Cultura
Aventuras de Arcadio Martínez*
Viejecito ahora de setenta y cinco años, con el cuerpo casi caído hacia adelante, en sus buenos tiempos Arcadio Martínez había sido un hombre que rebosaba salud.
A sus treinta y cinco años fue un día a su chahuital, al sur de Juchitán. Cuando volvía para su casa, precisamente, al cruzar el río, le alcanzó un recado de su venus, hermosa morena de mirar de fuego, en el cual le decía que lo esperaba en la noche, porque su familia se iba de fiesta a la población y ella estaría sola en la casa. ¿Qué más podría desear un corazón embriagado de amor, al recuerdo de las dificultades que tenía para verla, por los celos de sus padres que no lo querían? Sin pensarlo mucho, se dirigió presuroso a obsequiar la inesperada cita, caminando bajo una plateada luna con inmensa alegría en su romántico corazón. Se imaginaba que ella también estaría ansiosa, con él, deseando que llegase pronto para que en aquella choza desarrollaran su tierno idilio.
Se acercó a la ranchería, imaginando que su linda paloma lo iba a recibir con dulces sonrisas y con besos de amor. El palpita de su corazón se tornó más violento y fuerte. Sus nervudos pies se hicieron flácidos y no le permitían que devorara la distancia, precisamente cuando había advertido los fulgores de una luminaria que le presagiaba algo malo. Perseveró en saber lo que era y cuál no sería su sorpresa al ver que la casa de la amada estaba totalmente envuelta en llamas que se arremolinaban, consumiéndola. Acongojado se abandonó en tristes pensamientos. De pronto, sin darse cuenta, se fue metiendo poco a poco bajo el bejuco de un rompecapas sin pensar que las venenosas culebras bien podrían estar allí escondidas.
Desde ese lugar vio que las llamas tostaban las verdes hojas de la arboleda que circundaba la casa. Oyó los traquidos y el derrumbe del techo. Pensó que, seguramente, que su enamorada ya había sido víctima del voraz incendio. Pero en vez de ir a sacrificarse por ella, que acaso moría desesperada, recordándole rápidamente, le invadió una manifiesta cobardía. Se volvió sobre sus pasos y como un gallo acobardado que deja caer sus alas salió huyendo rápidamente por escondidas veredas con la calenturienta idea de que, si alguien lo había visto, era indudable que lo harían responsable del desastre, porque los padres de ella no lo toleraban.
No se detuvo ya en su chahuital, sino que se fue de frente hasta su casa y sin revelar nada a nadie se propuso dormir. Quizá por la fatiga, pronto concilio el sueño y soñó sobre saltado con las amargas quejas de su novia que le reprochaba el no haberla ido a rescatar de la terrible muerte por el fuego. Despertó triste, avergonzado y taciturno sin discutir lo que debió de hacer.
La necesidad de continuar su siembra empezada el día anterior le obligó encaminarse a ella, callado siempre y a la expectativa de saber algo de la angustia pasada por boca de algún vecino del lugar. Tentado al fin por la curiosidad, y de nuevo bajo el impulso de su amor, el tercer día marchó a cerciorarse de lo sucedido.
Seguro de que iba sólo por veredas escondidas en las altas horas de la noche, procedía con mucha precaución, pero con paso resuelto. El ruido producido por cualquier hojarasca impelida por el viento lo estremecía profundamente. El murmullo aleteo de los murciélagos se le figuraban el espíritu de su novia muerta y los seguía como si persiguiera sombras fantásticas con quienes quisiera hablar.
Al acercarse al rancho acortó sus pasos y, de modo parsimonioso, iba aproximándose, pero siempre resguardado por los matorrales. De repente se detuvo asombrado, porque con la claridad de la luna llena, que resplandecía bajo el cristal del cielo, pudo percibir perfectamente que la misma casa que había creído ver devorada por las llamas, estaba en su lugar, entera, intacta, sin que nada le hubiera sucedido.
El 31 de octubre de 1927 el propio viejecito Arcadio Martínez, llenó de vergüenza y de desprecio hacia sí mismo, mientras arreglábamos ofrendas de Todos Santos, me confirmó esto que le había sucedido y se condolía de que en el corazón de un juchiteco hubiera sitio para tan tremenda cobardía.
• Tomado del libro: Tradiciones y Leyendas del Istmo de Tehuantepec/Autor: Gilberto Orozco/Revista Musical Mexicana 1946
Cultura
Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024
Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad
Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.
Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.
En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.
El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.
Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.
Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.
Cultura
Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño
Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet
El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo, se torna, interesante para la mente infantil.
En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual, José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.
En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.
Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.
El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.
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