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Los Sones Zapotecas*

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¿Cómo no hablar de nuestros sones istmeños en el sentido típico, original, que siempre nos emociona, concatenando lo general con la provincia, en dulce recuerdo de nuestra primera impresión? Ni esto es hablar de mentira, ni expresa media verdad. La realidad de los hechos seguirá palpitando siempre donde quiera que se agrupen hombres y mujeres istmeños, y las verdades a medias que van estilizando nuestros sones, con tolerancia de los que debieran empeñarse por conservar su pureza, son las que propagan mixteficaciones que todo zapoteca debiera estar obligado a combatir.

Esta originalidad de nuestras danzas no consiste en que participen de algún contagio andaluz. ¿No fueron españoles quienes convivieron con nosotros? En esta tesitura nada habría original, su peculiaridad se advierte cuando al escuchar los primeros arpegios de la Sandunga verdadera, el istmeño siente una emoción que lo transporta súbitamente a su mundo propio, a su cielo estrecho pero querido, a su región de dulce recuerdo arrobador.
Las estilizaciones modernas de nuestras danzas no pueden compararse con los sones auténticos. Nuestras xuncus les imprimieran siempre, con gracia y gallardía, su sabor primitivo y verdadero, mucho muy alejado del error que ha de seguir propagándose por los que no saben dónde se encuentra su originalidad. Basta el modo peculiar en que la xuncu sabe lucir su típico huipil de muselina de seda o de felpa, sobre cargado de recios adornos de hilos de seda multicolores, artísticamente trabajado a mano; su huipil de cabeza de blonda o gasa finísimas, con blancos encajes almidonados, que orlan su rostro, cabeza o cuello y las caídas de sus faldas maravillosas, según la ocasión. Ya en estas circunstancias se advierte la originalidad, pues no se va con el mismo atavío a los Velorios, a las Velas, a la calles, a las bodas, al templo o al panteón. Se requiere para cada caso indumentaria y atavíos congruentes con él. Vístase a la más agraciada dama que no sea del Istmo con las mejores prendas del lujoso vestir zapoteca y por más belleza natural que no sea, el istmeño conoce que ella no es de su raza, con solo fijarse en la forma en que levanta el olán para retratarse o bailar. Y si a esto se agrega el desconocimiento del uso de las prendas apropiadas, se multiplican motivos para que no se acerque a lo típico, en lo que se va envolviendo originalidad. Hablar de nuestros sones en un sentido original, es hablar emocionado de verdad, no de verdad a medias para mentir.
La estructura de nuestros sones zapotecos es una combinación de un tema musical de iniciación, que se alterna con distintos zapateados. El tema es propiamente el son y su último compás se enlaza con el primer zapateado. El son se baila con lentitud y el zapateado con agilidad. El último compás del zapateado se enlaza también con el son, a fin de que los bailadores descansen durante el son y luzcan al zapatear. La Sandunga que se toca en México no la podemos bailar los zapotecas, si no se toca por juchitecos o tehuanos, porque los tocadores de México no alternan los zapateados con el son y no marcan los diferentes pasos de cada zapateado, restando interés al baile regional. Es que desconocen los golpes especialísimos de la tambora, que es la que más orienta al bailador.
La Sandunga se baila como Jota combinada con Pavana, pero sin castañuelas ni movimiento de brazos en el varón. El hombre debe de llevarlo inmóviles, cruzados hacia delante o hacia atrás o en las bolsas si es catrín. La mujer, en cambio, debe moverlos con cadencia alternativa, alzando en cada movimiento las faldas de la bordada enagua de olán. Los movimientos de la mujer son lentos y circunspecto: imitan el baile mañanero del guajolote cuando quiere arrullar. Sólo el hombre, durante el zapateado, debe de hacer filigranas con los píes.
Todos los sones tienen su parte de canto en el zapateado y al llegar a su mitad cada pareja cambia de posición, ocupando el hombre el lugar que tenía la mujer. No hay trajes especiales masculinos. Cada hombre baila con lo que acostumbra usar; calzón, camisa y charro, o saco, pantalón y fieltro según el uso habitual. Generalmente los hombres bailan con el sombrero puesto; pero las mujeres nunca con el huipil en la cabeza, formando resplandor, pues esta es prenda que se deja en el asiento al pararse a bailar. En las bodas, sólo a la novia le es dable bailar con el huipil de cabeza; pero no orlando el tocado, sino cubriendo como abrigo el otro huipil a manera de que el resplandor se forme alrededor del cuello; y como huipil de cabeza, es trasparente y fino, a través de él deben de verse los riquísimos bordados del huipil de cuerpo, que es encantador.
Debiera ser una devoción del istmeño el propugnar por la conservación de estos bailes populares zapotecas, tal como son de originales y típicos, sin estilizaciones que engañan y les quitan toda su belleza y esplendor.

*Tomado del periódico NEZA/Órgano mensual de la sociedad de estudiantes juchitecos/No. 7/México, D.F., diciembre de 1935

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cultura

Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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