Cultura
La triste historia de Anastasio muxe huíini o “ La dulce shunca”.
Del desprecio al orgullo por el hijo en condiciones inesperadas.
Dijeron los que vieron y vivieron tales acontecimientos en el barrio saltillo, allá a fines del año cincuenta, que Anastasio Cruz y su esposa Teófila de la Paz; a pesar de sus difíciles condiciones económicas, acordaron tener cinco hijos. Apolinar era un fuerte y tosco hombre del campo, muy dado a las copas de mezcal, algunas veces mezclado con bebida dulce, y por lo general acompañado con pedazos de limón y sal, como para los hombres, como fueron sus afirmaciones para justificar su preferencia por el preciado líquido derivado del agave. Las duras tareas del campo moldearon el cuerpo de Anastasio convirtiéndolo en un barón musculoso, y aprovechando sus habilidades para los “porrazos”, constantemente retaba a cualquiera que se le atravesara en su camino, cuando las cuantiosas copas de mezcal cumplían sus funciones. Según lo contado por los que lo conocieron, no hubo quien aceptara los retos de Anastasio, y quizá por tales sensaciones de frustración, el hombre se desquitaba insultando a la esposa y a los hijos, tres veces por semana durante largos años.
Cumpliendo con lo planeado, Teófila dio a luz a una niña, a quien le pusieron el nombre de Eduviges, mismo nombre de la madre de Apolinar; a los siguientes dos años nació Crisóforo, nombre similar al del padre de Teófila; después llegó al mundo Vicente, quien nació en la fecha cuando se conmemora el natalicio de San Vicente Ferrer; del tercer parto llegó Antonio, nacido el trece de Junio; después vino Soledad, nombre dado en honor la virgen de la Soledad. A los cuarenta días de nacida la última hija, la pareja dispuso que, si en el quinto parto resultaba niña, llevará el nombre de su madre, y si es niño, se llamará Anastasio como su padre.
En el cumpleaños número quince de Soledad, Teófila trajo al mundo a un niño; ante tal acontecimiento, Anastasio brincaba de alegría al pensar que el recién nacido llevaría su nombre. Cuando el pequeño Anastasio cumplió los tres años de edad, el padre notaba algo extraño en el comportamiento del niño, sobre todo, por sus preferencias en juguetes para niñas, inclusive en su manera de andar y hablar. La madre ya había notado con anterioridad el comportamiento de la criatura, pero dada la actitud machista del marido, no se atrevía a platicar con él sobre el tema; su intuición de mujer y madre, la daba la certeza de que desde su nacimiento, el niño por naturaleza había nacido con las dos cualidades que identifican a los seres humanos; es decir, en su estructura física se identifica como masculino, pero en corazón y espíritu, la carga hormonal femenina supera en mucho al masculino.
El padre del niño, pensaba que con tratos agresivos y golpes podían modificar el poder da la naturaleza. En aquellos años, la educación preprimaria, no existía para muchas familias, sobre todo, en el ámbito de las familias campesinas. Anastasio llevaba al niño al campo y con acciones agresivas trataba de imponerle los duros quehaceres, el infante con lágrimas se esforzaba por cumplir las violentas órdenes del padre, pero todo resultaba inútil, porque su naturaleza se negaba a cumplir tales labores. El padre finalmente se desistió de llevar al niño a las actividades del campo; pero no así, su desprecio y casi odio indebido por la condición del niño. Durante parte de la niñez, adolescencia y juventud de Anastasio, el padre le retiró la palabra a su hijo, para él, es como si nunca hubiera nacido el quinto ser humano.
