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Cultura

Santiago el seco y el rayo flojo

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En el pueblo no había luz eléctrica, estufas de gas, ni alguna clase de aparatos domésticos; la gente utilizaba leña y carbón para el fogón para cocer toda clase de alimentos.

Todos estos factores, junto con otros que más adelante se relatarán, conformaban un ambiente natural en el cual surgieron, como respuesta de una necesidad ineludible, individuos, que se dedicaban a producir y vender carbón por costales, que entregaban a domicilio y en el mercado. Para la elaboración del carbón se necesita leña verde como materia prima, por lo que hubo gente que surtía directamente los trozos, lo mismo por carretas que por piezas. La leña se cortaba y se recogía en lugares lejanos del pueblo, en el monte, por lo que quienes se dedicaban a esta actividad pesada y agotadora se levantaban muy temprano y emprendían su camino como a las cuatro de la madrugada, guiándose por la luz esplendente de una estrella brillante que se veía en toda su magnitud y a la cual la gente del pueblo le llama, hasta la fecha, lucero de la mañana (existe un son regional con este nombre que se toca y baila al finalizar las vela; bailes suntuosos); en ese momento partían hacia el monte los campesinos con sus carretas tiradas por la yunta de bueyes, hacía el lugar donde tenían que cortar y recoger los troncos, trabajo permanente que ejecutaban tanto con el fin de proveerse de combustible para el consumo familiar como para venderlos a los ricos, que a su vez la realizaban al menudeo. Originalmente hubo gran cantidad de tronco de árboles secos tirados por el suelo, debido al proceso natural de renovación de los bosques, pero, cuando aquello se acabó, iniciaron la tala de árboles grandes para la construcción de casas y para hacer leña de uso doméstico. A partir de esa época se inició la destrucción que se ha acelerado en nuestros días, por el crecimiento excesivo de la población. Por ello, cada día se requiere ir más lejos para juntar la leña y llegar al sitio en el amanecer, por lo cual los trabajadores se levantan cada vez más temprano.

Un día uno de los leñadores, don Santiago, se equivocó de estrella y divisó a otra que se asomó en el firmamento cerca de las dos de la madrugada en el momento que salía de su casa con su carreta; cuando llegó al paraje donde acostumbraba cortar leña todavía estaba oscuro, aún no amanecía, vio en un árbol grande una bola gigantesca de fuego atorada entre las ramas, fenómeno que le impresionó mucho y lo obnubiló momentáneamente; cuando se recobró, pero sin salir todavía de su asombro y del miedo que le produjo aquel suceso, con precaución cogió una vara larga, resistente como puntal, y removió aquella masa ígnea, produciéndose entonces un estruendo que cimbró de tal modo la tierra a su alrededor que la fuerza lo tumbó al suelo, desfallecido; después de una hora recuperó el conocimiento y se dio cuenta que aquella bola de fuego era un rayo flojo que se había quedado dormido en el árbol hasta que llegó a despertarlo. Después de este incidente don Santiago se puso nervioso, comenzó a temblar de susto y perdió el habla porque su lengua estaba torcida; sus dientes estaban sueltos y empezó a escupirlos a diestra y siniestra, mientras sus ojos quedaron estrábicos. Pero aunque tuvo una gran sorpresa cuando vio que, a una distancia razonable de donde estaba, se había acumulado los trozos de leña que el rayo había partido, se recobró, los recogió y llenó la carreta.

Cuando regreso a su casa por la tarde estaba aturdido, golpeado, fatigado, sin dientes, bizco y con dificultades para hablar por la lengua torcida, pese a lo que platicó – con dificultad – a su familia lo sucedido, al tiempo que le comunicaban que uno de sus hijos, al mayor, había enfermado y que estaba por llegar el médico para examinarlo, mientras tanto don Santiago se acostó en la hamaca colgada en el corredor. Era un hombre delgado de ahí el apodo de Santiago el seco (en zapoteco bidxii), bajo de estatura, correoso, con las venas de los brazos y las manos sobre saliendo de la piel, como si fueran raíces de árbol. Cuando llegó el médico vio desde lejos a don Santiago y, antes de asustarlo con su aparato, dijo:
– Este viejito ya se va a morir, no tiene remedio, preparen su ropa para enterrarlo mañana. Entonces la esposa del anciano, le contestó furiosa al médico:
– Disculpe usted Doctor, mi marido no es el enfermo, él acaba de llegar del campo con una carreta de leña y ahora está descansando. El enfermo está en la recamará y esperándolo.

El médico, todo apenado, se disculpó por su apreciación incorrecta y, al despedirse no le quedó otra alternativa que felicitar a don Santiago por haber fallado en su total diagnóstico.

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Por su parte don Santiago, agotado por el viaje y por el trabajo, ni siquiera pudo contestar pues sueño y cansancio lo habían vencido. Bástele al lector saber que, pese al mal augurio, don Santiago vivió veinte años más, burlando el científico pronostico y muriendo, al inicio de los años ochenta, a los noventa años de edad.

*Tomado del libro “Reminiscencias de la Tierra Nativa” /Autor: Aurelio Gallegos Bartolo/Edición Fundación Todos por el Istmo A.C./México, septiembre de 2003/Paginas 185, 186 y 187.

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cultura

Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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