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Cultura

Na Pancha…Una Historia de vida (1ra. parte)

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Tortillas A Mano Tehuantepec

1ra. Parte::..

“Yo ni conocí a mi abuelita, mi mamá no hacía tortilla, yo na más fui aprender ontá mi prima a hacer tortilla, desde los 8 años le dije que quería aprender y entonces empecé haciendo unas tortillas chiquitas para tacos, que entregaban en el centro. Al principio se pegaba la tortilla o se quemaba mi mano, ya cuando vi cómo lo hacían y volteaban la tortilla fue que le dije a mi mamá que me ayudara porque quería ser tortillera y hacerlas en la casa”.

Con una sonrisa pícara, sin saber leer ni escribir y sin pelos en la lengua, Francisca Hernández Osorio, Na Pancha, a sus 72 años, oriunda del Barrio de Santa Cruz Tagolaba, de Santo Domingo Tehuantepec, Oaxaca, tortillera por vocación, nos transporta a los años 50 del siglo pasado de este mítico barrio, donde madres de familia, niñas y jóvenes encontraron en las tortillas hechas a mano una fuente de ingreso y sustento para sus familias. Ingenieros, doctores y arquitectos, son hoy algunos resultados del esfuerzo de la venta de este producto.

En el patio de su hija Teodora, donde se encuentran festejando a uno de sus nietos, Na Pancha llega asomándose por la ventana y diciendo a los presentes “qué milagro!”, como dando a entender que nadie llega a visitarla a menos que haya un festejo, entra sonriente y luego luego toma asiento en el comedor improvisado en el patio de la mamá del festejado, donde se saborea un delicioso pollo horneado, con espagueti, sin faltar el agua de limón e irónicamente acompañado con tortillas de “máquina”.

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Sirven la primer ronda de alimentos, Na Pancha con pena pide un poco más de espagueti, pero evitando comer el pollo, en esos momentos su hija comenta en voz alta para que los presentes escuchen “Ya te dijo el doctor que tienes que comer”, a lo que ella sonríe pícaramente contestando, “ya subí 5 kilos pesaba 40 ahora peso 45”. Na Panchita, quien en sus años mozos llegó a pesar hasta 67 kilos.

Na Pancha se levanta y se sienta en una orilla del patio de la casa, cerca de una ventana donde el aire refrescante entra. Se pone nerviosa cuando nota que acercamos una silla a su lado y sacamos la grabadora, rápidamente se cubre la boca con la mano derecha y entre los dedos se alcanza a escuchar “¿qué me vas a preguntar, pues?”, a lo que le contestamos que sólo queremos que nos platique un poco de su vida como tortillera. Entonces se sienta erguida, se acomoda la falda y disimuladamente se arregla los cabellos pensando que sería videograbada o fotografiada.

Con el pasar de los minutos empieza a “soltarse”, contándonos de su incursión a tan noble oficio. “En tan sólo seis meses aprendí a hacer tortillas, ya fue que le dije a mi mamá que me gustaría trabajar de eso, y mi mamá me preguntó ¿y quién lo va ir a vender?
-Pues yo quién más
-¿Tú? Lo bueno que estás altota para ir a vender” –y se burla de ella que actualmente no rebasa el metro y medio de estatura.
-Voy a probar má, voy a empezar con 10 litros de maíz.
-¿Vas a acabar esos 10 litros?
-Sí, ma, lo voy acabar pues.
Ahí despertó su espíritu emprendedor, aprovechando que su mamá contaba en casa con un tenate de petate, al cual le colocaba papel en el fondo. Con eso dio inicio a su larga travesía en la venta de tortillas.

Tortillas A Mano Tehuantepec
A los 10 años y desde las 5 de la mañana, Na Pancha ya caminaba todo los días por las polvorientas calles de Santa Cruz Tagolaba, hacia el centro de Tehuantepec, a vender sus tortillas, escoltada por el cantar de los gallos anunciando que es hora de trabajar. Nunca olvidándose de los demás, pues al final de su jornada y ya para cerrar la canasta, Na Pancha dejaba una bolita de masa al último con la cual hacía tortillas exclusivamente para su mamá y su tía, para el desayuno.

