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Cultura

Procesión poética para Rocío González

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Para Natalia, Rociíto y Alba.

Al centro de la mesa, un retrato de Rocío, seria, mirando al ojo de la cámara fotográfica, acaso una leve sonrisa se dibuja en la comisura de sus labios, las cejas enarcadas. El cabello corto, probablemente después de su primer ingreso al hospital, luego de su libro Neurología 211 (anoche dije que si es difícil escribir “bien” acerca de la muerte, es doblemente complicado escribir “bien” en torno a la casi muerte de uno, lo sé de cierto). Un collar de guie’ chaachi’ –flores de mayo- rodea el marco de la imagen. A su lado, flores rojas, amarillas, blancas, moradas, y cinco veladoras, iluminan la noche en que Rociíto, la hija de Natalia dice entre sollozos: Si yo no puedo con el dolor, mi mamá menos va a poder.

Qué hacer, entonces, si no acompañarla con el llanto.
A las seis de la tarde, una docena de jóvenes, muchachos y muchachas que se hallan en la flor de la edad, se reúnen frente al hotel que fue de los padres de Rocío González, la poeta que partió hace dos días. Porque en ese lugar prefería alojarse cuando venía al Juchitán de sus recuerdos, dijo alguien.
Han venido aquí convocados por Alba Magariño, que no conoció a la escritora fallecida, pero aprendió de sus versos el rigor, la profundidad y la sensibilidad, para enderezar los versos propios, justamente como luego reconocieron otros y otras, más tarde. El convite es para hacer una “Ruta poética por Rocío”, como le nombró Alba, como escribió Guillermo Coutiño en la invitación electrónica que circuló por la red virtual.
La convocante inicia la tarde de recuerdos, le sigue Gerardo Valdivieso con una pequeña biografía, luego el escriba que rememora la mañana en que acudió a la casa ubicada en la calle doctor Roque Robles, donde conversó por vez primera con Ella y recibió en calidad de préstamo cuatro discos, de los viejos, de los platos grandes, de un señor ya famoso por entonces en la no menos vieja España, de apellido Aute. El año tal vez era mil novecientos ochenta y cinco.
Atrás de la muchachada, atrás de los primeros versos leídos, una señora mayor de edad, vestida de negro, observa la escena, de pie, a un lado de la entrada del hotel que alguna vez se llamó Gonzanelli.
Con la improvisación, quiero decir, con la espontaneidad con que nació la Ruta, se organizó la procesión poética. Caminamos sobre la calle principal de Juchitán, sobre la marcha se lee el fragmento de un largo poema publicado en la antología Laguna Superior, en el año dos mil nueve. Alba lleva el micrófono, como quien lleva una paloma negra cuyo zureo anuncia nueva luz. El escriba jala el asa de una bocina, también de oscuro color.
La gente, claro, no sabe lo que pasa, acaso piensa en una tardía oración callejera por la muerte del Señor, acaso imagina una nueva manera de protestar (en este pueblo se protesta por cualquier cosa, incluso por causas justas). Pero la docena de jóvenes camina, verso en ristre, acompañados por la mirada triste del poeta Guillermo Petrikowsky (no la conocí, pero me emociona ver como los jóvenes vienen a leer los poemas de Rocío, confiará más tarde), y de la cantante Martha Toledo.
Llegamos al maltrecho Palacio municipal. Ahora no es una manifestación política la que tiene lugar en esta plaza, en esta tarde hay palabras colocadas en su justo lugar, hay metáforas en su punto preciso, hay verdades cobijadas por el ritmo personal de la poeta, que falleció apenas ayer por la tarde, en la ciudad de México, a los cincuenta y seis años de joven madurez. Había nacido en esta tierra el 29 de octubre de 1962.
Un par de horas antes después de esta muerte, Alba escribió en su cuenta personal de Face book lo que acaso es experiencia de varios jóvenes que vienen en la procesión:
“Yo no te abracé nunca, no escuché tu voz, nunca nos saludamos de beso al llegar a un café. Desde mi admiración profunda, soñaba el día en que cruzáramos miradas y compartiéramos poesía como alguna vez me escribiste en un ojalá que ahora ya no podrá llegar.
