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Cultura

Finales de otoño en los 90’s

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Ya pasaron 25 años desde aquella mañana de enero en que mamá me dijo que los años 90’s comenzarían a marcarse en el calendario de pared. Para mí fue emocionante entrar a una nueva década, porque los de la tele habían dicho que las cosas ya no iban a ser iguales, que el mundo estaba girando más rápido y que la vida cotidiana iba a ser modificada del interior al exterior: la gente comenzó a pasar más tiempo dentro de sus casas y de sus pensamientos, y las calles de la ciudad adoptaron un dejo de presente interminable, parecía que el tiempo se había congelado.

 

Por alguna extraña razón comencé a fijarme en las esquinas de Juchitán, algo había sucedido con ellas, habían dejado de ser las mismas, ahora parecían sofisticadas: tiendas de postales electrónicas, juegos de tetris y family que más de uno había pedido como regalo de navidad; también comenzaron a venderse los primeros discos compactos con éxitos del momento que de inmediato se convirtieron en banda sonora, mamá compró un par de ellos y me pidió que los guardara hasta que papá consiguiera un reproductor y pudiéramos escucharlos. Todo era una novedad en esas primeras horas de los 90’s, ésos que terminaron siendo eternos en mi narrativa.

La radio sonaba diferente, ahora las voces salían en inglés y en alemán. Nos decían que al otro lado de un famoso muro, en cuanto caía la tarde, unos jóvenes se encerraban en casas abandonadas y desde allí se imaginaban un mundo sin guerra y con mucha esperanza. Me parece que esos chicos nunca se imaginaron que sus tardeadas clandestinas alcanzarían el Salón Fiesta Palace de Juchitán. Mi generación les mandó un saludo y un agradecimiento homenajeando sus canciones en inglés, imitando sus pasos de televisión y peinados de estética europea.

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Sencillamente ya nada era igual, la sociedad líquida se hizo presente y desaparecieron los diques que nos auxiliaban a tocar fondo o a asirnos de unas paredes salvadoras. Ahora me sentía en un océano interminable, con un horizonte perdido en la distancia y que no daba señales de emerger próximamente. Lo confieso, una cierta preocupación por la pérdida de la normalidad de los 80’s se hizo presente en mi vida. Me tocaba ir a la escuela y preguntarles a mis maestras qué era lo que estaba sucediendo, o por lo menos que nos dijeran qué era lo que teníamos que hacer nosotros en aquellos años que presumían la felicidad virtual y económica. ¡Pero nos mintieron a todos!

Una tarde regresé a casa y mi vieja Olivetti había sido sustituida por una Compaq Presario que olía a plástico nuevo. Aún tengo la sensación en mi nariz y dudo que se me difumine en lo que me resta de vida. La única ventaja que pude descubrir con aquellas máquinas consistía en borrar mis errores de dedo con solo pulsar una tecla, logrando quebrar las papelerías del barrio porque ya no tenía que ir a comprar hojas blancas y papel carbón. ¡Algo malo estaba por suceder en aquella década! Por ejemplo, mamá lamentó la llegada de la tecnología a su casa, pues uno de sus hijos, o sea yo, había renunciado a la geografía mundial y a la historia colonial para dedicarse a soñar que algún día sería escritor. Pues nada, pasé de la secundaria y me sentaba frente al computador a jugar solitario e imaginarme las palabras que quería juntar en una oración.

En aquellos años del fin del mundo de la realidad ochentera descubrí una colonia que se había adelantado a su tiempo, que estaba en boca de todos los chicos de la escuela; aquellos que vivían en La Riviera eran los que disfrutaban desde antes lo que los muy otros comenzábamos a descubrir con sorpresa. ¿Un reloj digital?, ya lo tengo, decía el habitante del norte de Juchitán; ¿un celular tipo ladrillo?, ya lo tengo respondía el habitante bendecido geográficamente; ¿una computadora más “veloz”?, ya lo tengo respondía mi mejor amigo que en muchas ocasiones me invitó a comer en su casa grande que siempre se mantenía limpia. ¡Me encantaba mirar la calle arbolada a través de los limpios ventanales!

Con mi bimex alcancé el crucero de la ciudad y al otro lado ya estaba la entrada a aquella mítica zona en la que siempre quise vivir, no obstante me encaba el barrio sur en el que había crecido. Lo que pasaba, creo, era que por allí el ruido disminuía, los árboles refrescaban y las calles siempre invitaban a salir de paseo y perderse entre las esquinas que seguramente habían guardado algún secreto. Cuando Sara, la mamá de mi mejor amigo, nos enviaba a la tienda para comprar un jumbo de dos litros para la comida, podía ver a la gente que parecía de una ciudad distinta a la que yo habitaba… me resultaban ajenos, como de una nación emocional que no lograba descifrar. Bueno sí, lo hice algunos años después y me descubrí como uno de ellos.

Aquel barrio sur donde alguna vez vi los atardeceres más hermosos seguía allí, como dinosaurio de cuento y como emoción frustrada al no tener la mejor analogía de mi adolescencia en los 90’s para nombrarlo. Pero el norte citadino me cautivaba con su sofisticación en plena década, me alentaba a mirar sus calles semivacías y las hojas secas que se antojaban triturables bajo las suelas de converse verdes a finales de aquellos otoños. Caminar por Juan Escutia hasta Jacarandas, después a la derecha por Bugambilias y terminar en casa de mi amigo en la 3ª privada de Colorines. Ahí podía quedarme a vivir, pero algo rumbo al mar me decía que las mejores historias las iba a encontrar entre el perifoneo matutino y la música en tardes calurosas y piel con sabor a sal.

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Una esquina cualquiera en Juchitán, hoy en mi nueva geografía de viajero, es el mejor pretexto para regresar constantemente hasta aquel recuerdo. Los 90’s prometieron lo que no pudieron cumplir, en cambio mi generación creyó ciegamente en las tardes provincianas de una década que nos arrastró y que no termina de soltarnos. Al menos a mí me toca recorrer las cintas de mis casetes dos veces por semana, me toca lavar mis pepsilindros y mis vasos con estampa de Bos Bony que cambian de color cuando contienen agua fría. En cierto modo me toca seguir viviendo allí, en ese efímero instante del recuerdo. Aquellos años nos prepararon para el nuevo milenio que igual prometió un apagón que generó más expectación que miedo, igual nos ilusionó y hasta hoy no ha mostrado más que colores difuminados que nadie termina de definir su verdadera naturaleza.

http://afonsobrevedades.blogspot.mx/

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cultura

Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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