Cultura
«LA GUERRA DE GUIENGOLA»
Dani Guiengoola –‘Quiengola’ para otras variantes dialectales–, es una montaña situada a pocos kilómetros al noroeste de Santo Domingo Tehuantepec. A más de 400 metros de altura se levanta la ciudadela zapoteca que fue centro ceremonial y político de los últimos soberanos binnigula’sa’.
Guiengola es una bisagra entre la Sierra Zapoteca Istmeña y la Planicie Costera del Istmo. De hecho, desde lo alto de su basamento piramidal poniente se mira el Cerro de las Flores, en cuyas faldas se encuentra Santiago Lachiguiri (‘Llano de Ocote’, ‘Llanura de Antorcha’). Pero también se divisa el territorio de Juchitán, las lagunas Superior e Inferior y el ‘Cerro de la Piedra del Jaguar’, Dani Guiebeedxe’, que se reparten San Blas Atempa y Tehuantepec, herederas de la vieja capital prehispánica zapoteca.
Los especialistas difieren sobre el término con el cual denominar a ciertas entidades políticas prehispánicas del continente americano. Se habla de ‘Señorío’, ‘Reino’, ‘Confederación’ o ‘Estado’, indistintamente, según se tome como referencia el tipo de organización política, su extensión y algunos otros factores.
Lo más cercano, teóricamente hablando, es el término ‘Ciudad-Estado’, aplicable a formas complejas de administración pública, o ‘Reino’, con una nobleza dirigente claramente reconocida.
El reino de Tehuantepec era el Estado prehispánico de los zapotecas istmeños y de un sector importante de huaves, chontales, zoques y mixes. Sus señores descendían directamente de la familia que había gobernado en los Valles Centrales desde hacía más de dos mil años.
Algunas personas piensan equivocadamente que los binnigula’sa’ sólo vivían en poblaciones asentadas sobre terreno llano. Sin embargo, en la concepción de los antiguos zaes (‘zapotecas’, según Enrique Liékens), que todavía pervive en cientos de comunidades, es que un Guidxi, Queche, Altepetl (en lengua náhuatl), Reino o Señorío, está compuesto de la dualidad campo-población o montaña-pueblo, relativamente autosuficientes.
Las viejas ciudades-estado zapotecas, como en su momento Monte Albán, administraban grandes territorios. Decenas o cientos de poblados reconocían la autoridad de la metrópoli y le pagaban impuestos, en servicio o especie, que administraba una burocracia compleja y eficiente.
Antecedentes:
Hace más de dos mil años las redes comerciales de Monte Albán (Dani Guiebeeedxe’, ‘Cerro del Jaguar’, o Dani Dipa, ‘Montaña Fuerte’, ‘Fortaleza’, ‘Ciudadela’) llegaban, rumbo al sur, hasta Costa Rica y, hacia el norte, a lo que hoy es Estados Unidos de América. En su momento, esta ciudad dominó la zona estratégica istmeña.
Sin embargo, con el paso de los siglos, Monte Albán se debilitó; y aquella ciudad que había sido aliada de Teotihuacan, en donde inclusive existía un barrio zapoteca exclusivo, se vino abajo. Sus habitantes de dispersaron entre las nuevas comunidades que se levantaban en sus laderas y antiguos valles.
Teotihuacan y Cholula también se desintegraron, con lo que dio fin el llamado Período Clásico, que va del 200 a. C. al 800 d. C. aproximadamente, en que se edificaron complejos centros urbanos por zapotecas, mayas y toltecas.
Mitla, Yagul, Dainzú y Zaachila, cada una en su momento, se disputaron la herencia de Monte Albán. Los Valles Centrales de Oaxaca vieron llegar a inmigrantes mixtecas provenientes del noroeste que, a su vez, eran presionados por pueblos chichimecas que invadían el altiplano central de México. Se cree que este fenómeno pudo ser provocado por intensas sequías que afectaron la producción agrícola y propiciaron muchos conflictos.
