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Cultura

El incendio de las velas juchitecas

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Una lluvia incansable intenta borrar todo vestigio de la vorágine apenas pasada. Se escurre por las paredes del Salón na Reyna, de la Octava sección, y mira atónita a quienes lucen felices, danzando bajo la techumbre, con la garganta henchida de entusiasmo, en plena “lavada de ollas” de la última vela juchiteca, la Vela Cheguigo, la que remata a toda hasta la semana intensa de las fiestas titulares de este mundo y aparte que es Juchitán.

Don Benito Juárez dijo hace ciento sesenta años, “les doy tres días de fiesta, para que celebren ordenadamente, como la Reforma manda, la elevación de su pueblo a la categoría de Villa”, más el alma jubilosa de quienes habitan en esta tierra, jolgoriosa como nadie, decidió prolongar estas festividades durante todo un mes.
Y así fue de nuevo en este año.
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Allá por la Séptima sección, barrio bravo como pocos, el incendio de la alegría inflamó la noche en que al ritmo de “Bupu y Ron” miles de personas bebieron y comieron durante toda la hora nocturna, bajo la invocación de la Vela de los pescadores, la que nos recuerda uno de los oficios más antiguos del mundo, una de las ocupaciones de hombres y mujeres de este lugar lleno de luz.
Luego vinieron más, tal si hubieran abierto de pronto la puerta del mundo de los asombros y esplendores. Llegaron las mujeres con sus trajes, con hilos multicolores y diseños salidos de la imaginación de Sidral o de Romelia, del Baúl de Victoria o las artesanas de Santa Rosa, con hartas flores de todos tamaños: jazmincillos, azucenas, claveles, tulipanes.
Huipiles y enaguas elaborados con la paciencia del bordado en terciopelo, con el ganchillo atravesando la piel de ángel, con la veloz aguja de la vieja Singer surcando la tela azul del algodón y sus miles de redondas gotas.
(En las invitaciones se podían leer las exigencias, “Damas: Riguroso traje regional, no se permitirá la entrada a quienes asistan con telas estampadas venidas de la China”. Y las exclamaciones menudearon. Que si eran fiestas populares, debía permitirse el uso indiscriminado de todo tipo de trajes, pues no todas las mujeres podían darse el lujo de comprar uno para la ocasión. Olvidaban quienes tal cosa dijeron, que los trajes no son de usar y tirar o empeñar en el Monte de piedad, que hay muchachas, señoras, que portan felices las vistosas ropas de la abuela.
Textos que fueron del sentimentalismo ramplón a la reflexión temperada o el apunte práctico.)
El jolgorio siguió encendido durante el mes de mayo, con lluvia o sin ella (un locutor de radio dijo -apenas esta mañana- que Tláloc era un dios maya similar al dios del trueno de los griegos, y es el mismo usador de micrófono que hace apenas una semana nos informó, por el mismo medio, del mito ateniense referido al “tendón de Ulises”. Por supuesto que se refería al “talón de Aquiles”).
En la Vela Angélica Pipi bailaban bajo el enlonado, diciendo ufanos que “Vela sin telón no es vela, es un simple baile”, en referencia al uso de tal cubierta de gruesa tela, tensada por robustas cuerdas, con un alto mástil al centro de la pista, tal si fuera el palo mayor de un barco (en los viejos tiempos solían colocarse largas tiras de papel con brocados en oro y plata alrededor de la pista, años hubo en que también se ubicaban altos espejos enmarcados, todo ello para dar justamente el aspecto de un salón de fiestas, a la usanza europea sí, pero con el alma nuestra).
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Luego, la pasarela de políticos –diestros y siniestros- se hizo presente en la celebración dedicada al labrador San Isidro, hombre humilde y generoso canonizado por Gregorio XV, allá por el siglo diecisiete. Ahí, en un escampado que será fraccionamiento habitacional alguna vez, unas tres mil almas con su respectivo cuerpo se entregaron a la pachanga, las más sin saber quién era el mentado santo.
Pero eso sí, aguantaron a cadera firme y danzadora un par de porrazos de agua que les mandó el varón avecindado –en sus tiempos- en los madriles. Pasito padelante, pasito paratrás, revoloteaban las floridas enaguas, mostrando un holán ya de plano achocolatado por el lodo de la rústica pista de baile.
