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San Vicente El Teco

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No hay pueblo en el Istmo de Tehuantepec que guarde mayor fervor a su santo patrono que los juchitecos, a San Vicente Ferrer, a cuyo amparo dejaron los misioneros dominicos. Por ello Xhavizende le llamaron también a su pueblo en su zapotequización, “Bajo San Vicente”, y ese fervor religioso cruzó fronteras.

Así, cuando en septiembre de 1870 se sublevó Albino Jiménez, Mariano Pineda, Pedro Gallegos y José Apolonio contra el gobierno de Oaxaca, atacando un retén militar en Juchitán, las autoridades estatales enviaron al batallón “Guerrero” de la Guardia Nacional del Estado al mando del coronel Feliciano García, para someter al orden a los alzados, y como los rebeldes mostraron resistencia, el entonces gobernador de Oaxaca Félix Díaz, “El Chato”, después de la ceremonia de clausura del periodo de sesiones del congreso, solicitó licencia para marchar personalmente al Istmo y dirigir la campaña punitiva en contra de Albino Jiménez el 15 de diciembre de aquel año.

Conociendo el fervor religioso de los juchitecos, desde su arribo los ofendió tomando como bodega el templo de San Vicente Ferrer, colocando los pertrecho de guerra en su interior, y mientras su estancia, nadie podía acercarse al lugar, manteniéndolo en la suciedad y el desorden.
Inmediatamente se dio a la tarea de castigar a los sublevados, quienes conocedores de su región dieron fatiga a sus perseguidores a quienes siguió más allá de Juchitán, inclusive hasta en la región inhóspita de la zona huave. Su coraje no tenía límite, y en medio de aquella campaña, Juchitán fue devorada por las llamas, de las que se contaron por cientos. Mil jacales reducidos a cenizas.

Los juchitecos resistieron con furia el empuje de las fuerzas del Estado, ya entonces aumentadas por las del comandante Anastacio Castillo y por las del Batallón Libres, a las órdenes del teniente coronel Albino Zertuche. Tres fuertes combates tuvieron lugar con los juchitecos durante los días 27,28 y 29 de diciembre.
En la madrugada del 29, según versión del gobierno, los juchitecos incendiaron algunos jacales de techo pajizo, en donde parapetaban las fuerzas del Estado, con fin de ir penetrando éstos hasta el corazón de la cabecera; el fuego al extenderse por el fuerte Norte que soplaba, hallando material inflamable muy propicio, convirtió en cenizas y escombros todo el caserío, compuestos de más de mil jacales.
La versión de los juchitecos atribuyó el incendio al general Félix Díaz, quien se dijo, había dado órdenes para quemar las casas, a fin de hacer salir de sus escondites a los sublevados, y luego exterminarlos.

Sea de un modo o de otro, la verdad es que, aprovechando la confusión que sufrieron los juchitecos, se ordenó un ataque a bayoneta calada. Los rebeldes y, en ellos, sus familiares y, desde luego, mucha gente inocente, mujeres y niños, salieron despavoridos, buscando el bosque, en donde se internaron para escapar de la conflagración. Pero hasta ahí fueron perseguidos y materialmente diezmados, por lo que la mortandad habida fue incalculable.
Sabiendo, después, el general Félix Díaz, que era en San Francisco del Mar se encontraban algunos grupos de fugitivos y suponiendo que trataban de rehacerse para acometer, fue hasta allí, cayó sobre ellos de improviso y los aniquiló.
Se asegura que el gobernador, que la dragoneaba de muy liberal, no quedó satisfecho, y que, lastimando los sentimientos de los juchitecos, entró a la iglesia y decomisó la imagen muy venerada de san Vicente, el patrón de Juchitán, trayéndolo a la ciudad de Oaxaca como botín de guerra.
Victorioso de aquella vasta desolación, hizo que se sometieran las pueblos de Juchitán, Santo Domingo Petapa e Ixtaltepec. Requisó sus armas y los obligó a pagar las contribuciones que adeudaban al Estado.