Una rama de la familia real zapoteca se propuso reconquistar el sureste, y al frente de un gran contingente armado consolidó su poder sobre viejos asentamientos que hablaban didxazá (el idioma zapoteco) y que desde hacía siglos habitaban la Sierra Sur y el territorio costero de Huatulco. Éstos fortalecieron a los binnigula’sa’ de la Sierra Zapoteca Istmeña que cada vez se replegaban más ante la llegada de los mixes (ayuuk), provenientes de las llanuras del sur de Veracruz y el actual estado de Tabasco.
«A sangre y fuego» los zapotecas reconquistaron la Planicie Costera del Istmo, que para el siglo catorce estaba en poder de los ikoots, también llamados huazontecas (por Huazontlán, poblado huave cercano a San Mateo del Mar), etnia que llegó de Nicaragua o Sudamérica según sus propios relatos fundacionales, recogidos por cronistas españoles en época colonial.
Mandaba a los binnigula’sa’ un tal Cosiiobí o Cosioopí, nombre que significa ‘Rayo de viento’, ‘Viento del Señor Rayo’ o ‘Viento de Lluvia’, descendiente de viejos reyes de Zaachila (Teozapotlán para los aztecas, ‘Lugar del zapote sagrado’) que reorganizó la administración estatal a la que incorporó a los pueblos chontales (que llegaron desde el sur de Estados Unidos), mixes y zoques (parientes de estos últimos; originarios, también, del Golfo de México) que lo reconocieron como el gobernante legítimo.
En poco tiempo el reino de Tehuantepec se convirtió en uno de los más afamados del Anáhuac, que es como se denominaba al «mundo conocido». Sus habitantes tenían fama de muy valientes, al punto que jamás fueron sometidos por los aztecas, contrario a los señoríos zapotecas de los Valles Centrales, que pagaban tributo a la Triple Alianza, conformada por Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopan.
El conflicto:
Cuando la Confederación liderada por los tenochcas, más conocidos como aztecas o mexicas, intentó someter al reino de Tehuantepec, topó con pared en Dani Guiengola.
Entonces gobernaba uno de los hijos de Cosiiobí, que se llamó Cosiioguesa o Cosiioquesa, ‘Rayo de cuchillo de pedernal’, ‘Trueno de Pedernal’. A él correspondió librar la batalla definitiva entre el reino istmeño, integrado por pueblos zapotecas, huaves, chontales, mixes y zoques, y la llamada Triple Alianza, de habla náhuatl.
En Guiengola se concentraron soldados provenientes de todas las localidades dependientes del reino tehuantepecano. En la montaña se construyeron asentamientos semiautónomos organizados por lugar de procedencia y linaje, con sus propios dirigentes, con su burocracia civil, militar y religiosa.
Se almacenó el grano y el pescado salado que las poblaciones entregaron a la causa común. Se estableció un sistema de racionamiento alimenticio. Se establecieron puestos de vigilancia y unidades de mensajeros que transmitían información casi al instante mediante sofisticadas fogatas.
Se resguardaron los nacederos estratégicos de agua y se puso en funcionamiento una ruta de aprovisionamiento de víveres desde las zonas aledañas. Algunas fuentes recogen la versión de que, inclusive, e se construyeron criaderos de peces en lo alto del macizo montañoso.
Se taló la parte inferior del cerro para crear un cinturón de seguridad donde los atacantes estuvieran totalmente a la vista y fuera más fácil controlar posibles incendios forestales. En las alturas de construyeron hábiles trampas de rocas.
Finalmente, los altivos aztecas y sus aliados, llegaron a la boca del Guiigu’ ro’, el Río Grande de Tehuantepec, paso estratégico hacia el Soconusco y Guatemala.