A la hechura de tortillas se sumó su sobrina Juliana, quien vivía a un lado de su casa. Todos los días, hacia las 12 de la noche se disponían a poner agua para preparar el café y empezar a moler el maíz para elaborar las tortillas. Dos años más tarde ya preparaba 20 litros de maíz y su sobrina 15. Esta última decía siempre que hacía más “suave”, es decir más lentamente las tortillas.

Viene a su mente esos años donde solamente había una tortillería en Santa Cruz.
“Como antes se vendía la tortilla, apenas llegábamos al centro y destapábamos la canasta y las tortillas se iban volando en 10 centavos cada pieza o 3 tortillas por 25 centavos”. “ya valimos, ya salió otro pedazito de dinero, cuchicheábamos entre mi prima y yo”, dice, refiriéndose a que habían tenido una venta excelente.

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En esos días, el tío de Na Pancha sembraba por el Canal 8, él le había ofrecido la venta de maíz por costal, desde su escasa experiencia comercial, pero con gran olfato por hacer negocio, condicionó al tío para que le diera la posibilidad de trabajar el maíz y pagarlo en una semana. A pesar de la resistencia de su madre, por la responsabilidad que aquello implicaba para una niña, se dan los primeros tratos comerciales.
“Ten mamá, voy a rejuntar este dinero, traía yo comida, azúcar, pan, café y este es para el maíz y la leña”, decía y contaba al tiempo de encomendarle a su madre el pago de los insumos.

“Es más te voy ayudar mija, te voy a traer leña, aunque sea de esa leña puto de la milpa”, me dijo mi tío.
A lo que no podía faltar la pregunta obligada de la niña Pancha: ¿porqué Leña Puto?
-Porque es de la milpa, no es del monte, en el monte se da la leña maciza que se corta con hacha.
“Es como la comida puta, no es de mujer, la comida puta, decía mi madre, es la que venden en el mercado, que ya está hecha, ¿cómo vas a comprar comida hecha? vas hacer o vas a traer para hacer, esa es comida”, recuerda con una amplia sonrisa las palabras de su madre.

Llevada por la nostalgia, continúa su relato.
“En ese tiempo, casi toda la gente de Santa Cruz iba a vender, pero quienes molían de madrugada eran Juliana, mi prima trini la que ya murió y otras más.
“Había quienes se iban a las cuatro y media de la mañana, también molían las de la familia Avendaño, casi toda las familias tenían a alguien que molía, yo era la más chica con mi sobrina en ese tiempo.
“Al llegar al centro ya estaban vendiendo, mi prima Hilaria y Fernandina; ellas decían que eran las dueñas del mercado; por eso, si veíamos que ya llegaron, nos pasábamos de largo y nos íbamos para el barrio de Guichivere”.

En esos años, “la gente de Guichivere molía una bandejita, cinco o seis pesos, en cambio nosotras llevábamos el canasto, gracias a Dios siempre vendimos todo, cuando pasabamos de regreso por el mercado nos preguntaban ¿adónde fueron? siempre decíamos que habíamos ido a entregar tortillas para una fiesta o misa de muerto, si dijéramos la verdad se hubieran llenado allá y nosotras ya no venderiamos, le decía a mi sobrina, si ellas son dueñas del mercado nosotras vamos a ser dueñas de Guichivere”

Continuará..

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Cultura

Juana Hernández López: La Voz de la Mixteca que resuena en la Guelaguetza 2024

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Una vida de lucha y dedicación que une fronteras y preserva la riqueza cultural de su comunidad

Oaxaca de Juárez, Oaxaca.- (Cortamortaja) 22 de Junio de 2024.- En el corazón de la Guelaguetza, la festividad más emblemática de Oaxaca, ha emergido una figura que encarna la resistencia, el amor por la cultura y la dedicación incansable a su comunidad. Juana Hernández López, originaria de Santiago Juxtlahuaca, ha sido coronada como la Diosa Centéotl 2024, una distinción que celebra no solo su belleza y carisma, sino también su extraordinaria trayectoria y compromiso social. Hoy, en un momento aún más significativo, Juana celebra su 65 cumpleaños, un detalle que añade más emoción y significado a su historia de vida.

