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Cultura

Álvaro Carrillo, huella de un Andariego

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ALVARO CARRILLO 1

Con más de 300 canciones, que fueron interpretadas por grandes artistas, el legado del autor oaxaqueño sigue vigente

Álvaro Carrillo compuso sus últimas canciones en un rincón de su casa. Encendía su grabadora de cinta, agitaba las cuerdas de su guitarra, tarareaba sus letras y, poco a poco, las juntaba con las melodías. Ésa es la imagen que el cantante Mario Carrillo recuerda de su famoso padre.
Siempre traía historias en la mente y las anotaba en la palma de su mano, al final de sus cuadernos o en esos retazos de papel que nunca faltan. Su musa principal fue la mujer, el artista narró su historia en más de 300 canciones.
Luz de Luna surgió en una celda de la Escuela Nacional de Agricultura, donde el estudiante Álvaro Carrillo fue recluido por desacatar una petición del director. Sentado, con una profunda nostalgia, vio el fulgor de la Luna desde la ventana y de inmediato reparó en una muchacha que le había cautivado y que, por su arresto, no volvería a tratar, por ello, no dudó en musitarle: “Si ya no vuelves nunca, provincianita mía, a mi celda querida, que está triste y está fría, que al menos tu recuerdo ponga luz sobre mi bruma”.
En sus andanzas de bohemio se enamoró de una meretriz de la Casa de la Bandida, vivieron juntos y procrearon un bebé, pero el destino le arrebató la vida a éste porque su padre no llegó a tiempo con los medicamentos que lo librarían de una enfermedad. “Perdona mi tardanza te lo ruego”, le dijo con el vals El Andariego, “perdona al andariego que hoy te ofrece el corazón.
Conocido por temas como Sabor a mí, Se te olvida –que fue el primer tema musical de una telenovela en México–, Como se lleva un lunar, Sabrá Dios, Diariamente o Seguiré mi viaje, también realizó chilenas, huapangos, sones e hizo suyos distintos ritmos del cono sudamericano. Planeaba presentar una pieza sinfónica de nombre Noche en París.
La tarde del 3 de abril de 1969, el niño Mario Carrillo miró a su padre agonizar. Unas horas antes lo había acompañado –junto con su mamá, Ana María Incháustegui, y su hermano Álvaro– a la toma de posesión de Caritino Maldonado como gobernador de Guerrero. Al volver de Chilpancingo a la Ciudad de México, una camioneta tipo guayín se estrelló contra el auto en el que viajaban, un Falcon rojo de la marca Ford, en el kilómetro 11 de la autopista México-Cuernavaca. Él y su hermano, de 5 y 7 años de edad, respectivamente, sobrevivieron. A casi medio siglo de ese suceso, Carrillo no olvida cómo su padre se despidió con balbuceos de la vida, para dar origen a una leyenda.

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UN HUMILDE CANCIONERO
Nació el 2 de diciembre de 1919 en San Juan Cacahuatepec, Oaxaca. A los ocho de edad se quedó huérfano de madre y padre, por lo que la segunda esposa de su progenitor, Teodora Alarcón, se hizo cargo de su sustento.
En los años 30 inició sus estudios en el Instituto Agrícola de Amuzgos, sin embargo, un virulento conflicto agrario propició que los continuara en la escuela normal rural de Ayotzinapa, en Guerrero.
Décadas después, a principios de 1969, el guerrillero Lucio Cabañas, formado, también, en ese centro, le pidió al ya reconocido compositor que asistiera a su escondite clandestino para cantarle. Su deseo se cumplió, convivieron durante una semana y como recuerdo el líder del Partido de los Pobres le obsequió un rifle y un machete con su autógrafo.
En 1940 comenzó la carrera de ingeniero agrónomo en la Escuela Nacional de Agricultura (Universidad Autónoma de Chapingo), la cual, pese a su régimen militarizado, marcó su despegue creativo, al surgir su primer tema: Celia.
Sus compañeros admiraban su dedicación al estudio y su don musical. Por ello, jamás dudaban en pedirle algún verso melódico para enamorar a la chica que les quitaba el sueño.
En Chapingo estudiaba de lunes a viernes y el fin de semana se convertía en trovador. Con su guitarra bajo el brazo y sin dinero en los bolsillos recorrió la Ciudad de México en busca de alguna oportunidad. Iba a restaurantes, teatros y centros nocturnos, como El barco de plata y La Casa de la Bandida, cuya dueña, Graciela Olmos, le daba de comer y lo instaba a explotar su talento. Ya titulado, repartió sus días entre su trabajo en la Comisión del Maíz y su andar de cancionero.

