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Cultura

Heliodoro Charis Castro

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Quiero contar una historia, de esas que hacen pensar en la misteriosa identidad del hombre, en donde quiera que haya nacido y en cualquier tiempo. Me la refirió un hombre de pueblo, con lo cual quiero decir que es veraz, que tiene una sabiduría de siglos, no aprendida en libros, sino de oídas.

Fue soldado de la revolución mexicana, desde niño casi; alcanzo hasta el grado de Mayor. En la guerra aprendió a leer, mejoró su lengua española. Su nombre, Víctor Jiménez Moro, o Víctor Moro, porque es cosa que muchos saben, los hombres de mi tierra prefieren llevar el apellido materno que el del padre.
Sucedió, pues, que yo tenia que decir un discurso en honor del General Heliodoro charis, muerto en Juchitán, hace cerca de cuatro año: el domingo 26 de Abril de 1964. Mucho se sabía de su vida de soldado, de su extraordinario valor, de sus ocurrencias agudas, de sus glorias militares, en fin: más nada cierto de sus infancias, si se puede decir así, como Garcilazo el Inca dijo niñeces: más su leyenda y su mitología sabía: el hombre de las grandes hazañas acredito que se contaran de el cosas que si no ocurrieron bien pudieron, dadas las que sí realizó.
Y yo quise hablar con alguno de sus contemporáneos, de sus compañeros de armas, de los de su barrio, aquellos que lo conocieron cuando cazador, después que de niño de trece años, empuño las armas. Quien más sabía de esas cosas, para mejor decirlo es el ochentón Víctor Moro, quien me refirió sucesos no solo de la vida de Charis, sino del pueblo, de los días inmediatos a la revolución de 1910.
El pueblo era aún muy chico, aún más supersticioso, pendiente siempre de relacionar los sucesos cotidianos con calamidades colectivas, con epidemias, con pobrezas, con trastornos de la vida. La mujer descarnada que anuncia el cólera y las viruelas: el cometa, nuncio de la guerra; esos ruidos nocturnos que producen un trozo de madera que recorre una cerca despareja a efecto que simule disparo, señar de que esta próxima una contienda civil.
El canto de los alcaravanes, del búho, de la lechuza, de ese pájaro que corta con ta tijera del pico una tela durante la noche de donde su nombre: Cortamortajas. La voz del “llamanorte”, ave agorera de la que ya habla Fray Juan de Cordova, a quien Moro ignora.
Todo un pasado presente me contó. En ese ambiente Heliodoro Charis y Víctor Moro.

Y entonces mi informante llego a donde yo quiero llegar ahora: a los tiempos en que Charis se levanto en armas, se echó al monte, lanzó un Plan, amagó y tomó pueblos por asalto, a veces en pleno día. Todavía hoy, a medio siglo de distancia, oigo vivas y las mueras que lanzaban sus soldados, el ruido de los huaraches por las calles, el relincho y el tropel de sus caballos. La ficción y la verdad juntas, gemelas.
Heliodoro Charis fue hasta el día en que se levantó en armas, un cazador de iguanas, de armadillos, de venados, de chachalacas. Un cazador que se dio el lujo de no dispararle a las piezas sino en pleno vuelo, en plena carrera. Charis tenía tres perros de caza. Con ellos se fue al monte cuando rebelde. Ya no cazaba. Ahora se alimentaban de las reses que tenían a las manos. Ya no andaban a pie, sino a caballo. A la cabecera del amo dormían los perros, celosos guardianes, suyos.
Al triunfar el Plan de Agua Prieta, Heliodoro Charis vino a la ciudad de México, a conocer a los jefes del movimiento. Y aquel grado de General que el mismo se había otorgado, le fue reconocido y ratificado. El águila de plata era de oro, cuando volvió a Juchitán. El calzón blanco, los huaraches, el sombrero de palma, se trocaron en uniforme de fino paño, en zapatos y botas de montar relucientes, las fornituras de charol, la pistola al cinto, nuevecita, tornasolando la botonadura como de oro. Si corpulento fue, entonces lo era más, o lo parecía.
Así volvió a casa, a su barrio, cuando lo vieron llegar, dos de sus perros salieron a ladrarlo, como asustado. No así el más viejo, echado a la sombra levanto la cabeza y las orejas. Luego se puso de pie, movió la cola, que es su manera de halagar y sonreír, y se acercó a su amo, quien al verlo lloro.
Entonces la negra se apodero del perro, después que tornara a ver a su amo, al tercer año de su partida.
¿No es el hombre igual en todas partes y en todos los tiempos?
Jueves 28 de Diciembre de 1967

Tomado del libro: Recuento de una historia – Heliodoro Charis Castro / Margarita Altamirano (Compilación) 2008

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cultura

Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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