No sabían los capitanes de la Triple Alianza que iban a enfrentarse a guerreros con más de dos mil años de experiencia bélica, transmitida de generación en generación. Pretendían derrotar a los zapotecas istmeños, y sus aliados, con tácticas que aquéllos habían utilizado contra pueblos atrincherados en montañas, como mixes o chontales.
Entre los jóvenes mexicas venían algunos que después serían protagonistas en el conflicto con Hernán Cortés y los españoles. Los documentos mencionan explícitamente a Moctecuzoma Xocoyotzin, Tlatoani de México-Tenochtitlan en tiempos de la Conquista, quien quedó impresionado de la estrategia militar istmeña.
Se dice que los guerreros de Cosiioguesa cargaban con los cuerpos de los aztecas muertos para destazarlos, salar y orear sus carnes como reserva. Se cuenta, igualmente, que en la plaza principal de Guiengola, existía un Muro de Cráneos, Tzompantli, donde llevaban el registro y la cuenta de los enemigos asesinados.
Ante la humillante derrota, desde México se enviaron refuerzos para los sitiadores. De poco sirvió, porque la montaña resultaba inexpugnable. Otras dos expediciones fueron enviadas desde el centro del país, con guerreros de pueblos tributarios como aliados, y ni así lograron rendir a Cosioguesa, que vivía a un costado de la plaza, en un gran palacio con más de cincuenta habitaciones y un mirador particular, desde el que vigilaba a los atacantes.
Miles de jóvenes aztecas y texcocanos, murieron y fueron enterrados en las faldas de Dani Guiengola. Otros fueron devorados por sus adversarios. La flor y nata del «imperio» más poderoso a la llegada de los españoles, fue mermada en el Istmo de Tehuantepec.
En lengua náhuatl, los cronistas mexicanos registraron la derrota como la más trágica de su historia. Escribieron que las madres y esposas de los guerreros se rasgaban la ropa y se arañaban la cara en señal de luto y como muestra del dolor colectivo.
La paz:
Los diplomáticos del imperio mexica y del pequeño reino de Tehuantepec acordaron establecer la paz mediante una serie de acuerdos sobre temas comerciales y militares. Como señal de amistad y reconciliación, una princesa azteca –al parecer hija de Auitzotl y/o hermana de Moctezuma– llamada Quetzalcoatl, ‘Serpiente Preciosa’, se unió en matrimonio con el Goqui (‘rey’, ‘soberano’, ‘señor’) zapoteca istmeño.
En ciertas ocasiones a la Triple Alianza le fue concedido el derecho de tránsito por el reino de Tehuantepec, con lo que los soldados mexicas llegaron a territorio centroamericano. Pero nunca más tuvieron intención de apoderarse del territorio istmeño, fuera para aprovechar la sal o controlar su ruta comercial.
¿Y después?:
De Cosiioguesa y Quetzalcoatl (Xilabela, ‘Serpiente Alada’, en zapoteco) nació un niño llamado Lachi, ‘Dragón’, ‘Escorpión’ o ‘Lagartija’ en lengua castellana, al que se le conoce con el nombre de su abuelo, Cosiiobí, y que gobernaba el reino de Tehuantepec a la llegada de los españoles.
Cosiiobí Segundo fue bautizado como Juan Cortés y mandó edificar un convento para los dominicos, con más de cuatrocientos años de antigüedad, así como un templo católico que hoy alberga a la Catedral de Tehuantepec.
Fue reconocido como Cacique por el rey de España y es recordado como el último soberano zapoteca de Tehuantepec. Tuvo varias esposas, entre ellas una noble huave llamada Magdalena de Zúñiga.
Sus descendientes se encuentran en casi todas las poblaciones zapotecas istmeñas y de otras etnias, ya que se mezclaron con linajes de los pueblos aliados, pero esa es otra historia.
Cultura
Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024
Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad
Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.
Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.
En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.
El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.
Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.
Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.
Cultura
Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño
Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet
El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo, se torna, interesante para la mente infantil.
En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual, José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.
En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.
Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.
El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.
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