río de cauce llano y pedregoso a la vez, por el que se deslizan las aguas con algunas turbulencias debida a los numerosos obstáculos que encuentra en su camino. En su largo trayecto, desde la sierra al mar, ha venido o en tortuoso descenso humedeciendo con sus fecundas aguas numerosas tierras de labor para hacerlas más fértiles a los cultivos.
En el año 1886 Tehuantepec experimentaba su segunda importante inundación, que aún se comenta, de los terribles daños ocasionados. Las aguas llegaron a marcar en el interior de la iglesia de Laborío, una altura de media vara sobre el nivel del pavimento. En esta ocasión, el río arrastraba el antiguo doble puente de madera del ferrocarril, que unía los barrios de Jalisco de este lado y Santa Cruz , de la rivera opuesta en el interior de la iglesia de Laborío y a mano izquierda, puede leerse sobre una placa de mármol, adherida al muro del templo, la siguiente inscripción:
“A media vara del pavimento de este templo de Santa María de Laborío, encontraron nivel las aguas del río, la infausta noche del 19 de septiembre del año 1886. Los señores Echeverría, hermanos colocan esta lápida para perpetua memoria de las generaciones venideras. Tehuantepec, septiembre de 1887. Javier Echeverría, Presidente Municipal”.
El gobernador del Estado había venido a Tehuantepec y se encontraba en Santa María Reoloteca, sabiéndolo el presidente municipal Don Javier Echeverría, aprovechó los servicios de dos expertos nadadores que se habían ofrecido en calidad de espontáneos, eran ellos Eugenio Espinosa y Benjamín Orozco, quienes arriesgando sus vidas, atravesaron las agitadas aguas del río, que estaba crecidísimo, a las nueve en punto de la noche; la oscuridad era tan densa como la boca de un lobo, y tras de valerosos esfuerzos, y valiéndose como trampolín de la Colina del Chicuindi, fatigados alcanzaron la orilla opuesta, a la altura de la iglesia de Santa Cruz. Una vez que hicieron entrega de la comunicación que llevaban al gobernador, misma que traían celosamente guardada en el interior de una botella perfectamente lacrada y ceñida al cuello, se disponían al regreso pero tal vez por temor del segundo sólo Eugenio se arriesgó llevando ahora la contestación, se arrojó al río a la altura de un lugar denominado “la bomba”, para salir de este lado al nivel del poblado de San Blas Atempa.
No podemos comprender cómo Don Javier Echeverría que había dado tantas y numerosas pruebas de ser hombre progresista, pero sobre todo de buen corazón, recompensaba esta admirable y aún heroica hazaña, obsequiando al nadador la ridícula suma de $2.
10 años después, en el año de 1896, otra catástrofe se abate sobre Tehuantepec, está bien cierto, de proporciones menores que el anterior.
En el año 1925 llueve copiosamente durante los últimos diez días del mes de mayo y en los primeros del siguiente junio, la nueva tormenta un día profundamente sus agudas garras, y de nueva vez sobre el desventurado pueblo.

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cultura

Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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