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Cultura

Mi padre, el hombre pájaro que recuerdo

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(Conversatorio por Alejandro Cruz, poeta asesinado hace treinta y dos años)

Me oprimía la mano, desesperadamente. Movía los labios emitiendo sonidos guturales que yo no entendía. Algo quería decir, no sé qué era, pero estoy seguro de que tenía intención de decir algo. Yo lo miraba sin poder hacer nada, y gritaba, “¡a qué hora llega el avión que dijeron, a qué hora llega!”. Alguien me respondió: No sé, pero los compañeros de Juchitán ya están en camino.
Mi dedo, recuerdo mi dedo tratando de sellar el orificio de su sien, por donde había entrado la bala, pero la sangre seguía saliendo por ahí, también por su boca. La sangre no paraba. Mi dedo siempre me recuerda la vida que se escapaba del cuerpo de Alejandro.
Doctor, haga algo, haga algo por salvarlo, le gritaba al director, creo que era el director del Centro de salud a donde lo habíamos llevado. ´
-No tengo nada con qué atenderlo, aquí no hay nada, sólo medicinas y gasas, pero no hay más. Quítenle la ropa.
-Y qué le va a hacer.
-No sé, pero quítenle la ropa –respondió angustiado el hombre.
Le quitamos la camisa, sólo la camisa. Creo que le comenzó a salir espuma por la boca. Cuando llegaron los de Juchitán, él ya había muerto, pienso que eran como las cuatro de la tarde. Por eso nos fuimos todos a la Delegación de gobierno, a destrozar a todo, a desquitar nuestro coraje.
La balacera había comenzado antes de las dos. Nos organizamos, nos regresamos a Ixtepec.MiPadre2
Así cuenta Paco Palomec, con la voz entrecortada en el último tramo de su relato, con lágrimas que se enjuga al terminar.
Casi treinta y dos años atrás, el veinticuatro de septiembre de 1987, una bala perforó la sien izquierda de Alejandro Cruz Martínez, frente a la oficina de la Secretaría de la Reforma Agraria, en Tehuantepec. Quienes lo acompañaban vieron con toda claridad quién portaba el arma asesina, quiénes iban en la batea de la camioneta, quienes viajaban en la parte delantera de ese vehículo en cuyo costado se leían cinco letras “IEPES” y se veía un logotipo, el del PRI. El IEPES no era otro que el antiguo Instituto de Estudios Políticos, Económicos y Sociales, del revolucionario partido tricolor.
Heriberto Zárate tiene fija en la memoria los hechos relacionados con una necesidad de agua potable, cuyos reclamos venían de antes, de cuando habían negociado ya la perforación de cuatro pozos, dos para la parte priísta y dos para los coceístas del pueblo de San Gerónimo doctor, que se aglutinaban en el Frente Único Popular. La cuarta perforación, segunda del FUP, había dado con roca y se detuvieron los trabajos.
Para continuar con negociaciones de dos pozos profundos que beneficiaran al pueblo, fueron a la Delegación de gobierno, ubicada cerca del centro de Tehuantepec. Terminada la plática, se trasladaron a la oficina de la Reforma Agraria, donde fueron atendidos por una persona algo mayor de edad, se iban a tomar los datos correspondientes a una solicitud relacionada con el siguiente ciclo agrícola, para apoyar a campesinos ixtepecanos.
Ahí estábamos cuando alguien gritó, ahí vienen, salimos de la oficina para asomarnos, y el compañero gritó de nuevo, ahí vienen. Entonces vimos la camioneta y al hombre que disparó varias veces. Cuando nos dimos cuenta, Alejandro tenía puesta la mano en la sien, y de ahí comenzó a brotar sangre.
Vimos quiénes eran, algunos ya murieron. El gobierno hizo como que hizo justicia. Encerraron a uno. Pero a nosotros no se nos olvida. Alejandro es de los hombres que la gente recuerda siempre, dice Heri antes de despedirse.
Hay un fino silencio entre las personas sentadas en las butacas del auditorio de la Escuela Universitaria Ixtepecana, en el edificio donde antes funcionaba una biblioteca popular. El conversatorio organizado por la familia del homenajeado y por sus amigos, es la primera actividad de las tres programadas, para conmemorar los treinta y dos años del asesinato de quien aquí llaman el poeta chituguí.
Otras voces platican del trabajo comprometido de Alejandro, de su lucha con la gente, al lado de los líderes de aquella Cocei, de cómo organizaba en las colonias para atender necesidades básicas, para rescatar un predio y volverlo un campo de futbol, que aun funciona. Uno más lo ubica a la altura del poeta guatemalteco Otto René Castillo, quemado vivo por el ejército de su país en marzo del 67, y trae al acto los célebres versos del centroamericano que escribiera: “pido que caminemos juntos. Siempre con los campesinos agrarios y los obreros sindicales, con el que tenga un corazón para quererte. Vámonos patria a caminar, yo te acompaño”.MiPadre3
Alguno más refiere que en Cruz Martínez se conjugan la ética y la estética, ambas marchan de la mano con la misma potencia, con la misma entrega, con el mismo fervor. Platica que el gran libro de Alejandro es el las “Historias que el tiempo no registra”, donde le da voz a personajes que forman parte de la tradición oral de su pueblo.
Sugiere que del volumen antológico elaborado por Macario Matus y otra persona, se puede hacer una selección rigurosa para editar un gran libro que deje constancia de la calidad literaria del escritor homenajeado. Eso, porque del latido ético habla sobradamente lo que el finado expresó a Guillermo Marín, a la sazón director de la Casa de la Cultura Oaxaqueña, donde trabajaba hasta fines del 86: Me voy al Istmo, Memo, me debo a la Cocei.
En el Istmo, en Tehuantepec, encontró la muerte. Y la Cocei sigue en deuda con él.
Si hubiera una palabra más apropiada que “gracias”, se las daría a ustedes por organizar esto y por acompañarnos, pero no la encuentro, dice doloridamente Tania, su hija, y solloza.
Manuel, su hijo, cuenta el cuento del hombre pájaro, del que recorrió el pueblo para escribir historias maravillosas, para escribirle fábulas a su familia. Agradece y se queda con la mirada perdida en un horizonte lejanísimo, donde encuentra un poco borrosamente la figura de su padre. Ambos, Tania y Manuel, rondaban los cinco años por entonces.
Manuela, que fuera compañera del poeta expresa su sentimiento afable por la compañía, por la compartencia de recuerdos, por el amor. Alguien dijo a medio conversatorio que Alejandro Cruz escribió como epígrafe de uno de sus poemarios estas palabras dedicadas a ella: “Para Nela son estos versos flacos que la acompañarán en su vejez”.
Esos versos, robustos como la humanidad del escritor ixtepecano, nos acompañan.
Santa María Xadani, 22 de septiembre de 2019.

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cultura

Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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