Cultura
Dolorosa tragedia del 44
Y cayó el puente grande
“Dios mío… Santo cielo perdónanos” -exclamaron al unísono aquellas mujeres, en tanto que caían de rodillas sobre la tierra de cerro y se daban fuertes golpes de pecho, para expiar ante el Eterno Hacedor, sus pretendidos pecados.
Eran las 10:30 de la mañana en aquel gris y casi negro domingo 24 de septiembre de 1944, cuando las embravecidas aguas del río Tehuantepec hicieron pedazos al portentoso puente metálico que unía la zona más amplia de la ciudad con los barrios de Santa María, Santa Cruz y Lieza.
Por muchos días había llovido copiosamente… y eran varias las casas de humilde construcción y débiles consistencia que habían venido a tierra lastimando algunas veces a sus atribulados moradores.
La lluvia de tantas veces bienhechora, había servido en las necesidades de los campesinos para regar sus campos, ahora se tornaba traicionera, destruyendo sembradíos y creando un ambiente de aflicción y luto dentro de la misma población.
Durante las horas de cada día… hombres mujeres y niños, permanecían guarnecidos en los refugios de sus casas, mirando caer el agua incesante con Aires huracanados y escuchando desde lejos aquel rugir estruendoso que producía el río al estallar sus moles gigantescas contra los ribetes del poblado, que ella no sus bordes y márgenes originales, porque estás habían sido traspuestas por tantas veces indispensable líquido invadiendo todo el barrio El Calvario, los barrios del Cerrito y San Sebastián, gran parte de los barrios de Guichivere y Vixhana… y llegada con su grueso de casi medio, mes hasta el centro de la población.
No quedaba más Refugio que las faldas de los cerros que como absorto y muchos miradores presenciaban aquella tragedia que poco a poco iba adquiriendo tintes de fatalidad. Caravanas de gentes afligidas corrían por todos lados llevando lo más indispensable y con ellos sus propias vidas, hasta un lugar seguro… después de abandonar con lamentaciones y lágrimas sus casas de mampostería o de carrizo, anegados ya por el agua de lodo y de basura que traía la inundación.
Yo guardo entre las imborrables imágenes de mi memoria, aquellas fuertes impresiones propinadas por los elementos, en mí, para entonces, incipiente espíritu de niño. No era para menos ante aquella inenarrable situación… yo formaba parte de un gran conjunto de personas refugiadas en una “tejabanita” en la pendiente oeste del Cerro padre López, lugar desde donde se dominaba en toda su magnitud. El anchuroso río extraviado de sus márgenes… ahí estábamos impávidos, atentos a todos los acontecimientos, cuando de pronto ¡¡Brrrum!! Toda la configuración majestuosa del viejo puente se vino abajo haciendo retumbar las cercanías y expandiendo todavía más como efecto de su caída las inmensas cantidades de agua que habían convertido a Tehuantepec en una improvisada Venecia.
Fue que al momento de una tensión y nerviosismo indescriptible, las mujeres caían de rodillas, suplicaban Perdón al cielo, los niños gritábamos notoriamente asustados y los hombres procuraban ser útiles en aquel trance Y aunque se esforzaban por guardar serenidad, no lograban disimular su estado de aflicción ante aquellos efectos del mal tiempo y el infortunio.
Pero muy a pesar de toda aquella pesadilla, de aquel desastre causado por el minúsculo diluvio, tenía que tornar al fin la calma. Y poco a poco amainó la lluvia fue retirándose hasta dejar entrever, después de muchos días al Astro que es rey del sistema Planetario, allá en las alturas y en el cortinaje de muchas nubes blancas.
Pasaron muchos días para que todo volviera para permanecer como estaba, aunque hay detalle que la naturaleza no dejó como para recordar por siempre aquella tragedia de grandes proporciones.
Ahí están atestiguando todavía, muchas casas del barrio El Calvario que conserva Salitre hasta casi 2 metros de altura en sus paredes… o los fierros oxidados que fueron el esqueleto de aquí al puente portentoso, prodigio de la ingeniería moderna a escasos 300 metros del mismo lugar donde fueron arrebatados por las aguas de la inundación ¡Mudos testigos de una tragedia que Tehuantepec jamás olvidará!
Tomado del libro: ¡Ay Nana!, ¿Qué pasó? Sucedió en el Istmo de Tehuantepec. 1a. Ed. 2018. Mario Mecott Francisco. Carteles Editores, pp. 61-63.
Cultura
Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024
Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad
Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.
Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.
En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.
El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.
Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.
Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.
Cultura
Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño
Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet
El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo, se torna, interesante para la mente infantil.
En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual, José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.
En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.
Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.
El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.
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