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Cultura

Dos casas

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“Si yo supiera quién inventó el zapoteco lo colgaría del árbol más alto de Juchitán. Escúchenme, es la última vez que se los digo: ¡No quiero que lo vuelvan a hablar! Es un dialecto. No sirve para nada. Apréndanse el español y podrán caminar por el mundo sin renquear’’.

El hermano menor de mi abuela paterna nos lo dijo y todos mis tíos, incluyendo a papá, asintieron. Cuando no estaban los varones en casa, todos los niños hablábamos la lengua de las nubes y oíamos una estación de radio clandestina llamada XEAP Radio Ayuntamiento Popular. Allí aprendí un diálogo, un poema-canción que dice:

—Palomita blanca paraape’ nga cheu’

—Chicaa ti rii nisa, guidxaahui’ ni gueu’

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—Guná’ moliniu, guna batidor bidubi dxuladi gudó Lipe Guiu

—Gudide’ ra steru gudide’ ra zia’ raque nexhe’ ti be’ñe’ bilá ñome naa.

—¿Palomita blanca, dime exactamente a qué lugar vas?

—Voy por un cántaro de agua, para batir un chocolate que beberás.

— ¿Y dónde está el molinillo, dónde está el batidor si todo el chocolate se lo ha comido Felipe Guiu?

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—Atravesé un estero, atravesé su hondura donde un lagarto estuvo a punto de tragarme.

El zapoteco lo usé con toda libertad detrás de la casa y en los callejones con los vecinos. También cuando visitaba a mi abuela materna que vivía al sur, detrás del río. Ella no hablaba español y además, no tenía parientes que estuvieran sublimados por este idioma.

Cuando me acercaba a su cocina para pedirle un ‘pocillo’ de café, me respondía:

Rari’ gaxti’ posiu, xiga nga nuu ne rari’ qué rinidu diidxastia, cadi dxu’di’ laadu, guni’ diidxazá ti nganga laanu.

‘aquí no hay pocillos sólo jícaras y aquí no se habla el español sólo el zapoteco, no somos extranjeros, somos nuestro idioma, háblalo’.

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Estas políticas lingüísticas confrontadas me oscilaron, cual badajo, entre hablar y no hablar el diidxazá, el idioma de las nubes. En este suspenso me volví bilingüe y literalmente me partí en dos. La impronta de aquellos días me señala hasta la fecha qué idioma usar con mis parientes. Con los Vásquez uso el español y con los Castillejos el zapoteco.

Si buscásemos el porqué del desplazamiento de las lenguas indígenas frente al español nos toparíamos con la Cédula Real que expidieron los Borbones el 16 de abril de 1770, en donde se establece que se le quite el poder y los beneficios a todos los gobernantes indígenas que hablen o que consientan que se hablen las lenguas indígenas en sus territorios. O como lo exigía el cardenal Lorenzana en 1789: de una vez se llegue a conseguir que se extingan los diferentes idiomas que se usa en (estos) dominios y sólo se hable el castellano, como está mandado por repetidas Leyes Reales, Cédulas y Órdenes…

La política lingüística de los Borbones rebasó la época colonial y se alojó en los cimientos de la nación mexicana. Dos autores muy importantes del siglo XIX en México, y que fueron algunos de los constructores ideológicos de la nación, me hacen suponer lo anterior, me refiero a los dos Ignacio. Uno, Ramírez y el otro, Manuel Altamirano. En estos autores se puede apreciar una visión paternalista y compasiva del mundo indígena, un mundo al que consideraban carente de los conceptos tan en boga de aquellos días, tales como: saber, instrucción, educación, ciencia y civilización. Dichos conceptos, según estos autores, se podían encontrar solamente en pueblos desarrollados como los europeos. Nicole Girón afirma que los programas educativos de estos dos intelectuales decimonónicos estaban orientados a españolizar a los indígenas mediante las escuelas para que se vincularan entre sí y pudieran acceder a la civilización.

Esta misma política fue la que siguió José Vasconcelos en el siglo XX durante su campaña educativa, fomentada mediante las misiones culturales, donde los instructores con sus textos clásicos grecolatinos bajo los brazos recorrían el país, para enseñarles a los mexicanos a caminar con la lengua de España, algo así como decía el tío Andrés: para que no renqueemos en el mundo.

La política lingüística que han seguido las autoridades en el país han separado al español de las lenguas indígenas, donde el primero lo han afianzado en las escuelas, en los espacios institucionales y en los tribunales de justicia, mientras que a las lenguas indígenas las han marginado, sólo la cotidianidad de algunas de estas lenguas ha permitido que sobrevivan en los espacios referidos. La vinculación del español como vehículo de conocimiento institucionalizado y el uso de las lenguas indígenas en los espacios del hogar me llevan a evocar y parafrasear lo dicho por el africano Léopold Senghor: la razón es helénica y la emoción indígena. ¿Será esto cierto?

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En mi caso y creo que en la de muchos, nos tocó vivir las dos políticas lingüísticas que he referido al principio de este texto: una, hablar el español porque es el idioma del estado, el que emplea el sistema educativo, el que nos garantizará una educación que nos permitirá mejorar nuestro nivel de vida. La otra, la de parapetarse detrás del idioma zapoteco para señalar nuestra identidad juchiteca. Una identidad que nos ha llevado a iniciar nuestras conversaciones fuera de nuestra tierra, preguntándonos:

—¿Eres juchiteco? Sí

—¿Hablas zapoteco? No

—Entonces, no eres juchiteco.

Según los datos del Inegi en 2010, la ciudad de Juchitán tenía 42 mil 762 hablantes del zapoteco. Pese a estos datos confortantes, los juchitecos aún seguimos viviendo en medio de dos políticas lingüísticas, vivimos en la paradoja, entre aceptar lo que nos han enseñado, que el zapoteco es un idioma limitado geográficamente, que entorpece la educación porque enreda la lengua, como si el zapoteco tuviese una soga, cual trampa, con la que derriba las palabras castellanas de nuestras lenguas y nos hace hablar tan chistoso:

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—Tío, allá vi a un niño tamaño de mí.

—¡Qué! ¿Qué dijiste?

—Perdón, era tamaño de yo.

O aceptar que el zapoteco es una parte de nuestra identidad, la que se presume ante el extranjero, la que hay veces nos mete en un camino lodoso cuando nos preguntan:

—¿Y tus sobrinos, y tus hijos hablan el zapoteco?

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—No.

—¿Y eso?

—Bueno, ya lo aprenderán cuando crezcan.

¿Será cierto esto? o es la frase que nos saca del camino lodoso.

Lo que presencio ahora es que el zapoteco está dejando de ser una lengua materna para pasar ya no a un segundo plano, sino a formar parte de la memoria de hablantes pasivos.

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Mientras tanto parafraseo lo dicho por Yves Rouquette: Todo lo bilingües que ustedes quieran, pero de lengua materna diidxazá…

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cultura

Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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