alvaro ayotzinapa
Una de esas noches de farra conoció al cantante Pepe Jara, conocido como El trovador solitario, quien a la postre, se convirtió en el mayor divulgador de su obra y en su intérprete más notable, pues, con su potente voz, popularizó, entre otras, El andariego y Se te olvida.
Fueron cómplices de muchas bohemias. Se hicieron amigos y, después, compadres. Llegaron a ser una pareja musical que, según la especialista Yolanda Moreno Rivas, “contribuyó a una nueva concepción del bolero”.
Para El trovador solitario, Carrillo era su “amor macho más grande” y en una entrevista con la revista Proceso en 1997 lo tildó de “tierno, llorón, romántico irredento”, pero con “un genio de los mil demonios por ser negro costeño (…) Cuando estaba cantando era el hombre más tierno que te puedas imaginar. Era feo como una cruda sin dinero, pero había que asomarse a su interior para comprenderlo, era bellísimo”.
Su canción Amor mío fue su pase de abordaje al éxito, pues con la grabación del trío Los Duendes en 1956 y un año después con la del chileno Lucho Gatica, decenas de intérpretes en México y el mundo incluyeron sus boleros dentro de su repertorio.
A finales de los años 50, una época marcada por la música de tríos, el humilde cancionero se oía con mayor frecuencia en la radio y en la aún naciente televisión. Cada vez fue más evidente relacionar a Olga Guillot, María Victoria, Linda Arce, Javier Solís, Pedro Vargas, Marco Antonio Muñiz, José José, Los Panchos, Los Tres Ases y Los Tres Reyes con la inspiración carrillista.
En 1960 su música ya le había dado la vuelta al mundo. En América Latina, Sabor a mí era la canción más popular. Yoshiro Hiroshi la hacía famosa en Japón. Frank Sinatra, Percy Faith y Carmen Cavallaro grababan en inglés Se te olvida bajo el nombre Yellow Days.
Y en México, la gente, el ciudadano de a pie, empezaba a relacionar los pasajes de su vida con las canciones del oaxaqueño, hasta que provocó su inmersión en la cultura popular.

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PASARÁN MÁS DE MIL AÑOS…
El artista procreó con el amor de su vida, Ana María Incháustegui, cuatro hijos: Ena Marisa, Gina, Álvaro y Mario.
Es este último el que recuerda a un “padre apapachador”, a pesar de su imagen de “hombre grande, tosco y costeño”. “Nunca nos apartó de su lado, al contrario, nos sentaba en sus piernas para que lo viéramos trabajar, ese lado humano me gustaba mucho de él”. Cuando estaba en la Ciudad de México, añade, “nos llevaba a los juegos de beisbol, porque era aficionado de los Diablos, y al circo”.
Para el bolerista e investigador Rodrigo de la Cadena, Carrillo será “recordado por la maestría de su poética y su riqueza melódica; no era un músico de academia, pero tenía la facilidad de dotar a sus canciones de un mensaje sensitivo muy alto; su calidad humana es destacable, era sencillo y humilde, y esas cualidades lo hicieron aún más grande”.
“Quisiera que el gobierno de Oaxaca creara un gran festival en su honor, que lo reivindique como su hijo predilecto, en el que se promueva a nuevos compositores que sigan su estilo. Se debe seguir cantando su música por medio de nuevos intérpretes y que éstos, incluso, hagan reggaetones o experimenten con otros géneros para difundirla”, dice el dueño de La Cueva del Bolero.
La familia del autor de Un poco más revela a Excélsior que tiene la mira puesta en 2019, cuando se cumplirán cien años de su nacimiento y 50 de su muerte, y anhela que su pueblo natal sea llamado San Juan Cacahuatepec de Álvaro Carrillo y que las empresas disqueras se interesen por acrecentar su presencia en el mercado, ya que, actualmente, sólo circula el disco Álvaro Carrillo canta a Álvaro Carrillo y otras ediciones.
Si atendemos la filosofía del vals Dios nunca muere, de Macedonio Alcalá, ese que saca lágrimas, el cantor de la Costa Chica sigue presente entre la legión de bohemios, porque “todo aquel que llega a morir, empieza a vivir una eternidad”.

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Con información de Excelsior

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cultura

Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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