Ante los desprecios y a veces agresiones del padre, Anastasio encontraba grandes consuelos y comprensiones en su madre y en sus sinceros y apreciables amigos del gremio de las “Intrépidas buscadoras del peligro”, quienes por cierto le otorgaron su nombre de distinción como “La Dulce Shunca”, por ser el último hijo. Con el apoyo de su madre, Anastasio pudo concluir su educación primaria, las imperantes necesidades económicas lo obligaron a ayudar a su madre en la elaboración y venta de totopos, razón por la que ya no pudo continuar con la educación secundaria; en sus ratos libres y a escondidas, aprendió corte y confección, algo de cultura y belleza, adornos de salas para fiestas, elaboración de piñatas, y preparación de una gran variedad de comidas típicas de la región. Con la anuencia de su madre, Anastasio, se dedicó a las actividades que aprendió a la perfección; sobre los ingresos percibidos, solamente le informaba a su madre.
Tal vez por los maltratos recibidos por parte de su padre durante muchos años, Anastasio hablaba poco, y a pesar de los deseos que tenía por vestirse con prendas femeninas, como muchos de sus amigos de las intrépidas, para evitar mayores problemas con su padre, evitó tales mandatos de sus deseos, salvo en ocasiones especiales y en lugares discretos. Al paso de los años, las hermanas se casaron, una con un albañil y la otra con un campesino, los dos muy dados a beber mezcal como el suegro; los dos hermanos también se casaron, el primero aprendió el oficio de carpintero y el otro aprendió albañilería; todos ellos bastante limitados en recursos económicos, sobre todo, por la costumbre de gastarse los pocos centavos en fiestas innecesarias.
Teófila tenía más de setenta y dos años, cuando el médico le diagnosticó apendicitis y que requería de una pronta intervención quirúrgica, ante tal situación, el padre mandó traer a los dos hijos con sus esposas y, las dos hijas con sus maridos para exponerles la gravedad del problema, y solicitarles ayuda económica. En la reunión familiar, el padre de ellos dijo lo que tenía que decirles, todos ellos atentos, cuando escucharon lo relativo a la necesidad de la ayuda económica, se miraron unos a otros y se quedaron callados, pues dadas sus condiciones de pobreza, nadie estaba en posibilidad de ofrecer un peso siquiera. El joven Anastasio, ya conocido como “La Dulce Shunca”, como siempre apartado y discriminado, parado en la puerta de la casa, escuchaba y veía lo que ocurría, al ver que nadie daba respuesta positiva a la petición del padre, con voz cortada y apenado, preguntó sobre la cantidad que se requería para pagarle al médico, Anastasio padre, después de tanto tiempo de no dirigirle la palabra, con voz agresiva y Tal vez pensando que saliá sobrando la pregunta, respondió:¡¡van a ser tres mil pasos porqué!!.., La dulce shunca no dijo nada, entró a su cuarto y en menos de dos minutos regresó, se acercó a la mesita y puso un paliacate rojo que contenía monedas y billetes, y les dijo, aquí están los tres mil pesos. Todos quedaron sorprendidos, el padre de ellos no sabía que decir, casi llorando y con voz entrecortada, exclamó…¡¡mejor hubiera sido que todos fueran muxes…miren quien vino a resolver el grave problema de su madre!!…
La operación fue un éxito, Teófila se recuperó; a partir de aquel instante y de aquella sorpresa, todo cambió para el padre y la Dulce Shunca. Desde esa fecha, Anastasio Cruz, sobrio o pasado en copas de mezcal, gritaba para que todos escucharan que tiene un hijo Muxe, y que se sentía muy orgulloso de él.
Al cumplir sus 25 años de edad, La Dulce Shunca, organizó una fiesta, con la enorme sorpresa de que su padre bailó con ella el vals “morir por tu amor”, ella vestida con traje regional y él de guayabera blanca y pantalón negro.
Esa fue la historia de La Dulce Shunca del barrio de la novena sección o saltillo, un ejemplo de nobleza, dedicación y esfuerzo laboral para vivir con dignidad.
Cultura
Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024
Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad
Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.
Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.
En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.
El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.
Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.
Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.
Cultura
Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño
Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet
El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo, se torna, interesante para la mente infantil.
En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual, José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.
En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.
Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.
El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.
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