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Cultura

En el Espinal: La práctica sanitaria y el empirismo

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La lucha por la sobrevivencia es por instinto, natural y racional en el ser humano. El cuerpo se impacta, sea por el medio ambiente, por la ingesta de alimentos, por la forma de vida que se lleva y por ello se va deteriorando con el transcurso de los años. Lo lógico es buscar alicientes que calmen y controlen el dolor orgánico.

Algún médico, medicamentos de laboratorio o instrumentos que la ciencia ha creado para curar al enfermo, en Espinal, como en otras partes, hasta mediados del siglo XX, no existía. En las actas que ante la autoridad se levantaban con motivo del deceso de alguien, allá por 1870, se establecía como causa frecuente: “retorcijones” provocados por dolor de abdomen, de cabeza o de pecho. La muerte repentina se le entendía como “guti hua”, infarto, derrame cerebral. No se especificaba claramente la causa de la enfermedad y el médico “legista” que daba fe, lo era el curandero empírico que, por mucho tiempo, en este menester, fue famoso el señor Mateo Toledo, quien habitaba allá por 1900 en la casa actualmente remodelada, perteneciente al señor Toribio Dehesa hasta 1970 y hoy propiedad de la familia Salinas Yessín, y que está ubicada frente a la iglesia principal sobre la calle Porfirio Díaz.

No había educación higiénica y por lo tanto que la gente adoptara algunas medidas de prevención de enfermedades. El campesino tomaba agua de la barranca, de pequeños hoyancos que sobre el suelo lodoso deja el casco del buey al pisar y, aunque ciertamente la alimentación provenía de maíz zapalote sano, limpio de fertilizantes, de carne de bovino y caprino, que se alimentaban de pastura natural, pero se usaba el agua de pozo artesiano o del río, sin hervirla, para la preparación de la comida, con el riesgo potencial de portar agentes patógenos.

Claro que había enfermedad y la costumbre heredada para “sanar” a algún enfermo era el uso de hierbas “laza lluu”, o de aceite de resino como purgantes. Se daba masaje en el estómago untándolo con cebo “guiri zaa” y frotar el cuerpo con ramas verdes de albahaca “guiec xtiá”, y para quitar la vergüenza; “stuii” hay que ingerir el te de “pitu lluú”. Doña Damiana Fuentes diagnosticaba el paludismo por la reacción que el sumo de limón producía en la epidermis cutánea del enfermo y “curaba” con brebaje, hecho a base de hierbas silvestres.

Adelaida Castillejos “Ná Delaida”, Modesta Díaz “Ná Modesta”, Felipa Girón “Lipa Marga”, Ná Ina Cirilo y su hija Ná Mana, cobraron fama como matronas curanderas en las décadas de 1920 a 1950 y actualmente Nisia Toledo. Sin un conocimiento de la estructura anatómica o fisiológica del organismo humano, carente de lo más elemental de instrumentos médicos, a puro valor que da la experiencia, jalaban el feto y separaban la placenta del útero en los partos y, vale decir, superaban el trance. Tá Nando lláse, de la segunda sección, curaba el “empacho” y los gases que se acumulaban en el estómago e intestinos, con masajes constantes.
Si la dolencia es muy grave, el que podía, se iba a Ixtepec o a Juchitán, donde ya se contaba con algún médico, en carreta, a “pie” cargando al enfermo o a lomo de bestia, por lo que a veces en el camino éste moría. Antonio Castillejos Toño “Picudo” era el de la “ambulancia” que por pocos centavos que se le daba, hacía el lento viaje en carreta.

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Espinal cobró fama por sus “hueseros” empíricos: Isaac y Cristóbal Alvarado hace ya un siglo, Pedro Valencia y Emigdio Valencia, allá por 1940, Filemón Salinas y Carlos Valencia, en el último tercio del siglo XX y actualmente Hildeberto Toledo y Tito Valencia, se han dedicado con cierto éxito a esta ocupación. No es que conozcan la estructura ósea, ni su posición exacta en el cuerpo, sino en base a la experiencia y habilidad corrigen las deformaciones y sin usar anestesia; a puro aguante.

Un japonés, don Martín Gotó, avecindado en Espinal, en la calle Hidalgo esquina con Melchor Ocampo, por mucho tiempo fue el médico popular, recetaba medicamentos e inyectaba y “curaba”. Nunca se supo que ostentara algún título facultativo, pero practicaba con atingencia la medicina y la gente confiaba en su buen oficio. La experiencia es buena y la fe que invocaba el enfermo es primordial y le ayudaba a superar los males. Antonino Escobar “Nino aguxa”, también le hacía de “médico”, al igual que Felipe Fuentes “Lipe aguxa” quienes detectaban el mal, inyectaban lo que a su juicio era la medicina indicada, igual a veces tenían éxito, pues curaban al enfermo.

Para curar el “mal de ojo”, oftalmía purulenta, se usaba como remedio el jugo extraído de las hojas verdes de un arbusto, ya desaparecido por desgracia, el “Biitu bii”: El líquido había que aplicarlo con la frescura de la mañana en la córnea del globo ocular, con un resultado eficaz, pues desaparecía la infección.
La enfermedad del “miedo” o “dxibii guidxa”, que es consecuencia de ver algo sorpresivo, un acto sexual entre parejas, que provoca vergüenza o temor con efecto escalofriante, casi no se le encontraba cura. Supónese que es de orden psicológico y la conseja era que se externara la situación vista, en público y a voz abierta. El que infortunadamente padecía este mal, debía salir a la calle, montado en ancas de una acémila seguido por jóvenes que le inquirían a decir y gritar exactamente lo que vio. Independientemente de esta práctica, la pena habría que eliminarla con sorbos de mezcal, que ingería el “paciente” y los acompañantes con ruidos y risas le frotaban el cuerpo con ramas verdes, durante varias noches. Tal vez sorprenda a los creyentes acérrimos de la ciencia, el caso es que si el enfermo se sometía a tiempo a este “tratamiento” su alivio era total.

*Tomado del libro “El Espinal. Génesis, Historia y Tradición” /Autor: Luis Castillejos Fuentes/ Cuarta Edición 2019/Secretaria de Cultura de Oaxaca/Gobierno del estado de Oaxaca/Seculta/

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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