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Cultura

De cuando conocí a Neruda

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Para Antonio Skármeta, con gratitud

Transitaba yo por la educación secundaria en aquel tiempo, la escuela se hallaba a las orillas de la ciudad, una orilla que fue tragada con el paso del tiempo y la aparición -tres décadas después- de numerosas colonias populares que ahora ocupan la nueva periferia.

El poeta se dejó ver con su enorme y frondosa figura de ceiba tropical, con unos versos que fueron bandera de varias generaciones, versos salidos de un libro publicado por primera vez en 1924, del cual me decía: “cuando yo lo escribí, sólo pensaba en que lo leyera mi propia novia, o las novias que yo tuviera por entonces”.
Los Veinte poemas de amor y una canción desesperada, causaron un bárbaro furor en quienes tenían por entonces apenas trece, catorce o quince años, la fiebre cundió incluso entre aquellos que solo conocieron el famosísimo Poema Veinte. Neruda tenía veinte felices primaveras y ya había publicado antes su Crepusculario.
Parral, Parral, repitió cuando le pregunté por su lugar de nacimiento y sin que le inquiriera más agregó “el 12 de julio de 1904, pero por desgracia mi madre falleció poco tiempo después, entonces mi padre que era un trabajador ferroviario me llevó a vivir a Temuco, allí comencé a escribir poesía, allí adopté mi nombre actual, antes me habían bautizado como Neftalí Ricardo Reyes Basoalto, en ese mismo lugar conocí a la maestra Gabriela Mistral, ella me indujo a la lectura”.
Con la mirada quieta, con sus ojos profundos, melancólicos, como si fuera el mascarón de proa de un viejo barco, don Pablo fuelleaba el aire caliente de un mediodía juchiteco, a media respiración lo pesqué con una interrogación, ¿en qué piensa, poeta?
-Por qué.
-Se quedó parado como un poste -respondí y él reviró, “clavado como una lanza, quieto como una torre de ajedrez, y no le agregues más metáforas”, selló. Mi pregunta inmediata, acompañada de una mirada de asombro, fue ¿metáforas, qué es eso?
Sus ojos se encaminaron al horizonte donde papaloteaban unos zopilotes gordos y siguió, “es un modo de decir una cosa comparándola con otra”. Ah, dije. Tú también puedes inventar tus propias metáforas, con las cosas de tu tierra, con lo que ves todos los días, escucha, por ejemplo este poema “Aquí en la Isla, el mar, y cuánto mar. Se sale de sí mismo a cada rato. Dice que sí, que no, que no. No puede estarse quieto. Me llamo mar, repite pegando en una piedra sin lograr convencerla”. Detuvo sus palabras y se quedó mirándome, viendo la sorpresa de mi rostro, ahora él preguntó, qué pasa, le regresé la mirada y comenté que mientras él leía mi pecho seguía el sonido de sus palabras y un agua instalada en mi cabeza se balanceaba como el mar. Eso es el ritmo, suspiró.
Ese mar aun me sigue, y cada vez que quiero escribir las olas vienen y van, la espuma deshace su castillo sobre la arena y el agua recoge su atarraya para volverse a desplomar, incansable, una y otra vez, susurrando a veces, estruendoso en otras, diciendo “me llamo mar, conduce sobre mí tus jóvenes palabras.”
Pasaron los años, supe que Neruda residía en Isla Negra, frente al mar y rodeado por las atenciones que le brindaba Matilde Urrutia, su compañera. Había pasado por París; su poesía, su Caballo verde, anduvo por España al inicio de la Guerra civil, luego se estacionó por diversas y cortas temporadas en México; era el hombre adulado, el mimado, se le ofrecían recepciones y comilonas, mas siempre regresaba a su querencia Negra.
Los jóvenes del mundo leían su Hondero entusiasta, su Residencia en la tierra. En 1948, un discurso encendido dirigido desde la tribuna senatorial chilena, en contra del mal gobierno en turno, lo coloca a punto de ser detenido por la policía y se oculta en el interior de su largo país, desde donde aprovecha para escribir su Canto general.
Cercano a cumplir los cincuenta años pasea sus versos por Roma, París, Praga, Berlín, Mongolia, y sus libros se traducen al yiddisch, hebreo, coreano, vietnamita, turco, ucraniano, uzbeco, portugués, en fin; no se pudo en Zapoteco porque para esos tiempos apenas y había nacido Enedino Jiménez. (Más tarde, Macario Matus -a quien una lengua viperina bautizó como Gobernador del estado de ebriedad- enderezó el entuerto y trasladó a la lengua de Cosijopí aquel vigésimo poema).
Un telegrama fechado en Isla Negra, donde clarito se veían el océano y una colección de conchas marinas, me permitió saber que los aires de 1969 y el Comité Central del Partido Comunista Chileno lo habían nombrado candidato a la presidencia de la república. Luego de algunas semanas de gira proselitista, declinó a favor del doctor Allende. Al triunfo de aquel hombre con rostro de padre severo, pero con tierno y noble pecho de palomo, el vate jaló hacia París, había recibido el nombramiento de embajador. En esas andaba cuando recibió la noticia: le habían otorgado el premio Nobel de poesía.
De pie sobre la luz, ante el estrado de Estocolmo, en Suecia, al recibir la condecoración, Neruda sentenció con esa su voz grave “debo decir a los hombres de buena voluntad, a los trabajadores, a los poetas, que el entero porvenir fue expresado en esta frase de Rimbaud: sólo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres. Así la poesía no habrá cantado en vano”. Miles de kilómetros al sur de la tierra, los humildes pobladores de Isla Negra prorrumpieron en aplausos y gruesos lagrimones de felicidad y orgullo.
Pero la alegría se nubló con los bombazos que explotaron en el palacio de La Moneda, con la metralla ordenada por el jenízaro Pinochet el once de septiembre de 1973. El estruendo y la infamia le dañaron su verde y poetísimo corazón, doce días más tarde Neruda falleció al lado de Matilde, lejos de sus mascarones y su mar.
Cada vez que lo recuerdo me viene a la memoria una anécdota contada por el joven Henestrosa, Andrés: “Cierto día le fue anunciada a Lola Olmedo la llegada del poeta chileno a tierra mexicana. Aprontó vehículo y pidió a Diego Rivera y un escritor -de cuyo nombre no me acuerdo- le acompañaran. Neruda llegó con Delia del Carril, la Hormiga. Los rostros amigos intercambiaron miradas de alegría y Delia, feliz, se dirigió a Lola para expresarle:
-Qué chingadita viene usted, y no se diga ese par de pendejos que trae.
Ante los ojos azorados, inquisitivos, de los anfitriones, Pablo, que ya había estado antes en México, tuvo que intervenir para explicar:
-En Chile, andar chingadito, es andar bien vestido; y los pendejos no son estos amigos, sino el par de relucientes aretes que porta”.
Ahora llueve en Juchitán. Un profundo olor a humedad, a bugambilias secas maceradas por el agua, inunda el ambiente. Hormigas voladoras pasean por el aire. Pronto se cumplirán ciento doce años de que el niño Neftalí lanzara al aire su primer poético berrido allá en Parral.

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cultura

Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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