Todos sabrán quién eres, va por mi cuenta, vas a volver a Juchitán y tus poemas alumbrarán esta tierra huérfana de ti”.
Ahora llegamos a la vieja casa de doctor Roque Robles, nos detenemos frente a una reja. Dos muchachos, una muchacha, leen poemas con voz de quien hace suyo lo que mira. Detrás de la reja, un hombre observa, escucha, parece que derrama lágrimas. Creo que es su hermano, murmura alguien por lo bajo.
A un lado de la reja, dos señoras posan su húmeda mirada sobre el grupo. Termina la lectura en esta tercera parada, una de las damas, la que vimos a la entrada del hotel, llama a Alba y a Martha, algo dicen, me llaman. En medio del llanto, la mujer alcanza a decir:
-Soy la mamá de Rocío, gracias por hacer esto por mi hija, gracias por venir. Ay, qué pena, no tengo nada qué ofrecerles, no me avisaron antes, no supe, ay.
-No se preocupe, señora, por favor. Esto se organizó de pronto, apenas a medio día se invitó. Venimos porque queremos a Rocío. No se preocupe –le decimos los tres. Nelly, que es su nombre, nos mira y sigue llorando. La abrazamos, nos vamos.
La procesión monta en mototaxis y nos dirigimos al callejón de los pescadores, a casa de Natalia Toledo, su hermana del alma, con quien recorrió muchos lugares, con quien compartió éxitos, dolores, cuitas y copas. Acaso por ella, la poeta anotó en un texto aparecido en su segundo libro, Paraíso de fisuras, de allá por 1992, en edición del Ayuntamiento de Juchitán y la Casa de la Cultura Oaxaqueña, en coautoría con Natalia:
“No salí ilesa de ninguno de mis actos,
mi cuerpo se llenó de indelebles cicatrices,
fósiles de peces minaron templos vírgenes.
Tuve una amiga dual
hecha de piedras y de sonidos
a ella revelé monólogos de espuma”.
En el corredor hay sillas alineadas, una mesa con un mantel encima. Nos recibe Rociíto, envuelta en un mar de sollozos. Aunque los asientos están organizados, decidimos colocarnos para mirar frente a la pared donde se ha dispuesto el altar. Al pie de la mesa, otro retrato nos observa. Es de quizás veinte años atrás.
La bella mujer mira a la izquierda, como observando un futuro que viene sesgado. Está seria, posa cuatro dedos sobre su mejilla derecha. El pulgar está bajo su barbilla. Cruza el antebrazo izquierdo sobre su pecho. Un huipil con flores blancas le cubre el torso. Dos velas encendidas alumbran su mirada.
Hector de Xadani, Guillermo ya nombrado, Alba, Amílcar Meneses, leen poemas de Rocío; el fotógrafo Francisco Ramos dispara su cámara sin cesar. Martha entona canciones del Istmo. Tomamos café, comemos pan recién elaborado. Es un pequeño velorio el que tenemos aquí, donde seguramente estuvo muchas veces.
La hija de Natalia cuenta de sus propias depresiones, de cuando la poeta la llevó a vivir por una semana a su casa de la colonia Roma y le compró libros, la llenó de dulces, le enseñó a comer los alimentos que la adolescente de entonces no quería. “Cómo vas a decir que no te gusta, si no lo has probado”, fue la lección introductoria.
Martha, antes de que te vayas, quiero una canción. Cuando mi mamá y Rocío bebían vino y ya estaban muy tomadas, siempre la cantaban. Quiero escucharla, yo no sé cantar, dice la joven Rocío.
Nos ponemos de pie, una guitarra comienza sus lánguidos quejidos y comenzamos la melodía de los que han partido, la que escuchamos en velorios, la que nos recuerda “cuán hermosa es la vida y no hay nada que se le pueda comparar, guendanabani, xhianga sicarú ne gasti ru’ ni ugaanda laa”.
Afuera la vida sigue. La media noche nos abraza. En algún lugar, Ollin, el hijo de Rocío, probablemente piensa en la foto donde su madre lo abraza contra su pecho, con apenas unas semanas de nacido. Era el año en que se publicó el Paraíso de fisuras.
En uno de sus textos, la poeta escribió:
«A punto de volverme un bloque de hielo,
salgo de mi escondite,
sé que he ganado el juego:
¡uno, dos, tres por mí y por todos mis amigos!»
Ganaste el juego Rocío, eres eterna entre la nube de tus versos.
Santa María Xadani, madrugada del 26 de abril, 2019.

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cultura

Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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