Poco antes del tercer porrazo –que provocó la graciosa huida de al menos la mitad de la concurrencia- se decía entre trago y trago que “Los soberanos” animaban más que los foráneos contratados, un grupo mentado Master kumbia, con una ecualización envolvente –estos últimos- que parecía mismamente que las trompetas se hallaban frente a los baños, a doscientos metros del escenario, los bombos en el centro del bailongo y las voces apenas audibles, encima del entarimado.
A golpe de sones, buches de feliz alcohol y canastos de botana, llegaron las velas encendidas en honor al valenciano Vicente Ferrer, cuyo primer milagro –dijo Henestrosa- fue volverse santo el mismo.
Lado Norte o Lado Sur, rezaban las respectivas invitaciones, para recordar que en el año de gracia de mil novecientos sesenta se dividió la tal ofrenda mundana, una diferencia que mi informante no quiso platicar provocó que en tales fechas se formaran dos mayordomías donde había una.
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El presidente municipal de entonces, Jaime Ferra Velásquez mentado, quiso impedir que los del lado Norte instalaran su telón y envió un piquete de jenízaros para el efecto, hasta que se apareció el profesor Vidal Candelaria, a la sazón Síndico municipal y estudiante de leyes, para decirle: Amigo, creo que nos estamos metiendo en un problema, la Sociedad está amparada, y si no los dejamos hacer su vela, nos vamos todos al bote. Mediavuelta dio la policía.
Ahora, cada una se afana en hacer mejor su parte que la otra. Cada una con la exigencia: ni hombres vestidos de mujer ni mujer vestida de hombre para ingresar. Y la restricción fue tal que las dirigencias de las dos partes pretendieron impedir que un joven artista, ejecutante de danza moderna él, cumpliera con su promesa de representar a San Vicente en la regada de frutas.
Bajo el argumento de que la imagen del patrono de Juchitán no podía ser llevada a cuestas por alguien que bailó con enagua en una coreografía, las sociedades dijeron No. Pero pudo más la fuerza y la fe del joven. Sobre un camión, luciendo su vestimenta, con dos parejas de acompañantes, Jesús Ramírez salió a las calles, fundido con el desfile de carretas, camiones, caballos, hombres y mujeres de varia edad, niñas y niños con la sonrisa brillando a medio rostro.
Y la discusión en las redes sociales, en las aceras y el café, reapareció como desde hace varios años. Anatema, homofobia, discriminación, escribieron y dijeron unas y unos; el traje regional es sagrado, pertenece a la cultura de nuestras abuelas, prorrumpieron otras y otros. Que se respete el derecho de los muxhes; que la palabra muxhe es ya de por sí despectiva; que no entren, porque luego quieren pasar a orinar donde vamos las mujeres; que se discuta en las sociedades.
Y así, hasta que terminaron las fiestas. El próximo año, a inicios de mayo, renacerán las discusiones en torno al traje de las mujeres, acerca del ingreso o no de los muxhes con ropa femenina; referente a las toneladas de plástico surcando el aire en las “tiradas de frutas”; que si la regada de Cheguigo –guie’ Cheguiigu’, que le llaman- es la más vistosa y ordenada de estos rumbos juchitecos.
Que si las armas que ahora portan algunos cuidadores en velas y regadas. Como la accionada apenas hace dos días cerca del templo de Tata Chente, en medio de la discusión por una escoba, o las mostradas por un par de mozalbetes, cuando miembros de una vela no dejaban pasar un camión con capitana incluida, del otro lado.
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Lejos están los días en que los varones acudían de saco y corbata a las velas; lejos los días en que se llegó al extremo en que ingresaban jóvenes con playera y tenis, muchachas con pantalón y blusa; más lejos aún los años en que las señoritas participaban caminando en las regadas, hasta llegar al centro y subir las escaleras de palacio para lanzar mangos y ciruelos desde el techo del ala norte, donde ahora se puede mirar la Sala Pancho León.
Pero eso sí, el incendio de luces y colores, la algarabía de los menores, el bailongo de la juventud, y la tomadera de quienes gusten y manden, no morirá.
Hasta el año próximo veremos ondear las velas de este agitado barco llamado Juchitán.
Saludes!

Santa María Xadani. Mayo de 2017.

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cultura

Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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