Juana no es solo una docente de español e historia; es una narradora de la realidad y una guerrera por la justicia educativa. Su camino ha estado marcado por la adversidad y la migración, habiendo tenido que dejar su amado Juxtlahuaca para buscar oportunidades en Estados Unidos. Esta experiencia no la quebrantó, sino que la fortaleció, convirtiéndola en una voz poderosa para la comunidad migrante mixteca.

En Fresno, California, Juana tomó las riendas de Radio Bilingüe, entendiendo que cuando los migrantes cruzan las fronteras, llevan consigo más que pertenencias; llevan su lengua, su cultura y su identidad. Desde los micrófonos de la radio, Juana se convirtió en un faro para aquellos que añoraban su tierra, ofreciendo no solo información y compañía, sino un puente que conectaba corazones divididos por la distancia.

El regreso de Juana a Juxtlahuaca no fue un retorno a la comodidad, sino una extensión de su misión. Desde 2019, ha dirigido un programa en XETLA, La Voz de la Mixteca, donde comparte su lengua materna, las tradiciones ancestrales y las historias de la comunidad migrante. A través de las ondas radiales, sigue tejiendo la trama de su cultura, manteniéndola viva y vibrante.

Juana Hernández López no solo representa a las mujeres de su comunidad; representa a todas aquellas personas que han tenido que abandonar su hogar en busca de un futuro mejor. Su historia es un testimonio de resiliencia y pasión, un recordatorio de que la cultura es un tesoro que nos sigue, nos define y nos une, sin importar cuán lejos estemos de nuestro lugar de origen.

Hoy, como Diosa Centéotl y celebrando sus 65 años, Juana ilumina la Guelaguetza con su presencia y su historia, una luz de esperanza y fortaleza para todos aquellos que, como ella, creen en el poder transformador de la educación y la cultura.

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Cultura

Cuentos y dichos del niño y el adulto zapoteca espinaleño

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Profesor Luis Castillejos Fuentes / Libro El Espinal: génesis, historia y tradición / Foto: Internet

El terror a la muerte es la base del animismo primitivo de los zapotecas y los niños de antaño, mezcla resultante en alguna forma de este grupo étnico, traen consigo esta mentalidad que tiende a manifestarse en su vida cotidiana. La oscuridad de la noche era propicia para que, sentados sobre un pequeño montículo de arena fresca de río, la chamacada contara historias  sobre fantasmas: “Guenda ruchibi”. Unas veces las oían en voz de los “viejos”, otras de  algún niño que con buena memoria se las transmitía. Se hablaba del bidxaa, espíritu de alguien que se creencia le atribuye madad, que se hace presente o no, deambula en lo oscuro provocando ruidos y gritos extraños imitando la expresión gutural de algún animal. El “sombrerote,” personaje vestido elegantemente y “con mucha plata” para ofrecerla al incauto que cae en su seducción y dominio, convertirlo en su vasallo y llevarlo a vivir lejos, en la cumbre de una montaña o en alguna cueva para en un momento dado hacer el “mal” a otros, pues supónese que tiene pacto con el diablo, binidxaba. Se Cuenta también la historia de “la llorona”, mujer vestida de una blanca y sudada manta que gime desgarradoramente, ya que de esta forma expresa que su alma en pena vaga hasta que algo pendiente que ella dejó en el mundo de los vivos se vea realizado. Todos, “entes” imaginarios, pero eso sí con la creencia de ser portadores del mal y en la charla se da como si lo que se expone fuera una realidad, que aunque provoque miedo,  se torna, interesante para la mente infantil.