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El hambre, el terror y el desamparo se apoderaron de aquel pueblo masacrado por su gobernante.
Félix Díaz, “El Chato”, de gobernador intransigente y cruel, queriendo ser benevolente, expidió una ley de amnistía para quienes habían participado fueran perdonados por aquella ley. Pero no más que una infamia, escrupulosamente fue seleccionando a quienes consideraba activistas en la villa.
Su saña de venganza hacia los juchitecos no tuvo límite, lo llevó a bajar la imagen de San Vicente Ferrer. Lo metió en un saco y amarrado de la cola de su caballo cruzó el pueblo y tomó el camino a Oaxaca, sin imaginar que en el pecado llevaba la penitencia.
Conocida la noticia, todo el pueblo se agolpó al templo de San Vicente. Lloraron a gritos por el secuestro de su milagrosa imagen. Las mujeres se turnaron para hacer un maratónico rosario y conocer del paradero de su patrón. El recinto fue aseado y adornado con olorosas flores, perfumado con el místico copal e iluminada con cientos de velas de la feligresía quienes se sentían desamparados.
Los hombres se encaminaron a la casa municipal para que la autoridad elevara enérgica protesta ante el presidente Juárez y fuera devuelta la imagen de San Vicente. Y como no tuvieran respuesta favorable ni se localizaba la imagen del patrón, el pueblo organizado envió una comitiva a Guatemala, L Antigua, para comprar otra imagen en bulto de su santo patrón.

Cuando aquella comisión volvió con aquel encargo religioso, el pueblo salió nuevamente con flores y velas para recibir aquella venerada imagen, que por ser más pequeña que el secuestrado por el “Chato diaz2, el pueblo le llamó “San Vicente huiini”, san Vicente el pequeño.
El dia 30, a las siete y media de la noche, hizo su entrada en la ciudad de Oaxaca la expedición punitiva, encabezada por el gobernador. Hubo ovaciones, instalación de luminarias en la calle, con hachones, y felicitaciones de los funcionarios, empleados públicos y elementos de la guarnición. En el zócalo se instaló una orquesta, dirigida por don Bernabé Alcalá, y se improvisó la serenata.
Pero no pasó mucho tiempo sin que se conocieran los detalles escalofriantes y sanguinarios de la expedición, referidos por la misma tropa, y desde entonces se formó en torno de la persona del gobernante hostil, que la gente, temerosa de represalias, se cuidaba de externar en público. Fama negativa de violento, arbitrario y cruel, acompañó a general Félix Díaz durante el poco tiempo que vivió.

Juchitán y Tehuantepec por fidelidad a Juárez, no apoyaron el Plan de La Noria de Porfirio Díaz, por ello cuando el tehuano Benigno Cartas fue enterado de paradero de Félix Díaz, en su intento de huir del país por Puerto Ángel, en las inmediaciones de Pochutla, lo localizó y lo detuvo, y atado a una acémila se lo entregó a Albino Jiménez y sus juchitecos. Entonces tehuanos y juchitecos se hicieron justicia, San Vicente el teco cobró muy pronto su afrenta, precisamente el 23 de enero, día de San Vicente.
Con una filosa navaja le sacaron la planta de los pies y lo hicieron caminar a empujones. ¡¡Acuérdate de San Vicente!! le decían cuando lo apresuraban en su camino. Se cuenta que “El Chato Díaz” jamás pidió clemencia, que no dio gesto de dolor ni arrepentimiento ¡¡era el mismo diablo!! Entonces vino lo último, su asesinato con sus miembros sexuales en la boca. Lavando con ello los istmeños, la ofensa a San Vicente el Teco.

Tomado del libro: ¡Ay Nana!, ¿Qué pasó? Sucedió en el Istmo de Tehuantepec. 1a. Ed. 2018. Mario Mecott Francisco. Carteles Editores, pp. 13-16.

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cultura

Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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