En el ambiente de pueblo, todo mundo se conoce, se respeta y se saluda. Y no falta alguien peculiar en su modo de ser, que lo hace distinto del otro, ya sea por poseer  congénito o adquirido algún vicio, cualidad, virtud, etc., sea por defecto físico o por algún hábito fuera de lo común que despierta curiosidad, gracia, burla, admiración y risa en niños y adultos. Este tipo de personaje se hace “relevante”, queda su dicho y su hecho para el comentario grato: Tá Llanque Castillejos “Chiquito”, empedernido tomador de mezcal, su saludo es un grito desgarrado y su gracia colocar un cigarrillo de hojas sobre sus pobladísimas cejas y exhibirse, “zou náa la o zahua lii” ese era su dicho habitual,  José “Huipa” ex-soldado de leva en la revolución, donde alcanzó el grado de cabo, traumado por lo que sufrió en sus andanzas y de mal comer en la brega, después de ingerir “anisado” marchaba solo por las calles haciendo ademanes con saludo militar. Genaro Clímaco, Naro Lele por sus largas extremidades inferiores, semejando al alcaraván, con unas copas que impactaban su cerebro le daba por filosofar: “si tu mal no tiene remedio, porqué sufres y si tu mal tiene remedio también porqué sufres” solía decir con cierta visión premonitoria hacia lo que en la vida es bueno o es malo. Ta Rafé Lluvi, músico por afición y por su adicción al “trago” ya no lo contrataban, de un instinto vivaz, con un papel u hoja verde de lambimbo sobre un peine, de su ronco pecho entonaba melodías para que algún parroquiano le obsequiara una copa y después a su “banquete” que era residuo de tortilla y sobras de comida que con los cerdos compartía en una canoa de madera. Y Tá Rafé aguantó más de un siglo a pesar de esa “vida”. Erasmo Toledo perspicaz y agudo charlador, su plática amena y entretenida despertaba interés y sus frases quedan: Naa Tá Llamo. Xi tal xa llac, le dice un amigo a otro, zaquezi naa marínu. ¿Cómo estás? es la pregunta y la respuesta, es “como siempre”, aunque hayan pasado varios años, hasta los 81, que ya pesaban sobre el cuerpo de Beto Marinu y que por lo mismo no podía conservarse igual, y tiempo después fue hallado muerto en un basurero.

 En las fiestas patrias, la noche del grito y el desfile obligado del l6 de septiembre, con la tabla calisténica organizada por el profesor Bruno Escobar Fuentes, acto muy concurrido porque era de regocijo para la gente del pueblo. Era especie de fiesta popular. Al terminar  el acto literario y el presidente municipal en turno de dar “el grito”, la concurrencia abandonaba el escenario. Quedaban algunos, ya “encopetados”, que a la voz de tribuna libre arengaban a la multitud: Ta Queño Cueto ngüí, Pedro Ché Vale, José “Huipa” y otros, lo hacían habitualmente, sus dichos incoherentes y burlones sobre algún hecho que la autoridad hacía mal, provocaba risas entre los espectadores para luego abandonar el lugar hasta el amanecer.      

Allá por los años cuarenta, antes de abrirse la carretera internacional, mercaderes oaxaqueños, “vallistos”, pasaban por Espinal, estancia de descanso después de un largo peregrinar. Cargaban sobre sus espaldas gruesas y pesadas pacas de pescado seco de san Mateo del Mar para llevar a Oaxaca. Tenían que cruzar en el trayecto la sierra de Guevea y Escuintepec y bajar a Mitla. En algún corredor de casa grande, estancia descansaban y los niños por curiosidad se asomaban y los rodeaban para hacerles picardía, robar algo de su mercancía mientras dormían y reírse de su indumentaria y de su menudo pero macizo cuerpo, al mismo tiempo, admirar su resistencia.

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El apodo para diferenciar al común ciudadano o simplemente para distinguirlo de otro, es de uso común  en los pueblos zapotecas, Al sustantivo se le acompaña con un adjetivo para la fácil identificación: así se dice de Luis “nanchi”, Luis “niño”, Luis “valor”, Luis “guitu”, de José; ché “cuachi”, ché “benda”, ché “bachana”, ché “tita”, ché “huabi”, ché “mistu”, de Antonio; Toño “morral”, Toño “músico”, Toño “neta”, Toño “llúu”, etc.

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